Mostrando entradas con la etiqueta latinoamérica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta latinoamérica. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de noviembre de 2016

Disfrazarse nunca fue una moda

Ya se ha glosado aquí sobre la pequeña línea que separa lo sublime de lo ridículo. Una línea que últimamente se traspasa con demasiada frecuencia. Sobre todo por estos lares mesoamericanos que me albergan. Las pasarelas criollas se llenan de esperpentos que buscan una extraña mezcla entre lo moderno y la tradición post-colombina. Disfraces, al fin y al cabo.

Como siempre sucede con estas supuestas tendencias, el apoyo endogámico es brutal. ¿Cómo no dar like y comentar la ocurrencia de la egoblogger de turno que mezcla unos zapatos dorados con una bufanda con los vivos colores de los manteles que venden en los mercadillos de Antigua Guatemala?. ¿Cómo no se le ocurrió antes a Tom Ford semejante genialidad?.

Seamos sinceros, a nadie se le ocurre salir a la calle un día cualquiera con semejantes disfraces.
Esos outfit no son para ir a la oficina o a tomar un café en la boulangerie orgánica de la esquina. Estos modelitos son propios para grandes eventos, como la fashion week de turno. Quizá esta proliferación de las fashion week de barrio sea la culpable de esta avalancha de creadores, egobloggers y fologüers en general, que buscan en ellas el refugio de la excusa para el exhibicionismo. Porque al final este invento de hacer un desfile anual en cada barrio -para sacar dinero- fuerza el surgimiento de la creatividad mal enfocada.

Alguien tiene que parar esta oleada de esperpentos en forma de vestimentas. La otra alternativa es centrar este tipo de acontecimientos en fechas más propicias: carnavales y jalogüin. Ahí, entre la confusión de las festividades, todos esos outfits pueden encontrar su sentido. En el entorno adecuado y sin causar la hilaridad del público en general. El problema es que en esas fechas tan señaladas, con el timeline de instagram lleno de selfies de disfraces, la creatividad pueda quedar en un segundo plano.

sábado, 17 de octubre de 2009

El Óscar de la Paz


No todas las disciplinas de la ciencia, el arte o la cultura están contempladas en los premios Nóbel. Pero quizá por el prestigio universal del que gozan los galardones de la academia sueca, existen premios internacionales que son considerados los nóbel de su categoría. Por ejemplo al premio Pulitzer se le considera el Nóbel de Periodismo, así como el Prizker viene a ser el Nóbel de Arquitectura.

Esta tendencia parece que va a formar parte del pasado, toda vez que a lo largo de los últimos años el premio Nóbel de la Paz ha sido concedido, en demasiadas ocasiones, más por relevancia mediática internacional que por la labor a favor de tan noble fin realizada por el perceptor del galardón. De este modo vamos a tener que empezar a llamar a esta distinción sueca anual el Óscar de la Paz, en vista de que el componente propagandístico parece pesar bastante entre los insignes miembros del jurado.

Ya cuando en 1992 se concedió el premio a Rigoberta Menchú, básicamente por la publicación de una biografía, basada en conversaciones mantenidas con Elisabeth Burgos, que fue la que la escribió, el Comité Noruego del Noble dio muestras de su debilidad por los fenómenos mediáticos. Poco después se comprobó que la denominada autobiografía de la Menchú estaba plagada de “inexactitudes”, por no decir que era más propia del género novelesco.

Luego llegó el premio por el video de denuncia-ficción de Al Gore, más propio de Michael Moore que de un candidato presidencial estadounidense. Como sabrán los lectores, la única verdad incómoda de la película de Gore era que los datos –presuntamente científicos- y efectos especiales que se mostraban en la cinta eran más falsos que las naves de Star Wars. A partir del nóbel Al Gore recorrió el planeta en avión privado recogiendo galardones y dando conferencias, dando así un claro ejemplo de lo que le importa el cambio climático.

Pero la palma se la lleva este nuevo galardón mediático para el flamante presidente de los Estados Unidos. Barrack Hussein Obama no ha tenido ni siquiera que escribir un libro, ni que filmar una película para ser acreedor del Óscar de la Paz. Obama sólo ha tenido que dar unas cuantas ruedas de prensa más o menos afortunadas hablando de paz, desarme nuclear y “una nueva era en las relaciones internacionales”, la cual aún no sabemos en qué consiste. A no ser que este nuevo eufemismo consista en certificar el estancamiento de las guerras en Irak y Afganistán.

