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lunes, 27 de febrero de 2017

El nuevo vehículo de los cuarentones

Hoy voy a introducirme de nuevo en el interesantísimo tema del análisis del comportamiento social, es decir, de las cosas que hace el personal porque se pone de moda o, como se viene diciendo ahora: lo que es cool. En esta ocasión tocaré un tema sensible. Se trata de la crisis que los hombres sufrimos en el entorno de los cuarenta años. Lo que en el argot trendy viene llamándose midlife-crisis.

Al cumplir los cuarenta –o cuarenta y tantos, porque no es un número exacto- los hombres sentimos que ya no somos jóvenes y atractivos. Así, comenzamos a buscar cómo volver a ser interesantes y modernos.

A algunos les da por la actividad física desmedida. Los casos de lesiones de todo tipo se multiplican, no porque a partir de los cuarenta el cuerpo ya no sea el mismo, sino porque nos da por hacer más ejercicio del que habíamos hecho nunca antes. Un tío con 45 años que no ha hecho en su vida más deporte que el levantamiento de vidrios en locales autorizados para el expendio de bebidas alcohólicas, no puede pretender ser triatleta.  Se va a lesionar seguro. 


Otros combinan lo anterior con la compra de un vehículo de corte juvenil. Con el boom del ladrillo, la compra de descapotables de alta gama en España se disparó entre los mayores de cuarenta años. La correlación entre la compra de estos vehículos y el divorcio era cercana al cien por cien. Dicho de otro modo: Divorcio = Mercedes SLK.

En Costa Rica el fenónemo también se ha visto traducido en la venta masiva de otro tipo de vehículos: los pickups, conocidos en España en mi época como rancheras. Los cuarentones optan aquí por esos coches inmanejables que confieren al usuario un aire juvenil. Recordemos que en el pickup uno puede llevar la tabla de surf o la bicicleta de montaña, accesorios que no pueden faltar en esta etapa de la vida.

¿Qué no tiene bicicleta o tabla de surf?. No importa, nadie conoce ese dato. Lo que queda claro es que si uno tiene una ranchera es porque tiene una vida muy activa. Como cuando rondábamos los veinte.  De hecho este tipo de vehículos son propios de veinteañeros que los compran –los suele comprar papi- precisamente para dar ese tipo de impresión a las chicas de su edad: son aventureros, hombres de acción… y con dinero.


La cuestión es que cada mañana, cuando llevo a mi hija al colegio, me trago una procesión de padres en plena midlife-crisis conduciendo sus rancheras impecables. Todas en tonos metalizados, y ni rastro de barro, arena o cualquier otro tipo de suciedad. Al fin y al cabo son señores que no pueden ir con el coche sucio por la calle. Que nadie se lleve a equívoco.

martes, 24 de julio de 2012

Correr, esa extraña moda

Me imagino que es un fenómeno global. Ahora a todo el mundo le ha dado por correr. Sí, sí, correr. Sin motivo aparente, sin que medie aquella persecución de los grises, ahora las lecheras de los nacionales que tanto han popularizado las legiones indignadas. Correr así, por gusto, parece que está de moda.

Y como cualquier moda de las muchas que transitan por nuestras vidas, el ser humano necesita, como animal gregario que es, anunciarlo a los cuatro vientos. Así, los corredores de nuevo cuño se reivindican en las redes sociales. En el tuister: "@runner_CR acaba de correr 8.7 kms en 58:14 y utilizó Nike App para iPhone". Con lo cual se matan varios pájaros de un tiro. El primero decir que corremos, el segundo que tenemos iPhone y el tercero que tenemos un artilugio para ir corriendo con el móvil colgado en alguna parte del cuerpo. La cuadratura del círculo, oiga.

En feisbuk la cosa es peor. Porque en el tuister lo que leemos son datos concretos o afirmaciones más o menos afortunadas, tipo "14 Kms check y con buen tiempo", es decir, que no llovía. Sin embargo, en feisbuk tenemos que ver la cara de los corredores aficionados en plena acción, con esa expresión de sufrimiento que tienen los atletas noveles y la cristalización del sudor en varias partes del cuerpo y la ropa. ¿De veras se sienten orgullosos?. No lo creo.

