jueves, 27 de septiembre de 2012

Camisas, nacionalidades y elegancia


Francés y a la moda
El ser humano es en esencia innovador. De ahí que la moda tenga tanto predicamento entre nuestra especie. Me cuentan por estos mundos virtuales que ahora lo que se lleva en la Europa menos golpeada por la crisis (Alemania, Dinamarca, Francia… ¿Cataluña?) son las camisas de colores oscuros. Que los fornidos noruegos lucen mucho con una camisa en tonos grises azulados, imagino que si es con un toque de brillo mejor todavía.

¿Quién no desearía vestir una camisa en tonos iphone o, aún más moderna, tonos galaxy note, de esas que nos propone Hugo Boss?. Pues un servidor de ustedes no sólo no la vestiría jamás, sino que le parece que es el más flaco favor que se le puede hacer al buen vestir de un caballero.

¿Cuándo los alemanes, los daneses, los franceses -o sus imitadores los catalanes- han sido el modelo a seguir en lo que a la vestimenta masculina se refiere?. Nunca. Jamás. Los nórdicos en general sólo usan camisa blanca, a ser posible de manga corta y con bolsillo para colocarse un par de lápices –estilismo ingenieril-. En su vida han combinado una camisa de rayas y han tenido que inventarse otros colores lisos de camisa para distinguir entre ir a la oficina e ir a tomarse unas copas.

A los alemanes los vemos en las costas españolas luciendo sus impecables chanclas con el calcetín oportuno. Cuando no, salen a la calle con esos zapatos de color indefinido y el mismo calcetín de las chanclas. Sí, Hugo Boss era alemán. Lo suyo eran los uniformes y de no ser por la derrota de Hitler, ahora todos vestiríamos sus prendas. Probablemente sin tener que pagar doscientos euros por una camisa que parece la carcasa de un teléfono móvil. ¿Los vamos a tomar como ejemplo a la hora de elegir camisa?.

De los franceses qué podemos decir que no se sepa. Tristones vistiendo, homogeneizaron la camisa gris perla como símbolo de modernidad en la vestimenta masculina. ¡Debe ser muy duro vivir entre Inglaterra, Italia y España, cunas de la elegancia masculina!. Lo de los franceses siempre ha sido diseñar ropa de mujer y apenas les ha quedado inspiración para las corbatas. Hermès ya no es lo que era y se ha echado al monte de la modernidad y la innovación mal entendida.

Las camisas de colores oscuros fue una moda pasajera que algunos, los de arriba y sus imitadores, se empeñan en prolongar más allá de lo admisible. Más aún con el apoyo de la industria estadounidense que también vende lo suyo a base de camisas metalizadas. Aunque aquí la culpa puede ser de Sam Rothstein (Robert de Niro) y su colección de camisas un tanto peculiares en la película Casino.

El colmo quizá –y eso lo vivimos en España en primerísima persona- sean las camisas negras. A siempre me han parecido camisas propias de bailaores de flamenco y propietarios de casas de lenocinio; y los restaurantes lo consideran el uniforme oficial. Sin embargo, ahora hacen furor entre determinados profesionales que las han adoptado como símbolo de modernidad. Igual algunos señores que viven lo que los cursiles llamamos la midlife-crisis las lucen orgullosos en bares y discotecas. Preferiblemente en materiales suaves, como la seda.

A un servidor lo tienen que perdonar. Sobre todo porque lo de la innovación no termina de asimilarlo con la vestimenta. Sí, yo soy un gran aficionado a adquirir los últimos artilugios electrónicos. De ahí, a portar una camisa negra y/o gris con destellos metálicos, transcurre una amplia línea –esta vez no es nada delgada- que me niego a traspasar.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ingeniería social y lenguaje (parte 2): muy fan


Continuando con la que promete ser una nueva serie en este humilde rincón de libertad, me llama la atención un término que igualmente se ha popularizado para definir el superlativo del gusto o la afición por algo: muy fan. Seguro que el amable lector ha escuchado, leído o muy probablemente proferido frases similares a la siguiente:

            - “Soy muy fan de las bolsas reutilizables del Harrods”.

