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En buena teoría, el hombre es uno de los pocos mamíferos que no necesita de un conjunto de individuos para vivir. Así, las cabras, las cebras o los bisontes viven en manada, de forma que el grupo los protege en su devenir por el mundo. El lobo también necesita de la manada, pero mayormente para salir a cazar y sabotear así la protección colectiva de sus presas. El hombre, aunque vive en sociedad, que es la que lo provee de toda una serie de ventajas frente a la vida en solitario, no requiere de un grupo relativamente reducido de los de su especie para protegerse o cazar… o sí.
Porque la realidad dista mucho de certificar esa capacidad individual -o individualista- que posee el ser humano. Necesitamos de la manada porque somos esclavos de ese sentimiento consistente en formar parte de un grupo, como las cabras o los bisontes. No es por protección frente a los depredadores, sino frente a la soledad y a mundo en general que nos miraría con los ojos raros si no nos pudiese clasificar.
La pertenencia a una tribu significa, en primer lugar, identificación. Así, por ejemplo, se puede pertenecer a la tribu
pija del poblado. Para ello hay que exteriorizar una serie de formas y comportamientos propios de la misma. Ayer tuve oportunidad de acudir a un mercadillo benéfico, lugar en el cual se aglutinan los miembros de este clan, mucho más numeroso de lo pueda imaginarse. “¿Has pasado por el puesto de
Cuqui –nótese la ausencia del uso de la k-, tiene unos bolsos de
Loewe ideales?”, le comenta una amiga, ataviada con los ropajes propios de la tribu, a otra igualmente vestida para la ocasión. “Pues yo le comprado a
Juanchi la pulsera del equilibrio en el puesto de
Piluca, porque me dijo
Fefi que a
Toti le había venido genial para volver a jugar pádel”, responde la segunda.
Formar parte de una tribu no es óbice para que los individuos cuenten luego con un grupo más reducido al que pertenecer: la pandilla o
pandi. En este caso ya no son sólo los usos y costumbres, sino que la vida cotidiana se ve dirigida en cierta medida por el colectivo del que se es miembro. La pandilla condiciona ciertos aspectos de la vida del individuo, principalmente el tiempo de ocio. De esta forma uno no tiene que verse en la obligación de pensar por sí mismo: la manada lo hace por uno.
“¿Dónde vamos a ir el fin de semana?”, le pregunta el marido a su esposa el miércoles por la noche. “No sé, tengo que hablar con la
peña, pero creo que el sábado íbamos a alquilar una casa en la sierra”, es la respuesta. Evidentemente ese “tengo que hablar con la peña”, significa “lo tenemos más que hablado desde la semana pasada”. La clave está en la impersonalización y en que no se cierra la puerta al individuo para que proponga o discrepe, lo cual no va a suceder porque vendría a contravenir los fundamentos de la pertenencia a la
pandi.
Evidentemente, ser parte de una comunidad de este tipo tiene innumerables ventajas. Para empezar se reducen los riesgos de cometer errores. Sobre todo porque como uno no elige, tampoco es responsable de la elección. Además, si se siguen las reglas no escritas acerca de la vestimenta o las costumbres de la piara, difícilmente podrá el individuo salirse de los estándares ideales. Ideales para la tribu, se entiende. Un ejemplo lo tenemos en la indumentaria de los varones de la tribu
pija. Sólo hay que llevar las prendas
must del momento: el chaquetón
Belstaff negro ajustado por encima de la cintura, el polo de manga larga con grandes letras –da igual lo que ponga mientras se incorporen claramente las palabras “Polo Team” y la marca sea
Hackett o
La Martina- y las zapatillas que parecen zapatos, mayormente por el color.
Aunque el ejemplo empleado sea el de un grupo concreto y de un alto grado de aceptación por el gran público, no olvidemos que hay infinidad de tribus, incluso aquellas que se anuncian como alejadas de cualquier aspecto relacionado con la vida en sociedad, que siguen el mismo patrón de comportamiento. El rebaño es rebaño, sea de ovejas, búfalos o
jevis.
Como ya se ha dicho
aquí, la individualidad es uno de los valores más apreciados de la elegancia. Vivir en sociedad conlleva aceptar ciertas normas y convivir con los de nuestra misma especie. Otra cosa diferente es seguir el dictado de los demás por el mero hecho de pertenecer a un determinado grupo de individuos con los que, a poco que nos paremos a reflexionar, nos separan más cosas de las que nos unen.