
En América Latina existe una absolutamente falsa idolatría hacia lo español. El personal aquí, en líneas generales y tras una cortina de amor infinito hacia lo español, todavía guarda un profundo resentimiento hacia todo lo que viene de la Madre Patria. Es lo que yo denomino el complejo criollo, sobre el cual he glosado en alguna
ocasión. Los españoles que conquistaron América dejaron un muy mal sabor de boca y no pocos vástagos, los cuales hoy vilipendian a sus antepasados creyendo que son los nuestros.
Sin embargo, uno que vive de este lado de la Mar Océana no deja de sorprenderse de la filiación que aparentemente despierta España entre los locales. Para empezar todos tienen algún antepasado español. “El abuelo de mi madre era español. De Zaragoza”. Lo cual a uno le da bastante igual, para ser muy sincero. “Yo no lo conocí, pero mi mamá pasaba el día hablando de España”, continua el falso filo-español. ¡Qué suerte!, ¿no les parece?.
En segundo lugar llega el relato del viaje de rigor a España. Medio bromeando, pero lanzando una fuerte carga de profundidad, comentan despectivamente nuestra forma de hablar. “¡Puez que no vaz a comprar ezas uvaz!”, le dijo el tendero a la señora que no dejaba de manosear el género. Los latinoamericanos no se enteran de que nosotros no usamos la zeta para todo, con lo cual no saben diferenciar y nos llaman, en privado, por supuesto, “zopetas”.
La verdad es que nosotros hablamos muy “golpeado”, que dicen aquí, como regañando todo el tiempo. No contamos con esa dulzura criolla en el hablar. Todo es melodía cantadita, aunque encierre el mayor de los desdenes. Y claro, queramos o no les choca que les hablen claro y directo cuando toda la vida se han dirigido a ellos de forma suave y pausada, sin decir lo que hay que decir, sino dejándolo entrever entre elogios envenenados.
La gastronomía patria también da mucho juego. “Mi mamá hacía una torta española deliciosa que le enseñó a hacer su abuela, que era española”. Lo que no le enseñó es que se llama tortilla de patatas, porque aquí la tortilla es otra cosa y tampoco se dice “patata”, sino “papa”. “Pero donde comimos riquísimo fue en Madrid, en la plaza Mayor. Nos comimos unas tapas, como ustedes les llaman a las boquitas, deliciosas”. Sí, estimado lector español, la “tapa” no cruzó el charco, se vio modificada por diferentes vocablos: pasapalo, boquita, boca, botana… Lo de la plaza Mayor, creo que huelga comentarlo.
La cuestión es que la admiración por la cocina española no se refleja en los hábitos alimenticios de estos confines. Sobre todo en Mesoamérica, en donde lo que se come son arroz y frijoles, frijoles con arroz y arroz revuelto con frijoles, aparte de algo de pollo y tortillas de maíz. La “torta española” es considerada un manjar, al igual que el gazpacho o las croquetas, y los embutidos que, aunque presuntamente deseados, realmente nadie los come por la mala fama que tiene la carne de cerdo por estos lares.
Juan Carlos de Borbón, al igual que el resto de su familia, es muy admirado a lo largo de América Latina. Las señoras siguen sus pasos por medio del sempiterno “Corazón, corazón”, que se retransmite por medio del canal internacional de Televisión Española, porque “yo siempre tengo puesta la televisión de ustedes”. Que digo yo que si fuera mía ya la habría vendido hace tiempo.
Aunque todo esta españolidad nos parezca muy entrañable, la realidad de las cosas es que, en cuanto uno se da la vuelta uno es el “españolete” y le imitan la forma de hablar. No todo el mundo claro está, esta es una generalización más o menos acertada que me viene a mi de una de esas cándidas discusiones que surgen en estas latitudes entre sonrisas, voces a medio gas y melodiosos vituperios que uno estoicamente tiene que soportar.
La cuestión es que hace apenas tres días una de estas señoras, después de hacerme la vida imposible durante un buen rato en un asunto de negocios, tras una larga discusión –muy amable, eso sí-, me dijo que “mi abuelita era española”. En ese momento, no pude evitar confesarle a la anciana: ¡Qué casualidad, señora!, las dos mías también. La pobre quedó desolada.