Le dice una maleni a otra a la salida de un curso sobre la elaboración de cupcakes para fiestas de jalogüen y recién llegada de la escapada de puente con su Mr. (ponga aquí la inicial del ufano esposo a conveniencia). Además de cursi, la maleni, no es consciente de que las bolsas de Harrods son de plástico y las han vendido como souvenir toda la vida, mucho antes de que a Al Gore se le ocurriese ir evangelizando –y ganando un dineral- con lo del cambio climático, y a Carrefour cobrar por ellas.

-       “Muy fan de (ponga el nombre del diseñador absolutamente desconocido que se le ocurra pero que acaba de firmar una colección para H&M)”.

Escrito por una egoblogger en tuiter después de conocer la noticia del fichaje del diseñador de marras para hacer camisetas a seis euros. Nótese que el colmo del refinamiento en el uso del muy fan es utilizarlo sin el verbo correspondiente. Esto nos indica lo totalizador de la expresión y, por ende, lo intelectual de su empleo como superlativo.

Porque el muy fan viene a sustituir expresiones más tradicionales –demodé que dirían el argot- como “a mi me encanta”, “me gusta muchísimo”, “me parece extraordinario”, etc. En su lugar se coloca la abreviatura de fanático, es decir, fan, llevada al siguiente nivel o superlativo: muy. La palabra fan antiguamente –hace un par de años- sólo se empleaba para las jóvenes que gritaban en los conciertos de música moderna. Así, lo que existían eran fans de The Beatles o de los Rolling Stones. Quizá alguna de Miguel Bosé en los primeros ochenta.

Ahora, sin embargo, somos fans de todo. De marcas de ropa, de tiendas, de fotógrafos, de periodistas, de ciudades y hasta de músicos barrocos. El otro día me descubrí a mi mismo diciendo “es que yo soy muy fan de Glenn Gould”. Sí, ciertamente me siento un gran aficionado a las grabaciones del pianista más genial que dio el siglo XX. Puede que incluso sea fanático en tanto que lo escucho continuamente y lo recomiendo a propios y extraños. Pero, ¿fan?. A partir de ahí dejé de usar el término, si es que lo había hecho con anterioridad, lo cual no pongo en duda, pero sí en cuarentena.

Seamos sinceros. La expresión ha alcanzado un nivel de popularidad que sus creadores y propagadores nunca imaginaron. Muy fan, estimado lector, no es el superlativo de nada, como no lo es lo siguiente. Si se trata de enfatizar algo, hagámoslo con expresiones conocidas tradicionales de las que tan rico hacen nuestro idioma. No recurramos a artificios lingüísticos propios del lenguaje de los 140 caracteres. Por mucho que la RAE se empeñe en incorporar a su diccionario cualquier modismo que pasa por la puerta, o por feisbuk.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ingeniería social y lenguaje: lo siguiente


El lenguaje es como un ser vivo. Evoluciona con el paso del tiempo, con el cambio de las costumbres. Aunque también va cambiando por medio de la creatividad de algunos seres humanos. Así nacen algunas expresiones que terminan imponiéndose. Muchas de ellas porque resultan simpáticas o atractivas de usar. En la mayor parte de los casos porque queremos integrarnos más al emplearlas.

Un ejemplo de esto es la expresión de nuevo cuño “lo siguiente”.:

-       - No estoy reventada, lo siguiente.

Frase real que podemos leer en uno de las muchas redes sociales. Lo siguiente viene a emplearse como el superlativo/imaginativo en el lenguaje popular/ocurrente. Yo, sinceramente, necesito una aclaración cuando alguien emite esta sentencia. ¿Qué es lo siguiente a reventada?. ¿Destrozada como si le hubiese pasado un camión por encima?. ¿Extenuada física y mentalmente?. O a mi no me queda claro, o la creadora de tal afirmación pretende que el resto de la Humanidad dejemos volar la imaginación y pongamos nombre y apellido a ese lo siguiente.

-       - Este tío no es gilipollas, sino lo siguiente.

Otra oración muy común en bares y festejos populares entre los infectados por este nuevo sarampión que podríamos bautizar como siguientismo. De nuevo, ¿qué es lo siguiente?.  ¿Gilipollas integral?. ¿Un poquito menos imbécil que tú?.