El espectáculo para el espectador que, como un servidor, no comprende como hay gente que se dedica a correr sin motivo aparente, resulta dantesco. ¿Qué gracia tiene ver a una persona con poca ropa sufriendo voluntariamente para perder unos kilos y sudando desaforadamente?. Por favor, piensen antes de contestar.

Los lunes, al menos aquí en Costa Rica, la galería de fotos de las carreras dominicales es interminable. Porque ese es el otro drama de estas exhibiciones públicas de contrición física: se han convertido en un negocio pujante. No hay que ser un iluminado para comprobar que ahora se corren maratones en todas las ciudades del planeta, desde la tradicional Nueva York hasta el último pueblo de Guatemala, por ejemplo.

Por no hablar de las infinitas carreras benéficas que se suceden cada domingo. Contra la malaria en Bretaña, contra la esclavitud infantil en Brunei, a favor de los sin techo de Katmandu... cualquier causa es buena para montar una carrera dominical. Carreras por otro lado que suman un incentivo más a la hora de colgar la foto en feisbuk, no sólo aparecemos corriendo y sudando como animales no rumiantes de pezuña hendida, sino que lo hacemos por una buena causa. No por perder peso o cumplir el punto vigesimo cuarto de la bucket list, ni tampoco para sacar a pasear el ego. Jamás. Lo hacemos por los niños bruneanos, sometidos como esclavos al totalitarismo petrolero.

Correr parece que tiene innumerables efectos positivos para el organismo. Ahora se habla mucho de la endorfina que se produce con esto de dar zancadas por los parques. Algo que desconocíamos como resultado de la actividad física y siempre habíamos asociado al consumo de sustancias estupefacientes. Entonces uno oye hablar al maratoniano en ciernes sobre la sensación irremplazable de bienestar que le genera correr. La verdad es que yo lo único que recuerdo de correr es que produce cansancio y al día siguiente un gran malestar, traducido en pocas ganas de levantarme de la cama.

No recuerdo quién dijo que en las biografías de los mártires siempre intuyó algo de vanidad. Pero a mi me suena que en esto de correr van por ahí los tiros.

jueves, 16 de febrero de 2012

De la masa adocenada al crowdsourcing


Es un tema recurrente de este blog el de hablar de la necesidad humana de pertenecer a un grupo. Lo vengo señalando casi desde que empezó este espacio y luego me he referido a él en repetidas ocasiones. La sociedad de la información, que es esa cursilada a la que nos referimos como la época en la que vivimos, nos ha dotado de innumerables herramientas para huir del adocenamiento. Sin embargo, la naturaleza humana, en su condición animal, se sobrepone al progreso y el instinto de pertenencia prevalece.

Este universo digital y de la comunicación global lo que ha permitido, en mi particular opinión, es homogeneizarnos más aún. A pesar de las infinitas opciones que aparecen en nuestro horizonte gracias a las nuevas tecnologías, nosotros siempre, como la cabra, tiramos al monte, es decir, a lo seguro.

Podríamos pensar que, por ejemplo, la posibilidad de tener un blog es un instrumento de individualización extraordinario, pero la realidad dice lo contrario. Ahí tenemos a los egobloggers como botón de muestra. Han convertido esta herramienta para salir de la masa en una forma de pertenecer a una categoría social de más que dudosa elegancia. No sólo me refiero al fondo del asunto, sino a las formas: las mismas poses, el mismo tipo de letra, el mismo formato de post –recordemos que este tipo de personas postean, no publican-, etc.

Hace unos días tuve ocasión de asistir a un evento TED. Para los profanos les diré que es una especie de conferencia en la que participan un puñado de ponentes en exposiciones cortas. Una suerte de monólogos encadenados que se graban y luego se emiten por Internet. Hablan de temas de lo más variopinto y algunos cuentan chistes o interpretan piezas musicales.

Casi todos recurren a lugares comunes de lo políticamente correcto: el cambio climático, la pobreza mundial, lo importante de hacer ejercicio y eso de los nuevos “paradigmas” de la sociedad, todo bañado de una especie de canto a lo cool que es estar allí. La esencia es ver a una señora con micrófono inalámbrico, gesticulando de un lado a otro del escenario y contándonos su historia de superación en la vida. Entren a la sección Inspiring de los TED talks y me lo cuentan.

