Mostrando entradas con la etiqueta prensa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta prensa. Mostrar todas las entradas

viernes, 24 de julio de 2020

Coronavirus, estupidez y elegancia

A los que les gusta el tono apocalíptico, esos que no se quitan la nueva normalidad de la boca, afirman que la pandemia generada por el coronavirus va a cambiar el mundo. En realidad la Humanidad ya estaba cambiando, siempre cambia, se mueve. Somos seres que avanzan, muchas veces sin rumbo, pero no sabemos estar quietos, y menos ahora, obligados por un virus. Por eso yo pienso que los cambios ya estaban ahí, latentes, presentes, escondidos o apenas enseñando la patita, el -la, los, las- Covid-19 sólo llegó para acelerarlos.



Nuestra dependencia digital se ha vuelto exponencial y, con ella, sus consecuencias, no todas positivas. Bertrand Russell afirmó que “con un poco de agilidad mental y un par de lecturas de segunda mano, cualquier hombre encuentra pruebas de aquello en lo que necesita creer”. Considerando que Russell murió en 1970, esa búsqueda debía ser de lecturas físicas, es decir, libros, periódicos, revistas, etc. ¿Se imagina el amable lector lo que significa esta afirmación hoy con la cantidad de acceso que tenemos a información?
 



Si alguien cree que la pandemia es una conspiración de algún maquiavélico magnate, sólo tiene que hacer la búsqueda correspondiente en Internet. Si llegó a la conclusión de que el virus nació en un laboratorio chino, hay miles de artículos que lo demuestran de forma fehaciente. Si opina que la mascarilla es el bálsamo de fierabrás, hay decenas de papers -ojo, antes los papers estaban vedados a los científicos y gente con muchos estudios- que así lo indican. Si piensa que no sirven para nada, también hay estudios que lo afirman con rotundidad.

 

La cuestión es que nos hemos vuelto cómodos, livianos, estúpidos, si se me permite. Sólo hay que agarrar una idea, una creencia, un trending topic y hacerlo propio, defenderlo a capa y espada, al final hay “lecturas” que nos apoyan, incluso videos, aunque sean de Playground. Acceso a más información no significa más criterio para tomar decisiones, porque la información requiere reflexión y análisis antes de convertise en opinión. El problema es ese: confundimos opinión con información. La inmensa mayoría de las lecturas contienen ya el análisis, la reflexión, las conclusiones, así que las tomamos porque era justo lo que estábamos buscando, pero son opiniones de terceros que refuerzan la nuestra.

 

Pero el ser humano ha renunciado ya al raciocinio superior que le fue otorgado. Ha dado por extinto el criterio propio. Prefiere sumarse al que gracil, dócil y asequible le ofrecen las lecturas de segunda mano. Y, juramentados tras una infinita capa de prejuicios, vamos tomando, cual Eva en el Paraíso, las manzanas que nos hacen más tupida la cota de malla de nuestras creencias, convertidas en verdades.

 

sábado, 17 de octubre de 2009

El Óscar de la Paz


No todas las disciplinas de la ciencia, el arte o la cultura están contempladas en los premios Nóbel. Pero quizá por el prestigio universal del que gozan los galardones de la academia sueca, existen premios internacionales que son considerados los nóbel de su categoría. Por ejemplo al premio Pulitzer se le considera el Nóbel de Periodismo, así como el Prizker viene a ser el Nóbel de Arquitectura.

Esta tendencia parece que va a formar parte del pasado, toda vez que a lo largo de los últimos años el premio Nóbel de la Paz ha sido concedido, en demasiadas ocasiones, más por relevancia mediática internacional que por la labor a favor de tan noble fin realizada por el perceptor del galardón. De este modo vamos a tener que empezar a llamar a esta distinción sueca anual el Óscar de la Paz, en vista de que el componente propagandístico parece pesar bastante entre los insignes miembros del jurado.

Ya cuando en 1992 se concedió el premio a Rigoberta Menchú, básicamente por la publicación de una biografía, basada en conversaciones mantenidas con Elisabeth Burgos, que fue la que la escribió, el Comité Noruego del Noble dio muestras de su debilidad por los fenómenos mediáticos. Poco después se comprobó que la denominada autobiografía de la Menchú estaba plagada de “inexactitudes”, por no decir que era más propia del género novelesco.

Luego llegó el premio por el video de denuncia-ficción de Al Gore, más propio de Michael Moore que de un candidato presidencial estadounidense. Como sabrán los lectores, la única verdad incómoda de la película de Gore era que los datos –presuntamente científicos- y efectos especiales que se mostraban en la cinta eran más falsos que las naves de Star Wars. A partir del nóbel Al Gore recorrió el planeta en avión privado recogiendo galardones y dando conferencias, dando así un claro ejemplo de lo que le importa el cambio climático.