Y es que el siguientismo tiene esa peculiaridad, que deja la duda. Yo siempre dudo entre si el siguientista quiere que yo ponga apellido al lo siguiente, se trata de una gracieta rayana con la intelectualidad, o es que es incapaz por si mismo de continuar con el superlativo que sigue al adjetivo en cuestión.

Internet está lleno de ejemplos del uso del siguientismo. Blogs con títulos como “Friki no, lo siguiente”, que debe ser una suerte de autobiografía del autor del blog. Hasta hay campañas  publicitarias que emplean el siguientismo, a todas luces con la intención de congraciarse con su público meta: el gregario.

Si lo que se quiere expresar es el grado superlativo de las cosas, yo opto por otra expresión más prosaica, menos intelectualoide e igualmente fruto de la evolución del lenguaje. Se trata de la afirmación superlativa en grado extremo “se caga la perra”.

-       - Me acabo de comer una langosta que se caga la perra.

Ahí no hay que explicar nada más. El citado manjar era el non plus ultra del placer culinario, expresado por medio de una afirmación rotunda: se caga la perra. Puede sonar ordinario, zafio, incluso vulgar, pero todo ello queda suplido por la absoluta ausencia de pretenciosidad. Se caga la perra es, en definitiva,  la antítesis de lo siguiente, aunque puedan parecer sinónimos.

Que el lenguaje evolucione está bien. Es natural. Lo malo es que se empiezan a adoptar a velocidades de vértigo giros y expresiones que rozan la idiotez supina, o lo siguiente, que es la más profunda ignorancia disfrazada de integración con el entorno. En otras palabras la absoluta falta de elegancia.

miércoles, 1 de agosto de 2012

España y el inglés. Realidad o ficción.


Los españoles que vivimos en países de clara influencia anglosajona, norteamericana para más señas, observamos la gran cantidad de anglicismos y términos directamente en la lengua de Shakespeare que se emplean en estas latitudes. Palabras casi siempre pronunciadas en perfecto inglés, con acento gringo, eso sí, incluso rozando lo cursi. Sobre todo cuando se mezcla el uso español con el inglés, como en el caso de Nueva York y ese York que se pronuncia al estilo chicle-en-la-boca.

Con el tiempo uno se acostumbra y, sin embargo, lo que le impresiona es cómo en la Madre Patria el uso de palabras y expresiones en inglés se ha extendido tanto. Especialmente en determinados ámbitos, como en el mundo de la moda. Acabo de recibir una publicación de moda de España y no tengo muy claro si es la edición española o la portorriqueña.

Algunos titulares son de esta guisa: “La it girl Gala González nos abre las puertas de su loft”. “Los maxi dresses serán tu must del verano”. “Deco Hunters: Locas por el caravan chic”. “Cooking trend: Aprende a decorar con cupcakes”. Y así. Todo de lo más cool, por no hablar del estritestail en el que se regocijan en páginas interiores bajo el título “Summer Love”.

Lo que no tiene el mismo predicamento en España es la pronunciación del idioma extranjero. En el mundo entero los españoles somos conocidos por nuestro pésimo acento inglés, amén de lo básico del conocimiento de la lengua empleada por los hijos de la Gran Bretaña.

Así, mientras la pronunciación de los términos de la moda –fachon en idiomas- se asemejan bastante a como lo haría Jessica Sarah Parker –diva entre las divas del fachonismo generación X-, en los que a tecnología se refiere los españoles hacemos aguas.

A la conexión inalámbrica la denominamos güifi, en lugar de guaifai; al correo de gmail, lo pronunciamos gemail o gemeil, no sé qué es peor; y a iutuv, lo llamamos yutube. Todo sin pestañear ni un instante e incluso mofándonos del que osa pronunciarlo correctamente. Eso sí, ojo no se nos ocurra decir sumer love, en vez de samer lov (somer lav con acento estadounidense), porque los mismos que dicen yutube no dudarán en hacer escarnio público por nuestra mediocre pronunciación anglosajona.

Este fenómeno de bipolaridad idiomática no es nuevo en España. Toda la vida hemos comido beicon viendo películas de de Burt Lancaster – se pronuncia Bart Láncaster- y disfrutando de los mandobles de Chuck Norris –se pronuncia chak-. Jamás se nos ocurrirá llamar iu tu a U2, pero decimos tu-güan-tu al perfume de Carolina Herrera.