Ahí me di cuenta de que los viejos aglutinadores de nuestra sociedad han cambiado radicalmente. Ahora el punto de encuentro de la manada no es el cafetín, que dijera Ortega en La rebelión de las masas, ni el bar de la esquina de Joaquín Sabina, ahora es la Red. Ahora nos agrupamos por medio del blog, el tuiter y el feisbuk y los mantras de nuestra sociedad se dictan en los TED talks, entre otros medios autorizados.

Hemos dejado de ser la masa adocenada para convertirnos en crowd. Por eso no tomamos café con los amigos, sino que hacemos crowdsourcing. Mientras los más avezados se dedican al crowfounding, es decir, lo mismo pero con la intención de sacarnos el dinero a los que formamos el crowd.

Aunque no todo es virtual para este nuevo tropel. Para eso se han puesto de moda las maratones multitudinarias y demás pruebas deportivas llevadas al extremo; para eso están las manifestaciones y acampadas en plazas públicas convocadas a golpe de tuit; para eso han nacido los TED, aunque dé igual verlos en el iPad que presenciarlos en directo; y, finalmente, aún persisten los conciertos de música y los pujantes festivales.

Al fin y al cabo seguimos siendo humanos, demasiado humanos, que escribiera Nietzsche. Aunque yo creo que nos hemos divido en dos grupos: los que necesitan pertenecer y los que buscan trascender.

martes, 14 de octubre de 2008

Fútbol, racismo y elegancia


Algo se atisbaba en mi artículo sobre Barack Hussein Obama. Sin embargo, la noticia de que la Federación Inglesa de Fútbol no quiere que la selección de dicho país juegue en Madrid un partido amistoso con España, debido a las actitudes racistas de una parte del público hace cuatro años, ha provocado que salten las alarmas en Elegancia Perdida.

Para empezar, creo que es de justicia aclarar que en la selección española juega un futbolista de color, es decir, negro. Sí, ya sé que el negro es la ausencia de color, pero no quiero herir los sentimientos de nadie diciendo algo así como “Marcos Senna, ese jugador ausente de color”. Prefiero usar el eufemismo progre que todo el mundo entiende y, de camino, evito que alguien marque este blog como “inapropiado”. Dicho esto, pareciera que en España no somos tan racistas como nos pintan en las islas.

Seamos honestos. Un campo de fútbol no es un salón de baile dieciochesco en el que todo son actitudes protocolarias y una balsa de cortesía artificial. Al estadio acude el personal mayormente a descargar las tensiones del día a día, entiéndase la crisis financiera. No podemos pedir peras al olmo, la gente, hasta el más pintado de los que van al palco con calefacción y ambigú, va a contemplar un espectáculo deportivo en el que se desatan las más bajas pasiones.

Los insultos, los improperios, los cortes de manga y los apelativos de carácter soez son la particular forma de expresión que predomina en los campos de fútbol del mundo. Nadie, que yo sepa, se pone a vociferar en mitad de un Madrid-Barcelona al árbitro: “Colegiado, me va usted a disculpar, pero creo que se ha equivocado usted: no es fuera de juego”. Lo más probable es que el público, enardecido en contra de la decisión del juez de línea, ratificada por el árbitro, comience a corear “hijo de puta”, junto con el coro de las palmas al compás: plas, plas, plas, plas, plas.

Pues bien, parece que en Inglaterra, cuna y albergue de los más conocidos animadores deportivos del planeta, los hooligans, las cosas no son lo que eran. Por eso ahora andan reclamando corrección hacia sus jugadores de color en las gradas de los estadios españoles. Lo cual a mi me parece muy bien. Porque no es lo mismo llamarle “hijo de puta” al árbitro de turno que “negro de mierda” al defensa leñero hijo de la Gran Bretaña. Existe una diferencia abismal.

El ingrato recuerdo de la progenitora del colegiado podríamos considerarlo casi un acto reflejo del hincha futbolístico, que responde como un resorte ante la injusticia arbitral. Nada puede objetarse al respecto, ni resulta punible el hecho. El insulto hacia el defensor de colorafroamericano si es estadounidense-, sin embargo, es un acto consciente, premeditado, que ataca contra la persona por motivo de su raza, en otras palabras, todo un ataque contra los derechos fundamentales del individuo. Una acción así merece, sin lugar a dudas, que el peso de la justicia caiga sobre su ejecutor.

