Valores, no derechos
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En ocasiones se producen acontecimientos que ponen a prueba la solidez de
una sociedad. Estos meses, desde que iniciara la huelga de los sindicatos
del se...
jueves, 7 de mayo de 2009
La vanidad y la elegancia
Sin vanidad no existiría la elegancia. Sin un poquito de amor propio nadie puede ser elegante. Así de rotundo y concreto es esto. La vanidad, como el sentido de autoprotección, viene por defecto en todos lo seres humanos y sin ella no podríamos poner de manifiesto nuestra propia individualidad.
No nos olvidemos de que la vanidad la encontramos por todos lados. Porque vanidosa es Victoria Beckham, que no sabe que modelito se va a poner, pero vanidoso es igualmente cualquier joven de tendencia comunistoide que se deja la barba, se pone una camiseta del Ché y tiende a no lavarse demasiado para que, con el agua, sus firmes valores leninistas no se diluyan.
Ahora bien, como casi todo en la vida, en la moderación está la virtud y el exceso de vanidad suele ser fiel compañero de la falta de elegancia. Lo veíamos cuando hablábamos de la metrosexualidad o del lujo. Cuando la gente confunde quererse a uno mismo con que los demás lo quieran por lo que tiene y no por lo que es. Eso imagino que ya lo intuía el amable lector. Por eso no voy a ahondar más en la proporcionalidad inversa de la vanidad y la elegancia. En definitiva, que a más vanidad, una vez que se superan ciertos límites, menos elegancia.
De lo que yo quiero hablar es de la vanidad que se oculta tras el llanto, el sollozo, la queja, la abnegación. Esa vanidad que no percibimos como tal pero que es la peor de las formas que puede adoptar, amén de la menos elegante de todas. Ahora bien, que esté disimulada no quiere decir que no se prodigue, tanto o más, que la vanidad directa.
Todos tenemos un amigo, un conocido o un familiar aficionado al lamento. Su vida es la queja continua por su situación personal o las condiciones de la misma. Aunque si lo analizamos con objetividad veremos que seguramente viven mejor que el resto de los mortales, con la gran diferencia de lo poco que nos quejamos los demás y el continuo dolor que los acompaña a ellos.
En este sentido los familiares ochatresistas nos suelen aportar los mejores y más valiosos ejemplos. A pesar de que tienen empleos inamovibles, horarios y vacaciones cercanas a las de nuestros hijos y sueldos más que aceptables, la vida los trata con desdén.
Sus jefes suelen ser ogros que suplen con mala leche la incapacidad para despedirlos, sus salarios apenas suben el IPC y no les dejan tomarse todos los puentes. Tragedias irremediables que no continúo narrando porque seguramente el amable lector puede completar estas líneas con ejemplos mucho más ilustrativos.
Otros vanidosos que se esconden bajo los ropajes de la abnegación son muchos de los personajes públicos que dedican su vida a causas diversas. Desde la investigación del mono malayo, hasta la construcción de escuelas en los arrabales de Mumbai, que es como ahora se llama a la Bombay de toda la vida. Bajo apariencia harapienta, estos mártires del siglo XXI nos muestran lo sacrificado de sus vidas e incluso arrastran a los suyos a vivir bajo los estándares propios del que da su vida por una causa, se sobreentiende que justa.
Sin ir más lejos el otro día escuché que Vicente Ferrer, fundador de una ONG que lleva su nombre siempre va vestido exactamente igual. Esto, que podría parecer algo normal, resulta que no es una cuestión trivial, dado que encontrar idéntica tela para las camisas que lleva vistiendo desde hace décadas no es nada fácil. No importa mientras le logre el objetivo de hacer creer que lleva con la misma indumentaria treinta años.
En ambos casos, de lo que hablamos, no se lleven a engaño, es de vanidad pura y dura. Dar pena a sabiendas y con fruición no es más que una forma de llamar la atención del prójimo, con los mismos o peores objetivos que el aficionado al autobombo.
Porque como decía mi estimado Salvador Moreno Peralta, insigne arquitecto malagueño y escritor incomprendido, “entre el sahumerio y el flagelo, me quedo con el primero porque, aunque atufa, por lo menos no salpica”.
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7 comentarios:
Cualquiera diría que has ordenado todas las vanidades por orden de importáncia, no se si es así...
Llegando al pariente quejoso la cosa se va poniendo peor,lo del personaje público investigando al mono malayo o haciéndose fotos con niños multicolores ya me cabrea mas, incluso creo que empiezo a entender el lado vanidoso y poco elegante en las ONG.
Pero ¿de verdad Vicente Ferrer es vanidoso? fíjate que hace poco vi una entrevista que le hicieron y me pareció la mar de humilde, no me lo imagino gastando su tiempo en buscar telas discretas para sus camisas.
Me gustan tus artículos para pensar, que cosas....
Mi estimada Eva,
Yo no sé si he ordenado o desordenado las vanidades. Al menos he querido compartir ese descubrimiento de la vanidad inversa que resulta tan peligrosa o más que la otra.
Vicente Ferrer, independientemente de su labor títanica y plausible, por supuesto que es un vanidoso. Las camisas no se las busca él, se las buscan.
Gracias a ti por comentar.
Creo que he olvidado aclarar que los "ochatresistas" son aquellos ciudadanos que trabajan de 8 de la mañana a 3 de la tarde, algunos incluso menos.
Pues si, mi estimada Sol, otro ejemplo de lo que venía yo a denunciar aquí.
Muchas gracias.
Jajajaja...ahora voy a ver vanidosos por todos lados.
Normalmente, me doy cuenta de que alguien quiere dar una imagen falsa de humildad porque algo te chirría al verlo o escucharlo. Y supongo que ahí está el problema, si lo vemos y escuchamos es porque está en los medios, fuente inagotable de humildad.
Un saludo!
Se me ha olvidado poner las comillas en la humildad última!
Hola Chema,
Estamos de acuerdo. Muchos de estos "mártires del siglo XXI" luego vienen diciendo que si salen en la tele es porque necesitan que la gente tome conciencia, pero yo ya no me creo nada.
Hablando de estos temas el otro día me llegó un email de "Acción contra el hambre" pidiendo dinero y yo le contesté a la que me lo mandó diciéndole que mejor se hubieran ahorrado la campaña esa de "Pídeselo a Al Gore", con la que han empapelado las marquesinas de toda España. O, mejor aún, que le pidan el dinero al propio Gore.
Un abrazo.
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