En definitiva que, nos guste o no, Spain is different.


P.D. Todo esto lo escribe uno que aún patina con el in, on, at...

martes, 24 de julio de 2012

Correr, esa extraña moda

Me imagino que es un fenómeno global. Ahora a todo el mundo le ha dado por correr. Sí, sí, correr. Sin motivo aparente, sin que medie aquella persecución de los grises, ahora las lecheras de los nacionales que tanto han popularizado las legiones indignadas. Correr así, por gusto, parece que está de moda.

Y como cualquier moda de las muchas que transitan por nuestras vidas, el ser humano necesita, como animal gregario que es, anunciarlo a los cuatro vientos. Así, los corredores de nuevo cuño se reivindican en las redes sociales. En el tuister: "@runner_CR acaba de correr 8.7 kms en 58:14 y utilizó Nike App para iPhone". Con lo cual se matan varios pájaros de un tiro. El primero decir que corremos, el segundo que tenemos iPhone y el tercero que tenemos un artilugio para ir corriendo con el móvil colgado en alguna parte del cuerpo. La cuadratura del círculo, oiga.

En feisbuk la cosa es peor. Porque en el tuister lo que leemos son datos concretos o afirmaciones más o menos afortunadas, tipo "14 Kms check y con buen tiempo", es decir, que no llovía. Sin embargo, en feisbuk tenemos que ver la cara de los corredores aficionados en plena acción, con esa expresión de sufrimiento que tienen los atletas noveles y la cristalización del sudor en varias partes del cuerpo y la ropa. ¿De veras se sienten orgullosos?. No lo creo.

El espectáculo para el espectador que, como un servidor, no comprende como hay gente que se dedica a correr sin motivo aparente, resulta dantesco. ¿Qué gracia tiene ver a una persona con poca ropa sufriendo voluntariamente para perder unos kilos y sudando desaforadamente?. Por favor, piensen antes de contestar.

Los lunes, al menos aquí en Costa Rica, la galería de fotos de las carreras dominicales es interminable. Porque ese es el otro drama de estas exhibiciones públicas de contrición física: se han convertido en un negocio pujante. No hay que ser un iluminado para comprobar que ahora se corren maratones en todas las ciudades del planeta, desde la tradicional Nueva York hasta el último pueblo de Guatemala, por ejemplo.

Por no hablar de las infinitas carreras benéficas que se suceden cada domingo. Contra la malaria en Bretaña, contra la esclavitud infantil en Brunei, a favor de los sin techo de Katmandu... cualquier causa es buena para montar una carrera dominical. Carreras por otro lado que suman un incentivo más a la hora de colgar la foto en feisbuk, no sólo aparecemos corriendo y sudando como animales no rumiantes de pezuña hendida, sino que lo hacemos por una buena causa. No por perder peso o cumplir el punto vigesimo cuarto de la bucket list, ni tampoco para sacar a pasear el ego. Jamás. Lo hacemos por los niños bruneanos, sometidos como esclavos al totalitarismo petrolero.

Correr parece que tiene innumerables efectos positivos para el organismo. Ahora se habla mucho de la endorfina que se produce con esto de dar zancadas por los parques. Algo que desconocíamos como resultado de la actividad física y siempre habíamos asociado al consumo de sustancias estupefacientes. Entonces uno oye hablar al maratoniano en ciernes sobre la sensación irremplazable de bienestar que le genera correr. La verdad es que yo lo único que recuerdo de correr es que produce cansancio y al día siguiente un gran malestar, traducido en pocas ganas de levantarme de la cama.

No recuerdo quién dijo que en las biografías de los mártires siempre intuyó algo de vanidad. Pero a mi me suena que en esto de correr van por ahí los tiros.

lunes, 16 de julio de 2012

La felicidad de elegir. Camisas a medida.