De lo que podemos estar seguros es de lo poco que ha hecho este señor en su corto plazo de mandato por llevar la paz al patio trasero estadounidense. Me refiero concretamente a la nula intervención de la Administración Obama en el conflicto hondureño. Aparte de cuatro gestos aislados, el golpe hondureño no ha ocupado ni veinte minutos en la agenda del hombre que presuntamente ha trabajado más por la paz en nuestro planeta a lo largo del último año. Todo un ejemplo de que este galardón huele más a superproducción hollywoodense que a la tozuda realidad de un mundo en crisis.

miércoles, 1 de julio de 2009

Zelaya, Chávez y la democracia de ida y vuelta


Considero absolutamente condenables los métodos antidemocráticos empleados para usurpar la Presidencia del Gobierno de Honduras a Manuel Zelaya. Creo que hasta ahí la comunidad internacional de forma abrumadora está de acuerdo. Ahora bien, igualmente me parece un poco precipitada y poco ajustada a la realidad la respuesta de esa misma comunidad internacional ante el nombramiento de un nuevo Gobierno en Honduras. Me explico.

De entrada, aunque estoy convencido de que la legislación hondureña puede iniciar un proceso de destitución presidencial sin necesidad de que medien las armas, parece evidente que Zelaya estaba, como se dice popularmente, jugando con fuego. La convocatoria de una consulta popular, al más puro estilo chavista, para prolongar su mandato no contaba con el respaldo constitucional necesario. Sin embargo, contraviniendo el rechazo de los demás poderes del estado de derecho, el depuesto gobernante se empeñó en poner en marcha un proceso electoral absolutamente ilegal al que luego, desbancado y en suelo costarricense, denominó “encuesta”.

Si nos retrotraemos un poco más en el tiempo, vemos que esta “encuesta” ha sido el desencadenante de una continuada actuación política poco acorde con esa democracia que ahora pretende abanderar Zelaya y sus compinches bolivarianos. Recordemos que Manuel Zelaya es elegido para gobernar su país como candidato del Partido Liberal de Honduras (PLH). Hasta donde me alcanza el entendimiento, lo de “liberal” casa bastante mal con el socialismo hacia el que giró repentinamente este personaje. Para que lo entiendan mejor les diré que el PLH se afilia a la Internacional Liberal, a la cual pertenece Convergencia Democrática de Cataluña, por ejemplo.

Esto nos lleva a certificar el profundo rechazo popular que Manuel Zelaya venía cosechando, principalmente entre sus votantes los cuales, a todas luces, se sentían engañados. La misma aversión que parece sentir un importante número de hondureños hacia una posible vuelta del desbancado líder.

En este sentido, no estaría de más que, como advierto al principio de estas líneas, la comunidad internacional se tome un poco más en serio este asunto y consulte a los innumerables diplomáticos destacados en Honduras, cuál es la realidad del apoyo popular hacia el nuevo Gobierno instaurado tras el golpe. Porque pudiera ser que un regreso fallido de Zelaya, resultase mucho más peligroso que esta transición que va a vivir Honduras a lo largo de los próximos meses. Recordemos que, a día de hoy, no se ha producido ni una sola baja humana por causa de este incidente, de acuerdo con lo que nos vienen reportando puntualmente las agencias internacionales que operan en el país.

No podemos decir lo mismo del episodio que hace menos de un mes se vivió en Irán. Parece ser que aquí la comunidad internacional, salvando las diferencias, ha preferido guardar silencio ante la sangrienta represión contra los civiles que se han manifestado contra el pucherazo electoral. El cual, por cierto, el propio régimen iraní ha reconocido pero ha menospreciado, para gran regocijo de los que ahora, en el caso de Honduras, se rasgan las vestiduras y pretenden dar lecciones de democracia.

