martes, 24 de julio de 2012

Correr, esa extraña moda

Me imagino que es un fenómeno global. Ahora a todo el mundo le ha dado por correr. Sí, sí, correr. Sin motivo aparente, sin que medie aquella persecución de los grises, ahora las lecheras de los nacionales que tanto han popularizado las legiones indignadas. Correr así, por gusto, parece que está de moda.

Y como cualquier moda de las muchas que transitan por nuestras vidas, el ser humano necesita, como animal gregario que es, anunciarlo a los cuatro vientos. Así, los corredores de nuevo cuño se reivindican en las redes sociales. En el tuister: "@runner_CR acaba de correr 8.7 kms en 58:14 y utilizó Nike App para iPhone". Con lo cual se matan varios pájaros de un tiro. El primero decir que corremos, el segundo que tenemos iPhone y el tercero que tenemos un artilugio para ir corriendo con el móvil colgado en alguna parte del cuerpo. La cuadratura del círculo, oiga.

En feisbuk la cosa es peor. Porque en el tuister lo que leemos son datos concretos o afirmaciones más o menos afortunadas, tipo "14 Kms check y con buen tiempo", es decir, que no llovía. Sin embargo, en feisbuk tenemos que ver la cara de los corredores aficionados en plena acción, con esa expresión de sufrimiento que tienen los atletas noveles y la cristalización del sudor en varias partes del cuerpo y la ropa. ¿De veras se sienten orgullosos?. No lo creo.

El espectáculo para el espectador que, como un servidor, no comprende como hay gente que se dedica a correr sin motivo aparente, resulta dantesco. ¿Qué gracia tiene ver a una persona con poca ropa sufriendo voluntariamente para perder unos kilos y sudando desaforadamente?. Por favor, piensen antes de contestar.

Los lunes, al menos aquí en Costa Rica, la galería de fotos de las carreras dominicales es interminable. Porque ese es el otro drama de estas exhibiciones públicas de contrición física: se han convertido en un negocio pujante. No hay que ser un iluminado para comprobar que ahora se corren maratones en todas las ciudades del planeta, desde la tradicional Nueva York hasta el último pueblo de Guatemala, por ejemplo.

Por no hablar de las infinitas carreras benéficas que se suceden cada domingo. Contra la malaria en Bretaña, contra la esclavitud infantil en Brunei, a favor de los sin techo de Katmandu... cualquier causa es buena para montar una carrera dominical. Carreras por otro lado que suman un incentivo más a la hora de colgar la foto en feisbuk, no sólo aparecemos corriendo y sudando como animales no rumiantes de pezuña hendida, sino que lo hacemos por una buena causa. No por perder peso o cumplir el punto vigesimo cuarto de la bucket list, ni tampoco para sacar a pasear el ego. Jamás. Lo hacemos por los niños bruneanos, sometidos como esclavos al totalitarismo petrolero.

Correr parece que tiene innumerables efectos positivos para el organismo. Ahora se habla mucho de la endorfina que se produce con esto de dar zancadas por los parques. Algo que desconocíamos como resultado de la actividad física y siempre habíamos asociado al consumo de sustancias estupefacientes. Entonces uno oye hablar al maratoniano en ciernes sobre la sensación irremplazable de bienestar que le genera correr. La verdad es que yo lo único que recuerdo de correr es que produce cansancio y al día siguiente un gran malestar, traducido en pocas ganas de levantarme de la cama.

No recuerdo quién dijo que en las biografías de los mártires siempre intuyó algo de vanidad. Pero a mi me suena que en esto de correr van por ahí los tiros.

lunes, 16 de julio de 2012

La felicidad de elegir. Camisas a medida.

Confieso, no sin cierta amargura, que hacía casi ocho años que no me hacía una camisa a medida. En Costa Rica es sencillamente imposible. Mis intentos con trajes y chaquetas fueron irregulares, pero lo de las camisas ni siquiera era una opción. Ha sido una travesía por el desierto, paniaguada con el descubrimiento de un par de marcas que se adaptaban relativamente a mis necesidades, aunque muy lejos de lo que ofrece una camisa hecha a medida.

Esta travesía acaba de finalizar gracias a la tecnología. La firma tailor4less.com ha sido todo un descubrimiento. Ahora puedo encargar mis camisas a medida por internet y recogerlas en alguno de mis viajes a España o solicitar que me las traiga alguno de los numerosos expatriados y emigrantes que empiezan a poblar Costa Rica -como el resto de América Latina-.

