lunes, 31 de agosto de 2009

La incertidumbre y la elegancia


En mayor o menor medida, casi todos estamos viviendo momentos de incertidumbre. Si la crisis es global, la incertidumbre es local. Muy local, muy personal. Sobre todo porque se siente tan cercana que no cabe la lectura grandilocuente a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación. Incluso los que menos afectados están por los acontecimientos, dado el carácter intocable de sus empleos, están viviendo horas de incertidumbre. Ni ellos tienen muy claro el motivo, pero se quejan como el que más, no vaya a ser que pierdan su condición de desgraciaditos oficiales del barrio.

La incertidumbre suele llegar avisando, pero siempre nos agarra desprevenidos. Mayormente porque el ser humano no se cree ese refrán que reza algo así como “cuando veas las barbas del vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Así que una vez dentro llega la zozobra. Por eso hay que estar siempre preparado para lo peor y esperarse lo mejor. Frase genial que no sé dónde leí en cierta ocasión, pero que he hecho mía con el tiempo. Los norteamericanos a esto le llaman ponerse en el worst case scenario, frase fundamental -que a mi personalmente me fascina- para todos aquellos que quieran seguir subidos al tren de los idiomas hasta en los momentos más amargos.

Lo peor de la incertidumbre es que es más pasiva que activa. En otras palabras, la incertidumbre crece conforme las noticias menguan. El correo electrónico que no llega o la llamada que no se produce, por ejemplo, son los casos más claros de lo que digo. Por eso aquello de anticiparse a las crecidas del río se hace cada vez más necesario. Dicho de otra forma, es como echarse a culjanter por necesidad.

Claro que a lo mejor, si nos fijamos, si miramos a nuestro alrededor con una mirada un poco más perspicaz, puede que cualquiera de nosotros podamos resolver una situación de incertidumbre que afecta a otra persona. No hay más que descolgar el teléfono o que contestar el correo electrónico. Sí, ese que hemos marcado como no leído aunque lo hemos leído tres veces y no nos atrevemos a contestar por no dar una mala noticia. En estos días que vivimos, casi peor que una mala noticia es la ausencia de noticias, porque la consecuencia inmediata de esa dilación frívola es más incertidumbre.

Ante la incertidumbre no cabe más que la reacción seria y sensata. Viviendo en la incertidumbre se llega a comprobar que hay un sustrato que permanece, inamovible como una roca y sobre el cual se podrá siempre edificar. ¡Ay, de los cimientos arcillosos que nos impone la sociedad!. Por eso, mucho más allá de la queja, del llanto o del victimismo, lo que cabe es mirar hacia delante, seguir siendo el mismo y comprobar en primera persona de qué madera se está fabricado. De camino, algunos separamos el grano de la paja, que no es poca. Lo demás son zarandajas y perdón por ponerme serio a la vuelta de estas no-vacaciones.

miércoles, 5 de agosto de 2009

La complejidad y la elegancia. Una reflexión veraniega.


Si miramos a nuestro alrededor, o leemos unas cuantas de las últimas entradas de este blog, caeremos en la cuenta de lo complejo que vamos haciendo este mundo en el que vivimos. No sé si a mayor complejidad más elegancia. A mi la verdad es que las grandes complicaciones relojeras nunca me apasionaron, aunque parecen ser el no-va-más de la elegancia en lo que a marcadores de tiempo se refiere.

Como observábamos con el vocabulario, todo ser ha complicado un poco a la hora de querer definir las cosas. Hay que dar una vuelta de tuerca para decir lo que se quiere sin que parezca exactamente lo que se dice. “He pasado las vacaciones en un resort estupendo en una isla y estaba todo el día en el spa dándome masajes de vinoterapia”, comenta alguien por ahí, sin el menor atisbo de ridículo. Se ve que decir "he veraneado en Marbella" ya no es tan glamuroso.

Lo mismo ocurre con la oleada prohibicionista que nos asola. Toda la vida hemos tenido playas, luego llegaron las banderas de colores, los socorristas, las motos de agua y unos carteles enormes en la entrada de la playa que nos anuncia lo que se puede hacer y lo que no. Si se incumple por ejemplo con el mandato de respetar el color de la bandera, en algunos lugares incluso imponen una multa. Rizando el rizo.

Con Belén Esteban veíamos otro ejemplo de lo compleja que se ha vuelto nuestra existencia. Varias decenas de personas viven de exponer públicamente su vida o de opinar sobre la de otros como ellos. Cientos aspiran a ganarse así el sustento. Ahora ya no sientan cátedra los sesudos expertos en cuestiones tan lejanas como economía, física o medicina, sino los adelantados comentaristas de la vida semipública de un sector cada vez más numeroso de población. ¿No es enrevesado?.

Ahora que nos vamos, o hemos vuelto, de disfrutar de unos días alejados del mundanal ruido de la rutina –algunos buscan complejas aventuras de verano quizá para no tener que pensar, sólo gastar adrenalina- quizá lo mejor que podamos hacer sea reflexionar un poco acerca de todo esto, o de aquello de más allá, si el lector lo estima más oportuno. Porque este tiempo de soslayo, de veraneo, en definitiva, puede ser un excelente momento para mirar con otros ojos todo aquello que vemos a diario y ni siquiera nos atrevemos a poner en duda.

A lo mejor ha llegado el momento de que nos olvidemos de todas estas complicaciones y busquemos la elegancia a través de la sencillez, que no es más que un puñado de principios –o valores, como ustedes quieran-, de los cuales nos hemos apartado siguiendo una estela difusa que no nos lleva a ningún sitio. Puede ser que tengamos que volver la vista atrás para ver con nitidez hacia delante y comprobar que son el sentido común, la libertad y la responsabilidad los únicos faros que necesitamos entre tanto ruido de fondo, tanta grande complication y tanto cantamañanas con un micrófono delante. Habrá que darle vueltas al tema.