Con este panorama, se me antoja que esto de la “democracia” es un término que empieza a estar al vaivén de los intereses del momento. Sobre todo para aquellos políticos de comprobado pasado golpista y contrastada vocación dictatorial, a cuyo rebufo no ha dudado en situarse Manuel Zelaya, desafortunadamente para el pueblo hondureño que es el que está pagando las consecuencias.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Esa falsa españolidad


En América Latina existe una absolutamente falsa idolatría hacia lo español. El personal aquí, en líneas generales y tras una cortina de amor infinito hacia lo español, todavía guarda un profundo resentimiento hacia todo lo que viene de la Madre Patria. Es lo que yo denomino el complejo criollo, sobre el cual he glosado en alguna ocasión. Los españoles que conquistaron América dejaron un muy mal sabor de boca y no pocos vástagos, los cuales hoy vilipendian a sus antepasados creyendo que son los nuestros.

Sin embargo, uno que vive de este lado de la Mar Océana no deja de sorprenderse de la filiación que aparentemente despierta España entre los locales. Para empezar todos tienen algún antepasado español. “El abuelo de mi madre era español. De Zaragoza”. Lo cual a uno le da bastante igual, para ser muy sincero. “Yo no lo conocí, pero mi mamá pasaba el día hablando de España”, continua el falso filo-español. ¡Qué suerte!, ¿no les parece?.

En segundo lugar llega el relato del viaje de rigor a España. Medio bromeando, pero lanzando una fuerte carga de profundidad, comentan despectivamente nuestra forma de hablar. “¡Puez que no vaz a comprar ezas uvaz!”, le dijo el tendero a la señora que no dejaba de manosear el género. Los latinoamericanos no se enteran de que nosotros no usamos la zeta para todo, con lo cual no saben diferenciar y nos llaman, en privado, por supuesto, “zopetas”.

La verdad es que nosotros hablamos muy “golpeado”, que dicen aquí, como regañando todo el tiempo. No contamos con esa dulzura criolla en el hablar. Todo es melodía cantadita, aunque encierre el mayor de los desdenes. Y claro, queramos o no les choca que les hablen claro y directo cuando toda la vida se han dirigido a ellos de forma suave y pausada, sin decir lo que hay que decir, sino dejándolo entrever entre elogios envenenados.

La gastronomía patria también da mucho juego. “Mi mamá hacía una torta española deliciosa que le enseñó a hacer su abuela, que era española”. Lo que no le enseñó es que se llama tortilla de patatas, porque aquí la tortilla es otra cosa y tampoco se dice “patata”, sino “papa”. “Pero donde comimos riquísimo fue en Madrid, en la plaza Mayor. Nos comimos unas tapas, como ustedes les llaman a las boquitas, deliciosas”. Sí, estimado lector español, la “tapa” no cruzó el charco, se vio modificada por diferentes vocablos: pasapalo, boquita, boca, botana… Lo de la plaza Mayor, creo que huelga comentarlo.

La cuestión es que la admiración por la cocina española no se refleja en los hábitos alimenticios de estos confines. Sobre todo en Mesoamérica, en donde lo que se come son arroz y frijoles, frijoles con arroz y arroz revuelto con frijoles, aparte de algo de pollo y tortillas de maíz. La “torta española” es considerada un manjar, al igual que el gazpacho o las croquetas, y los embutidos que, aunque presuntamente deseados, realmente nadie los come por la mala fama que tiene la carne de cerdo por estos lares.

Juan Carlos de Borbón, al igual que el resto de su familia, es muy admirado a lo largo de América Latina. Las señoras siguen sus pasos por medio del sempiterno “Corazón, corazón”, que se retransmite por medio del canal internacional de Televisión Española, porque “yo siempre tengo puesta la televisión de ustedes”. Que digo yo que si fuera mía ya la habría vendido hace tiempo.

Aunque todo esta españolidad nos parezca muy entrañable, la realidad de las cosas es que, en cuanto uno se da la vuelta uno es el “españolete” y le imitan la forma de hablar. No todo el mundo claro está, esta es una generalización más o menos acertada que me viene a mi de una de esas cándidas discusiones que surgen en estas latitudes entre sonrisas, voces a medio gas y melodiosos vituperios que uno estoicamente tiene que soportar.

La cuestión es que hace apenas tres días una de estas señoras, después de hacerme la vida imposible durante un buen rato en un asunto de negocios, tras una larga discusión –muy amable, eso sí-, me dijo que “mi abuelita era española”. En ese momento, no pude evitar confesarle a la anciana: ¡Qué casualidad, señora!, las dos mías también. La pobre quedó desolada.