¿Por qué un hombre necesita hacerse las camisas a medida?. Se preguntarán no pocos, mayormente aquellos que encajan con el perfil del que se hablaba aquí hace tan sólo unos días. Las razones son múltiples. Para mi lo fundamental es que la camisería a medida permite a la prenda masculina por excelencia adaptarse al cuerpo de su percha.

En mi caso tengo el cuello más bien estrecho y los brazos largos, con lo cual las medidas estándar suelen quedarme boconas y cortas de mangas. Si acorto una talla para lograr el ajuste perfecto en el cuello, las mangas ya rozan el ridículo. Con la confección a medida logro lo que necesito: cuello 39, cuerpo 40 y mangas 41.

No termina ahí la cosa. La camisería a medida permite la personalización absoluta de la prenda. Veamos algunos detalles que pasan desapercibidos para el común de los mortales. Si se usa puño doble para gemelos es un crimen que la camisa tenga bolsillo -salvo si uno es ingeniero y uno puede vivir sin el roller en el bolsillo-, detalle que a la inmensa mayoría de los fabricantes parece no importarles. Del mismo modo una camisa de vestir no debería tener tapa en los botones, es lo que se conoce como cierre francés.

La elección del tipo de cuello es otra ciencia aparte, si bien en tailor4less.com andan bastante escasos de opciones y es de las pocos puntos para la mejora que tienen. Como lo es el bordado de las iniciales, su tipografía, color y ubicación. Todavía recuerdo aquella vez que me preguntaron qué marca era aquella tan rara F.A., ¡cosas veredes, amigo Sancho!.

Otras posibilidades que no son fruto del azar o el capricho es si la camisa es más o menos entallada; si tiene fuelle sencillo o doble en la espalda, o bien si es totalmente lisa. Ahora se riza el rizo y uno puede elegir el color con el que se cosen los ojales, me imagino que un detalle de gran predicamento en Italia. Se puede escoger el color de cuello y de la vuelta de los puños, lo cual puede llevar a no pocas estridencias, pero igualmente a alguna muestra de distinción.

El resultado de esta experiencia ha sido bastante agradable. He logrado volver a apreciar los detalles de la libertad de elección, cercenada por la confección tradicional y negada por el desconocimiento generalizado.

sábado, 7 de julio de 2012

Los frutos del desconocimiento


En ocasiones, de las conversaciones más insustanciales se aprende más que de los sesudos monólogos. En realidad casi siempre. El desconocimiento a veces nos entrega las más bondadosas lecciones, mayormente cuando aparece taimado en esas charlas inocuas y vanas. Así es como vengo yo descubriendo el vacío de elegancia que sufre nuestra sociedad.

Bajo un atuendo más o menos correcto, desfavorecedor en cualquier caso, a buen seguro víctima de alguna tienda de ropa rápida, sino de alguna boutique de esas que en pleno siglo XXI continúan con esa imagen tan de los ochenta, hay jóvenes que nos revelan lo limitado de su conocimiento social.  Personas que desconocen la posibilidad de que un hombre vista zapatos sin calcetín, o que use calcetines ejecutivos, como dirían en el lenguaje de los fáciles de impresionar, son legión.

Llegados a ese punto uno empieza a divagar acerca de la vestimenta masculina por estos lares del planeta. Que si las chaquetas con dos cortes atrás, que si los dos botones, que si el entallado. Sin necesidad de llegar a las profundidades del uso de la camisa, uno va sintiendo cómo la legión va desconectando. No interesa. Están en otra cosa.

Recuerdo cómo antes de cumplir los veinte ya me había leído cualquier manual de buenas maneras, cómo engullía cada línea de la sección de estilo de la revista Dinero, cómo me preocupé por cultivar el conocimiento de las formas y los modales. Luego descubrí, como ya se ha contado aquí, que el dandismo consiste en conocer las normas para poder romperlas.

Ahora con veintitantos años la inmensa mayoría de las personas, subidas en los pep toes de saldo o en las cómodas zapatillas con aspecto de zapato, difícilmente distinguen entre un mocasín y un náutico; ni saben que las camisas se pueden hacer a medida. De lo contrario el único día al año que usan corbata no llevarían ese cuello flojo tan espantoso. Ahora el dandismo lo representan personajes del estilo de Jennifer López y Justin Timberlake, los cuales tampoco dan la impresión de conocer mucho de normas de urbanidad.