Confieso, no sin cierta amargura, que hacía casi ocho años que no me hacía una camisa a medida. En Costa Rica es sencillamente imposible. Mis intentos con trajes y chaquetas fueron irregulares, pero lo de las camisas ni siquiera era una opción. Ha sido una travesía por el desierto, paniaguada con el descubrimiento de un par de marcas que se adaptaban relativamente a mis necesidades, aunque muy lejos de lo que ofrece una camisa hecha a medida.

Esta travesía acaba de finalizar gracias a la tecnología. La firma tailor4less.com ha sido todo un descubrimiento. Ahora puedo encargar mis camisas a medida por internet y recogerlas en alguno de mis viajes a España o solicitar que me las traiga alguno de los numerosos expatriados y emigrantes que empiezan a poblar Costa Rica -como el resto de América Latina-.

¿Por qué un hombre necesita hacerse las camisas a medida?. Se preguntarán no pocos, mayormente aquellos que encajan con el perfil del que se hablaba aquí hace tan sólo unos días. Las razones son múltiples. Para mi lo fundamental es que la camisería a medida permite a la prenda masculina por excelencia adaptarse al cuerpo de su percha.

En mi caso tengo el cuello más bien estrecho y los brazos largos, con lo cual las medidas estándar suelen quedarme boconas y cortas de mangas. Si acorto una talla para lograr el ajuste perfecto en el cuello, las mangas ya rozan el ridículo. Con la confección a medida logro lo que necesito: cuello 39, cuerpo 40 y mangas 41.

No termina ahí la cosa. La camisería a medida permite la personalización absoluta de la prenda. Veamos algunos detalles que pasan desapercibidos para el común de los mortales. Si se usa puño doble para gemelos es un crimen que la camisa tenga bolsillo -salvo si uno es ingeniero y uno puede vivir sin el roller en el bolsillo-, detalle que a la inmensa mayoría de los fabricantes parece no importarles. Del mismo modo una camisa de vestir no debería tener tapa en los botones, es lo que se conoce como cierre francés.

La elección del tipo de cuello es otra ciencia aparte, si bien en tailor4less.com andan bastante escasos de opciones y es de las pocos puntos para la mejora que tienen. Como lo es el bordado de las iniciales, su tipografía, color y ubicación. Todavía recuerdo aquella vez que me preguntaron qué marca era aquella tan rara F.A., ¡cosas veredes, amigo Sancho!.

Otras posibilidades que no son fruto del azar o el capricho es si la camisa es más o menos entallada; si tiene fuelle sencillo o doble en la espalda, o bien si es totalmente lisa. Ahora se riza el rizo y uno puede elegir el color con el que se cosen los ojales, me imagino que un detalle de gran predicamento en Italia. Se puede escoger el color de cuello y de la vuelta de los puños, lo cual puede llevar a no pocas estridencias, pero igualmente a alguna muestra de distinción.

El resultado de esta experiencia ha sido bastante agradable. He logrado volver a apreciar los detalles de la libertad de elección, cercenada por la confección tradicional y negada por el desconocimiento generalizado.

sábado, 7 de julio de 2012

Los frutos del desconocimiento


En ocasiones, de las conversaciones más insustanciales se aprende más que de los sesudos monólogos. En realidad casi siempre. El desconocimiento a veces nos entrega las más bondadosas lecciones, mayormente cuando aparece taimado en esas charlas inocuas y vanas. Así es como vengo yo descubriendo el vacío de elegancia que sufre nuestra sociedad.

Bajo un atuendo más o menos correcto, desfavorecedor en cualquier caso, a buen seguro víctima de alguna tienda de ropa rápida, sino de alguna boutique de esas que en pleno siglo XXI continúan con esa imagen tan de los ochenta, hay jóvenes que nos revelan lo limitado de su conocimiento social.  Personas que desconocen la posibilidad de que un hombre vista zapatos sin calcetín, o que use calcetines ejecutivos, como dirían en el lenguaje de los fáciles de impresionar, son legión.

Llegados a ese punto uno empieza a divagar acerca de la vestimenta masculina por estos lares del planeta. Que si las chaquetas con dos cortes atrás, que si los dos botones, que si el entallado. Sin necesidad de llegar a las profundidades del uso de la camisa, uno va sintiendo cómo la legión va desconectando. No interesa. Están en otra cosa.

