domingo, 28 de junio de 2015

Placeres privados son virtudes públicas

Quiero empezar estas líneas dando las gracias a todos los que me animan a seguir hilvanando palabras en este espacio de libertad. De igual modo, quiero decirles que cada día me cuesta más hacerlo, porque casi todo está dicho ya en este compendio de ocurrencias más o menos ordenadas. No se trata de falta de inspiración. Ella me alcanza cuando acudo a cualquier acto medianamente concurrido, a una cafetería o a un centro comercial. La inspiración me la prestan a diario también las redes sociales o lo que la gente le va contando a uno en cualquier lugar. Como digo,  la realidad es que ya todo está escrito.

De ahí el título de este artículo que viene a sintetizar todo lo que se ha venido contando aquí. La magistral frase que se atribuye a Epicuro y que tan lejos está de nuestra realidad cotidiana en esta sociedad en declive. Ya el maestro Luis Miguel Dominguín lo explicaba allá por el año 1953, puede que sin ser consciente de ello. Fue aquella mañana en la que muy temprano salió el torero del cuarto en el que aún yacía tras una noche de amor la famosísima actriz Ava Gadner. Ella, al ver que su amante se levantaba tan temprano, le preguntó "¿a dónde vas?", a lo que Dominguín respondió impasible: "a contarlo".

Esa es la clave: tenemos que contarlo todo, como Dominguín. Lo que comemos, lo que bebemos, lo que llevamos puesto, lo que vemos en televisión y, sobre todo, adónde vamos y lo que hacemos. Si no lo contamos es como si no hubiera existido y, lo peor, como si no pudiésemos disfrutarlo. De ahí que tengamos que dar todo lujo de detalles. Si es una comida o bebida todos los ingredientes y si la cocinó el autor o está en un restaurante. Si es un modelito (outfit en el argot) contaremos el origen de cada una de las prendas y su marca(*). Si salimos a correr (running en el argot) hay que indicar la distancia recorrida y, si lo hacemos rápido, el tiempo.

El maestro bajó al café de la esquina a contarlo. Ahora es mucho más fácil porque tenemos las redes sociales y sus sempiternos hashtag, es decir, una palabra o frasecita precedida del símbolo de la almohadilla (#): #instafood #frentealmar #quelistosoy #amigosparasiempre y así cualquier estupidez que se nos pase por la cabeza.

Un ejemplo, para los no iniciados, lo vi publicado (posteado en el argot) hace unos días. Bajo la foto de una tostada con huevos revueltos salpicados por algún tipo de hierba verde y un vaso de zumo, rezaba lo siguiente: El mejor desayuno frente al mar con tostadas de pan de catorce cereales huevos de granja con eneldo orgánico y papaya del Peloponeso #instafood #organicfood  #superfoods #beachbreakfast #loveforever #Benidorm. Pido disculpas por no poder reproducir los siete emoticonos que acompañaban el texto, sé que sin ellos puede carecer de sentido todo lo anterior.

Qué lejos quedó la máxima epicúrea, pero qué necesaria se hace en estos tiempos nuestros. Lo más preocupante es el vacío de las personas que necesitan materializar sus placeres privados mediante su publicación en tiempo real. La elegancia consiste en llevar a buen puerto la enseñanza del filósofo griego. No podemos pretender ser elegantes si necesitamos sacar a relucir la marca de la ginebra de nuestro martini o el nombre del diseñador de nuestro traje.

El ser elegante huye de toda esa parafernalia de detalles absurdos, frente a aquellos que buscan llenar su existencia al no tener en su interior más posibilidades que las de su propia mediocridad. Todo está escrito, perdón por repetirme.



(*) Nota: En caso de ser una marca poco glamurosa se indicará que la prenda es vintage.