Pero la palma se la lleva este nuevo galardón mediático para el flamante presidente de los Estados Unidos. Barrack Hussein Obama no ha tenido ni siquiera que escribir un libro, ni que filmar una película para ser acreedor del Óscar de la Paz. Obama sólo ha tenido que dar unas cuantas ruedas de prensa más o menos afortunadas hablando de paz, desarme nuclear y “una nueva era en las relaciones internacionales”, la cual aún no sabemos en qué consiste. A no ser que este nuevo eufemismo consista en certificar el estancamiento de las guerras en Irak y Afganistán.

De lo que podemos estar seguros es de lo poco que ha hecho este señor en su corto plazo de mandato por llevar la paz al patio trasero estadounidense. Me refiero concretamente a la nula intervención de la Administración Obama en el conflicto hondureño. Aparte de cuatro gestos aislados, el golpe hondureño no ha ocupado ni veinte minutos en la agenda del hombre que presuntamente ha trabajado más por la paz en nuestro planeta a lo largo del último año. Todo un ejemplo de que este galardón huele más a superproducción hollywoodense que a la tozuda realidad de un mundo en crisis.

miércoles, 15 de abril de 2009

Los periódicos y la elegancia


Una de las grandes ventajas que hemos descubierto con el maravilloso mundo del Internet es que tenemos acceso a una fuente casi infinita de información. Mayormente de información fresca, de noticias, de actualidades efímeras de esas que tanto llenan nuestra vida en sociedad. Ahora ya no hay que ir al quiosco a comprar la prensa diaria. La prensa entra por la rendija de la conexión a la Red de Redes -¡menuda cursilada!- de nuestro hogar o de la oficina.

¡Qué equivocados estamos!. De nuevo confundimos variedad, o mejor dicho cantidad, con calidad. Nos conformamos con los titulares digitales de tres o cuatro diarios cibernéticos –unos versión del físico y otros nacidos al calor de la “sociedad de la información”- en lugar de entretenernos con la lectura sosegada y extensa de un solo periódico. Porque parece que lo elegante es decir que se han leído cuatro o cinco medios en lugar de uno sólo pero bien leído.

Nada más lejos de la realidad. Si la lectura de un diario ya es un acto de manipulación consentida en un noventa por ciento de los casos, el repaso de los titulares digitales es la constatación de lo poco que le interesa al individuo contemporáneo detenerse a pensar en la veracidad de lo que lee.

Los periódicos digitales son el extremo de la manipulación mediática a la que estamos sometidos a diario y desde todos los medios. Uno abre la página en cuestión y sólo ve un compendio seleccionado de aquello que le quieren vender. Es como si del periódico impreso uno sólo leyese la portada. Sí, yo sé que se puede entra en el desglose de la noticia, pero sigue siendo incompleta.

Textos reducidos que no cansen al “espectador”, dado que la fatiga visual en la pantalla supera a la que provoca leer el medio impreso. Porque los visitantes de los medios digitales tienen más de espectadores que de verdaderos lectores. ¿Cuántos artículos completos leemos y cuántas veces simplemente pasamos de largo llevándonos en la retina el titular?. ¿Cuántas personas se habrán quedado en el primer párrafo de este artículo ante la perspectiva de tener que leer en la pantalla toda una columna?.

El periódico impreso es otra cosa. Empezando por el acto religioso de adquirirlo en el quiosco o recogerlo de la puerta de la casa, como hacía yo en mi Costa Rica querida, impregnándose de ese tumulto de sapiencia que es el olor a tinta sobre papel. Continuando por el repaso detallado de los titulares, no sólo los de la portada, y finalizando con la lectura reposada de nuestra columna favorita.

El periódico impreso llega a detalles mayores y está salpicado de muchas más imágenes de las que caben en una pantalla. Por no hablar de las viñetas, verdaderas obras de arte muchas de ellas. Deleite de unos, los lectores, y cabreo monumental de otros, los protagonistas.

Leer el periódico en la sala de espera, en el autobús, en el metro, en la cafetería, es mucho más elegante que ponerse a mirar la diminuta pantalla del cacharro electrónico de moda, intentando “informarse” de lo que otros quieren que sepamos o dejemos de saber. Sin pretensiones, sin idas y venidas digitales, pasando las páginas cadenciosamente y leyendo los entresijos de la actualidad. Esos avatares que mañana por la mañana serán pasado, pero quedan ahí, impresos, aunque ya sólo sirva para limpiar los cristales o para embalar la vajilla de loza(*).

(*) Desembalando el juego de café de la abuela me encuentro lo siguiente: 30 de diciembre de 2007. El Mundo, Tribuna: “Cómo afrontar la crisis económica mundial”.