Recuerdo cómo antes de cumplir los veinte ya me había leído cualquier manual de buenas maneras, cómo engullía cada línea de la sección de estilo de la revista Dinero, cómo me preocupé por cultivar el conocimiento de las formas y los modales. Luego descubrí, como ya se ha contado aquí, que el dandismo consiste en conocer las normas para poder romperlas.

Ahora con veintitantos años la inmensa mayoría de las personas, subidas en los pep toes de saldo o en las cómodas zapatillas con aspecto de zapato, difícilmente distinguen entre un mocasín y un náutico; ni saben que las camisas se pueden hacer a medida. De lo contrario el único día al año que usan corbata no llevarían ese cuello flojo tan espantoso. Ahora el dandismo lo representan personajes del estilo de Jennifer López y Justin Timberlake, los cuales tampoco dan la impresión de conocer mucho de normas de urbanidad.

A partir de ahí, ¿qué podemos pedirles a estas generaciones que avanzan en la vida social?. ¿Qué pongan la mesa de forma adecuada?. ¿Qué dejen de usar camisas en tonos malva para ir a una boda?. No, simple y sencillamente lo que podemos esperar es que imiten todo lo que van viendo en la televisión, las revistas y las amistades. Todo mezclado con un poco de ese acervo de tradición que quizá la familia les ha ido heredando. Una tradición probablemente ya en desuso, cuando no anclada en parámetros antediluvianos.

Con este creciente desinterés por la urbanidad, por las buenas maneras y por las normas del buen vestir, yo diría que nuestra sociedad poco a poco se va consumiendo en un mar de mediocridad. Baste decir que los vaqueros se han convertido, súbitamente, en una prenda aceptada incluso en actos de cierta categoría por imperativo legal de alguna diseñadora de imagen imitable.

domingo, 1 de julio de 2012

La lectura y la elegancia (Carta al autor)


Hola Paco,

Como habrás comprobado, prácticamente ya no escribo. Todo empezó por ahí. Los asuntos del parné eran la escusa perfecta. Hasta tal punto que ni siquiera remordimientos he tenido al respecto de mi terrible abandono. De ahí que las musas de la inspiración, aquellas inseparables meretrices que fustigaban a Bécquer para que nos llenara la sangre de melancolía en nuestra infancia, no aparecen desde hace meses. Siglos, que diría el Maestro.

Ahora he dejado de leer. En el último año y medio sólo he sido capaz de terminar la biografía de un genio hijo-de-puta llamado Steve Jobs (Q.D.T.E.S.G.). He anulado la suscripción del periódico y apenas ojeo el que llega a la oficina algún día suelto. Tampoco leo blogs. Revelación que me granjeará alguna que otra enemistad. Ni leo noticias completas en los medios digitales, apenas los titulares. La última columna de opinión que leí entera se pierde in illo témpore.

Lo único que leo son renglones de un máximo de 140 caracteres o estados de ánimo. En ocasiones apocalípticos –los míos-, otras informativos de carácter particular y la mayoría de las veces absolutamente intrascendentes, por no decir de una imbecilidad supina –incluidos los míos-.

Trasiego éste de la lectura telemática que me lleva a vivir vidas ajenas o a analizar problemas de algebra humanoide con tintes de revolución de mesa camilla. Este mundo cibernético ha creado demasiado Noel Gallagher: “I´m gonna start a revolution from my bed”.

Leo también correos electrónicos, decenas a diario. Renunciando así a mi propia elegancia por eso ahora los llevo en el bolsillo. Esos correos que son los telegramas del siglo que nos alberga: “Mejor esperemos hasta el martes” y versos de similar enjundia. De igual modo yo me he sumado a la tendencia y contesto sin el menor rubor: “Ok”.

¿Qué será lo próximo?. ¿Dejaré de escuchar música, salvo la que ponen en la emisora de los adolescentes cuando me subo al coche?. ¿Me convertiré en presa de la mediocridad encarnada por los íconos del estilo de Adele?. Menos mal que el mismo aparato que recibe los correos electrónicos en mi bolsillo, me recuerda que Glenn Gould y Bach existen cada vez que recibo una llamada. Creo que la bourée primera de la suite inglesa número uno me ha salvado la vida.

