miércoles, 24 de junio de 2009

Verano, pantalones pirata y elegancia


Llega el verano y con él esa manía del despelote físico y moral a la sombra de la canícula. Que haga calor algunos, muchos, lo confunden con poder ir enseñando vergüenzas o con la posibilidad de ascender a los altares ese confuso término que es la comodidad, tan alejada de la elegancia.

El personal no entiende que las calles de Madrid, Granada, Valencia o Ciudad Real no son ese idílico destino al que algunos, muchos, se trasladan al son de la oferta y al dictado de la revista dominical de turno. No, estimado lector, Madrid no es la Rivera Maya y Ciudad Real no es Guanacaste. Tampoco el aeropuerto de El Prat son los fiordos noruegos, como ya se ha dicho aquí antes.

Pero llega el verano e inexorablemente sale del armario el pantalón pirata, la chancla de piel y la bandolera, zurrón, morral, buchaca o como quiera llamársele a ese adminículo que cuelga cruzado del hombro de la masa masculina. Si se le pregunta al interfecto usuario seguro que te cuenta las ventajas de llevar semejante horterada. Que si es muy cómodo para llevar el móvil, que si puedes meter el ipod –la mayoría de estos no han visto uno es su puñetera vida, sino que llevan algún reproductor de esos que regalan con una caja de galletas en el supermercado- y las más peregrinas razones para justificar lo injustificable. Y me voy a explicar.

En primer lugar, para colgar el móvil ya existen unas funditas diseñadas al efecto que se cuelgan del cinturón. No, no es que yo sea partidario de su uso, pero si es por comodidad, de sobra cumplen el cometido y, en vista de lo poco que le importa al usuario del zurrón la elegancia, a todas luces parece que la fundita estilo revólver es la opción ideal para el móvil. En segundo lugar, porque la buchaca tiene sus predecesores que por orden cronológico son la mariconera y la riñonera. La primera se descartó por las nuevas generaciones toda vez que ya su nombre era excesivamente peyorativo, sin hablar de su poco predicamento entre los colectivos sociales de diverso espectro.

Quizá sea la riñonera el más firme precursor del bolsito cruzado masculino. Así que, en realidad, este pretendidamente moderno accesorio no es más que una versión remozada de la riñonera “Montajes Alcázar”, que tanto furor causó hace apenas una década. En otras palabras una ordinariez que muchos negarán haber usado dentro de unos años.

Sin embargo, el paroxismo se alcanza cuando observamos el pantalón pirata del usuario de la riñonera versión 2.0. Se trata de una prenda llena de bolsillos la más puro estilo Coronel Tapioca, o más bien Quechua, dado que este tipo de personal rehúye de lugares tan pijos como el primero. Y aquí llega la pregunta clave: con todos los bolsillos y departamentos que tienen los pantalones pirata, tan necesarios por otra parte para completar el total look garrulo solidario, ¿para que narices necesitan el morral?.

lunes, 15 de junio de 2009

Los derechos y la elegancia


Imagino que el amable lector habrá comprobado como, de un tiempo a esta parte, a los ciudadanos nos bombardean en los medios de comunicación masiva anunciándonos una gran cantidad de nuevos derechos adquiridos. Desde el derecho a comprar en un supermercado mejor, hasta el de usar unas gafas de marca. Algunos son más limitados, como el del increíble champú que nos permite atraer a los individuos del sexo contrario como si de moscas se tratase, pero otros no se andan con zarandajas y nos exponen claramente eso de “porque tienes derecho a una vida mejor”. Previo pago, eso sí.

Casi todos estos nuevos derechos tienen esa desventaja: que hay que pagar por ellos. Porque en realidad todos estos derechos no son más que opciones del libre mercado, los cuales ya existían sin que ningún artista famoso tenga que concedérnoslos graciosamente. Otros ni pagando se pueden conseguir. Como esa agencia de viajes que nos da derecho a tener vacaciones, por una módica cantidad, claro está, pero resulta que el jefe no nos otorga más días libres. Rizando el rizo encontramos derechos que se nos conceden de forma encadenada. “Porque tienes derecho a una vivienda a tu medida”, pero ¿y a la hipoteca?. De eso mejor no hablamos, ese es otro negociado.

Imagino que los expertos en publicidad han encontrado aquí todo un filón y a mi me da la espina de que el mismo es producto de esta ilusión de sociedad que nos alberga. Una ilusión que consiste en hacernos creer que nuestros derechos son ilimitados y las obligaciones nulas. Los políticos han contribuido mucho a todo este fenómeno. Nos hablan de derechos por aquí y por allá, haciéndonos creer que no tenemos obligaciones. Pero a poco que nos fijemos un poco veremos que, en realidad, son más las cargas que los beneficios.

Tenemos que pagar impuestos sin excepción. Estamos obligados a inscribirnos en los registros oficiales, a no ser que queramos dejar de disfrutar de ninguno de los servicios públicos, los cuales también nos dicen que son derechos. Aunque, hablando de estos servicios, resulta que sobre ellos no tenemos ningún derecho más allá que el de tomarlos o dejarlos. ¿Se puede elegir libremente el colegio de nuestros hijos?, ¿podemos elegir el médico que queremos que nos atienda?. La respuesta a estos dos interrogantes, por ejemplo, es afirmativa, pero no va más allá de un kilómetro a la redonda y si uno se sale de él lo tienen que pagar, es decir, pagarlo doble.

Para corregir lo limitado de nuestros derechos reales –y no me refiero a los que se inscriben en el registro de la propiedad- parecen haberse creado esos otros derechos de quita y pon. Estos supuestos derechos de corto recorrido que no van más allá de la libertad de elección de la marca de dentífrico, o de la posibilidad de algunos colectivos para saltarse a la torera hasta la patria potestad.