A partir de ahí, ¿qué podemos pedirles a estas generaciones que avanzan en la vida social?. ¿Qué pongan la mesa de forma adecuada?. ¿Qué dejen de usar camisas en tonos malva para ir a una boda?. No, simple y sencillamente lo que podemos esperar es que imiten todo lo que van viendo en la televisión, las revistas y las amistades. Todo mezclado con un poco de ese acervo de tradición que quizá la familia les ha ido heredando. Una tradición probablemente ya en desuso, cuando no anclada en parámetros antediluvianos.

Con este creciente desinterés por la urbanidad, por las buenas maneras y por las normas del buen vestir, yo diría que nuestra sociedad poco a poco se va consumiendo en un mar de mediocridad. Baste decir que los vaqueros se han convertido, súbitamente, en una prenda aceptada incluso en actos de cierta categoría por imperativo legal de alguna diseñadora de imagen imitable.

domingo, 1 de julio de 2012

La lectura y la elegancia (Carta al autor)


Hola Paco,

Como habrás comprobado, prácticamente ya no escribo. Todo empezó por ahí. Los asuntos del parné eran la escusa perfecta. Hasta tal punto que ni siquiera remordimientos he tenido al respecto de mi terrible abandono. De ahí que las musas de la inspiración, aquellas inseparables meretrices que fustigaban a Bécquer para que nos llenara la sangre de melancolía en nuestra infancia, no aparecen desde hace meses. Siglos, que diría el Maestro.

Ahora he dejado de leer. En el último año y medio sólo he sido capaz de terminar la biografía de un genio hijo-de-puta llamado Steve Jobs (Q.D.T.E.S.G.). He anulado la suscripción del periódico y apenas ojeo el que llega a la oficina algún día suelto. Tampoco leo blogs. Revelación que me granjeará alguna que otra enemistad. Ni leo noticias completas en los medios digitales, apenas los titulares. La última columna de opinión que leí entera se pierde in illo témpore.

Lo único que leo son renglones de un máximo de 140 caracteres o estados de ánimo. En ocasiones apocalípticos –los míos-, otras informativos de carácter particular y la mayoría de las veces absolutamente intrascendentes, por no decir de una imbecilidad supina –incluidos los míos-.

Trasiego éste de la lectura telemática que me lleva a vivir vidas ajenas o a analizar problemas de algebra humanoide con tintes de revolución de mesa camilla. Este mundo cibernético ha creado demasiado Noel Gallagher: “I´m gonna start a revolution from my bed”.

Leo también correos electrónicos, decenas a diario. Renunciando así a mi propia elegancia por eso ahora los llevo en el bolsillo. Esos correos que son los telegramas del siglo que nos alberga: “Mejor esperemos hasta el martes” y versos de similar enjundia. De igual modo yo me he sumado a la tendencia y contesto sin el menor rubor: “Ok”.

¿Qué será lo próximo?. ¿Dejaré de escuchar música, salvo la que ponen en la emisora de los adolescentes cuando me subo al coche?. ¿Me convertiré en presa de la mediocridad encarnada por los íconos del estilo de Adele?. Menos mal que el mismo aparato que recibe los correos electrónicos en mi bolsillo, me recuerda que Glenn Gould y Bach existen cada vez que recibo una llamada. Creo que la bourée primera de la suite inglesa número uno me ha salvado la vida.

Así he llegado a esta situación de indolencia absoluta. Abandonándome a mi y a los que se dignaban a leer esas cuatro líneas que, hasta hace unos siglos –te echo de menos Maestro-, llenaban una parte importante de mi vida. Un hueco que ahora lleno con vino, conversaciones y hojas de cálculo.

Desde que no leo/escribo el carácter me ha cambiado. A peor, naturalmente. Porque cuando se vacía algo no se puede reemplazar con lo primero que pasa por la puerta. Aunque el vino sea excelente y las conversaciones acuciantes, al final el ciclo se vuelve repetitivo y el vacío sale a flote y se llena con lo peor de cada casa. Porque los vacíos existenciales siempre los llenan los mismos: el resentimiento y el odio.

En la soledad de los días, completados con divertimentos, vanidades y vacuidad –el vacío de lo vacuo-, me encuentro contigo y me veo en la necesidad de confesártelo: ayer tuve una revelación. Esa revelación es esta carta que te escribo, que a buen seguro tú sabrás interpretar.

Un fuerte abrazo,

Paco A.