Así he llegado a esta situación de indolencia absoluta. Abandonándome a mi y a los que se dignaban a leer esas cuatro líneas que, hasta hace unos siglos –te echo de menos Maestro-, llenaban una parte importante de mi vida. Un hueco que ahora lleno con vino, conversaciones y hojas de cálculo.

Desde que no leo/escribo el carácter me ha cambiado. A peor, naturalmente. Porque cuando se vacía algo no se puede reemplazar con lo primero que pasa por la puerta. Aunque el vino sea excelente y las conversaciones acuciantes, al final el ciclo se vuelve repetitivo y el vacío sale a flote y se llena con lo peor de cada casa. Porque los vacíos existenciales siempre los llenan los mismos: el resentimiento y el odio.

En la soledad de los días, completados con divertimentos, vanidades y vacuidad –el vacío de lo vacuo-, me encuentro contigo y me veo en la necesidad de confesártelo: ayer tuve una revelación. Esa revelación es esta carta que te escribo, que a buen seguro tú sabrás interpretar.

Un fuerte abrazo,

Paco A.

jueves, 16 de febrero de 2012

De la masa adocenada al crowdsourcing


Es un tema recurrente de este blog el de hablar de la necesidad humana de pertenecer a un grupo. Lo vengo señalando casi desde que empezó este espacio y luego me he referido a él en repetidas ocasiones. La sociedad de la información, que es esa cursilada a la que nos referimos como la época en la que vivimos, nos ha dotado de innumerables herramientas para huir del adocenamiento. Sin embargo, la naturaleza humana, en su condición animal, se sobrepone al progreso y el instinto de pertenencia prevalece.

Este universo digital y de la comunicación global lo que ha permitido, en mi particular opinión, es homogeneizarnos más aún. A pesar de las infinitas opciones que aparecen en nuestro horizonte gracias a las nuevas tecnologías, nosotros siempre, como la cabra, tiramos al monte, es decir, a lo seguro.

Podríamos pensar que, por ejemplo, la posibilidad de tener un blog es un instrumento de individualización extraordinario, pero la realidad dice lo contrario. Ahí tenemos a los egobloggers como botón de muestra. Han convertido esta herramienta para salir de la masa en una forma de pertenecer a una categoría social de más que dudosa elegancia. No sólo me refiero al fondo del asunto, sino a las formas: las mismas poses, el mismo tipo de letra, el mismo formato de post –recordemos que este tipo de personas postean, no publican-, etc.

Hace unos días tuve ocasión de asistir a un evento TED. Para los profanos les diré que es una especie de conferencia en la que participan un puñado de ponentes en exposiciones cortas. Una suerte de monólogos encadenados que se graban y luego se emiten por Internet. Hablan de temas de lo más variopinto y algunos cuentan chistes o interpretan piezas musicales.

Casi todos recurren a lugares comunes de lo políticamente correcto: el cambio climático, la pobreza mundial, lo importante de hacer ejercicio y eso de los nuevos “paradigmas” de la sociedad, todo bañado de una especie de canto a lo cool que es estar allí. La esencia es ver a una señora con micrófono inalámbrico, gesticulando de un lado a otro del escenario y contándonos su historia de superación en la vida. Entren a la sección Inspiring de los TED talks y me lo cuentan.

Ahí me di cuenta de que los viejos aglutinadores de nuestra sociedad han cambiado radicalmente. Ahora el punto de encuentro de la manada no es el cafetín, que dijera Ortega en La rebelión de las masas, ni el bar de la esquina de Joaquín Sabina, ahora es la Red. Ahora nos agrupamos por medio del blog, el tuiter y el feisbuk y los mantras de nuestra sociedad se dictan en los TED talks, entre otros medios autorizados.

Hemos dejado de ser la masa adocenada para convertirnos en crowd. Por eso no tomamos café con los amigos, sino que hacemos crowdsourcing. Mientras los más avezados se dedican al crowfounding, es decir, lo mismo pero con la intención de sacarnos el dinero a los que formamos el crowd.