Como lo anterior, esto es, el más severo castigo contra los que protagonizaron ese tipo de atentados contra los seres humanos de color, no sucedió allá por 2004, cuando la selección inglesa cayó en el estadio Santiago Bernabeu contra la española, entonces ahora los responsables del fútbol de la Pérfida Albión no quieren que Madrid sea sede de ningún partido entre ambos conjuntos. Lógico.

La acción de una serie de individuos, cegados por el odio racista –no por el enardecido espectáculo deportivo, de ser así hubiesen gritado “hijo de puta” sin más- debió ser castigada con dureza por las autoridades españolas. Al no serlo, es evidente que Madrid es una ciudad racista en sí misma y estos desagradables incidentes podrían volver a producirse. ¿No les parece?.

¿Qué les hace pensar a los futbolistas de color ingleses que en Valencia –o en San Petesburgo-, promotores del boicot a Madrid, se sustituirán los insultos alusivos a su raza por el castizo “hijo de puta”?. ¿Se habrán percatado en Inglaterra de que Marcos Senna es de color?. ¿Acaso no saben los hijos de la Gran Bretaña que si aquí fuesen las elecciones presidenciales norteamericanas Obama ganaría de calle?.

viernes, 1 de junio de 2007

El deporte y la elegancia


Sin entrar en disquisiciones sobre las presuntas bondades del ejercicio físico sobre el organismo, en mi humilde opinión practicar deporte es una de las actividades menos elegantes que puede realizar el ser humano. Esta esclarecedora sentencia que emito no significa que se haya de proscribir o perseguir a los que practican deporte, ni mucho menos. Tampoco quiero decir con ello que debamos condenar a la ignominia a los que se ganan la vida corriendo sin un motivo aparente, más que el de llegar antes que los otros que lo acompañan, o golpeando un objeto esférico, con la mano, con el pie o con algún artilugio inventado al efecto. Ser deportista es una profesión tan digna –pero no más- que cualquier otra.

Salvando el caso de la profesionalidad, los demás seres humanos caen en desgracia cuando exhiben públicamente su condición de practicantes del ejercicio físico recreativo. Porque el problema, en la mayoría de las ocasiones, es que las personas, no conformes con realizar deporte, lo van divulgando como si de algo digno de orgullo se tratase. Para empezar uno suda cuando hace deporte y eso no suele generar buenas sensaciones, sobre todo alrededor del que transpira. Convendrán conmigo en que el sudor no es precisamente una de las virtudes del ser humano, más bien al contrario.

Por otra parte los atuendos diseñados para la práctica del deporte no son los más adecuados para destacar, salvo muy honrosas excepciones, las cualidades de la elegancia. El otro día sin ir más lejos tuve una desafortunada experiencia sobre este mismo particular. Andaba yo accediendo a un edificio hospitalario cuando me crucé con una conocida que vestía una equipo completo para la práctica del tenis. Por supuesto al principio no la reconocí ataviada de esa forma, pero como me llamó la atención que una persona aparentemente normal vistiese así para acudir a un hospital la miré y la saludé sin detenerme. Seguramente sea la última vez que la salude. Ni a María Sharapova, a la que le queda tan bien la vestimenta propia del deporte que le permite ganarse la vida, se le ocurre ir a un hospital, salvo accidente laboral, así ataviada.

Como comento más arriba no es que yo pretenda que los seres humanos dejen de practicar ejercicio físico recreativo, pero sí creo que esta práctica no debe mezclarse con el resto de las actividades cotidianas de las personas. Ir ataviado con un chándal (buzo en Costa Rica) es de muy mal gusto, sea un hombre o una mujer la que lo luzca. A no ser que su uso se limite al momento en que se está haciendo deporte o en el trayecto de la casa de cada uno al establecimiento pertinente destinado a la práctica del deporte correspondiente. En mi caso particular yo intento que ese trayecto sea lo más rápido y anónimo posible.

Para mi no existe distinción entre los jóvenes que van ataviados con zapatillas deportivas y camiseta de su equipo de fútbol y las señoras que pasean por el supermercado con la ropa del gimnasio. Es más, seguramente los primeros ni siquiera han sudado.