Aunque no todo es virtual para este nuevo tropel. Para eso se han puesto de moda las maratones multitudinarias y demás pruebas deportivas llevadas al extremo; para eso están las manifestaciones y acampadas en plazas públicas convocadas a golpe de tuit; para eso han nacido los TED, aunque dé igual verlos en el iPad que presenciarlos en directo; y, finalmente, aún persisten los conciertos de música y los pujantes festivales.

Al fin y al cabo seguimos siendo humanos, demasiado humanos, que escribiera Nietzsche. Aunque yo creo que nos hemos divido en dos grupos: los que necesitan pertenecer y los que buscan trascender.

martes, 17 de enero de 2012

A vueltas con los nombres


Años atrás, con ocasión de los nacimientos de los hijos de algunas personas cercanas, tuve ocasión de desgranar la importancia de los nombres escogidos para los vástagos de cada uno. En aquella ocasión mis referencias eran muy evidentes. Las Jennifer o los Kevin, así como la nueva hornada de Isabellas que surgía de este lado de la Mar Océana, eran y continúan siendo una práctica señalada como poco elegante en cualquier foro que se precie.

Aquellas líneas me consta que fueron -y continúan siendo- muy visitadas por algunos padres, que veían en la Red una forma lícita de búsqueda del nombre de sus descendientes. Espero que sirvieran de algo al igual que éstas que el amable lector se digna a continuar recorriendo con su mirada.

Ahora en España la nomenclatura de la progenie se ha vuelto un poco más sofisticada. Huyendo de los nombres tradicionales se empieza a optar por variantes un poco más creativas, o bien se echa mano del Cantar del Mío Cid para ponerse en el otro extremo. Lo cual no deja de ser un acto de creatividad en mi humilde opinión.

Así, entre la golpeada clase media con pretensiones que pulula por la piel de toro, hace tiempo que empiezan a adoptarse como comunes nombres que no dejan de ser foráneos y versiones de los tradicionales. Martina seguramente es un nombre muy común en Argentina o Chile, pero no es propio de los nacidos en España. Lo mismo ocurre con Daniela o Andrea, por poner dos ejemplos que comienzan a poblar la fauna urbana patria. Como lo hacen los periquitos americanos, que campan por sus respetos en los parques públicos a los que acuden las criaturas que, ufanas, portan el nombre de alguna modelo, cantante o actriz.

Entre los varones hace furor Hugo. Nombre que tampoco es usual en la Madre Patria, pero que tan de moda han puesto entre cantantes y actores de series. Una variante de este caso son los que bautizan –por lo civil o por la Iglesia, tema sobre el que reflexionar otro día- Iker, Jordi o Pau a su retoño de nacimiento y profundas raíces extremeñas.


Particularmente me chocó saber que el más respetado de los toreros de nuestro país, Enrique Ponce, acaba de recetar a su neonata como nombre de pila Bianca. Lo cual sin duda debe ser una ocurrencia de su amada esposa, tan prototipo maleni ella. A todos los efectos es como llamarle Mía a la criatura, elección con mucho predicamento en estos tiempos que corren, al igual que Fiorella. Nombres que suenan genial cuando van acompañados de un apellido foráneo, pero que chirrían acompañados de los apellidos españoles.

Otra tendencia es el recorte y adaptación. Aparecen así los Leos, Teos y de mas eos, todos muy propios de vástagos de actores y actrices en busca de dar continuidad la saga familiar de histriones por la vía del nombre más o menos ocurrente. Véanse los Libertos, Albas, Lunas y demás elevaciones a la categoría de nombre de pila de sustantivos corrientes. A estos hemos de sumar los hipocorísticos que toman carta de naturaleza como nombres de pila, es decir, Lola en lugar de Dolores o Lolo en lugar de Manuel. Otra nota creativa con gran aceptación en el mundo de la farándula y sus más acérrimos seguidores.

No piense el lector que lo que yo propugno es el santoral como única guía válida a la hora de nominar a nuestros hijos. Fíjense en esta nueva pléyade de infantes con nombres procedentes de lo más profundo de nuestras raíces cristianas, emparentando casi con los reyes godos. No es de extrañar recorrer las calles del barrio de Salamanca y escuchar como los afanados progenitores gritan a sus Covandongas, sus Iñigos y sus Pelayos. Sinceramente, y a riesgo de ser juzgado de poco aristocrático, tampoco lo veo.