miércoles, 29 de agosto de 2007

Las vacaciones y la elegancia


La semana pasada la compañía aérea Air Comet me premió con la pérdida de nueve horas de mi vida en dos aeropuertos, seis de ellas en Madrid-Barajas. Esa enorme cantidad de tiempo ocioso me permitió fijarme en las personas que viajaban en pleno mes de agosto, época vacacional por antonomasia en España. Para mi los viajes en avión siempre han sido un trámite, a veces demasiado engorroso, que me permite trasladarme con cierta rapidez de un lugar a otro. Claro que no todo el mundo lo ve así y ese traslado se convierte en parte de las vacaciones o del místico proceso de disfrute de las mismas.

En mi estancia aeroportuaria forzada noté como hay muchas personas que ya salen de casa con el uniforme vacacional de turno, esto es, vestidos como si una vez que pisan fuera de la puerta de su casa ya estuvieran en una excursión por la selva o en uno de esos hoteles todo-incluido del trópico. Este hecho no sé si se debe a la confusión, tremenda, entre desplazarse y estar en el destino, o más bien es una forma de proclamar a los cuatro vientos que nos dirigimos a un paraje vacacional exótico al cual, suponemos, que el común de los mortales no pueden acceder.

La cuestión es que resulta un tanto curioso ver a un señor, el cual seguramente es un honorable y respetado profesional en su campo laboral, vestido con una camisa de color caqui y unos pantalones del mismo tono –con una leve diferencia- y que lleva colgada una especie de morral al más puro estilo Indiana Jones. Imagino que la tarde anterior el señor estuvo en Coronel Tapioca, que es en el lugar en el que se uniforman los viajeros de aventura que se precian. Sin embargo, en ese momento se encontraba en el aeropuerto Madrid-Barajas, lugar al que la gente acude a tomar un vuelo y en el cual difícilmente los colores de camuflaje le servían de mucho.

No menos extraño es ver toda una marea de personas que parece que de un momento a otro se van a quitar la camiseta y se van a poner a tomar el sol en medio del pasillo de la terminal del aeropuerto. Algunos varones tendrían que desprenderse igualmente de sus pantalones pirata, otro de los signos de identidad inequívocos de los turistas de playa, para disfrutar de las maravillas del aire acondicionado de la sala de espera para embarcar. Ahí es donde se nota que la mayoría de los viajeros que se disfrazan de bañistas para montarse en el avión no han volado demasiado en su vida: en los aviones ponen el aire acondicionado, habitualmente muy frío. Entonces se pasan el vuelo tiritando y envueltos en la ridícula mantita de la compañía aérea de turno.

Sobre el viaje de vuelta mejor ni hablar. Porque la inmensa mayoría de los que de ida van disfrazados, de vuelta vienen peor aún. No han aprendido nada y además se obstinan en querer seguir de vacaciones, o bien quieren seguir proclamando a los cuatro vientos que han estado en Kenia de safari o en Punta Cana tirados en la playa. Para colmo vienen cargados de signos de identidad propios del destino, desde la camiseta o la gorra grabada con letras bien grandes: Cancún, hasta las trenzitas rasta que luego lucirán durante un mes orgullosas, incluso en la oficina.

En definitiva pasar unas horas contemplando al resto de viajeros en un aeropuerto puede ser todo un espectáculo, lamentable, sin duda, pero colorido y pintoresco al fin y al cabo.

lunes, 27 de agosto de 2007

Premio por hacer reflexionar


Mi estimado amigo virtual Ramón Villaplana me premia con el denominado Thinking Blogger Award, el premio de los blogueros pensantes o algo así. Se lo agradezco mucho, más por el detalle que por el premio en sí el cual no he logrado encontrar como tal en los buscadores. Lo digo por si existe alguna dotación económica, que lo dudo.

Para obsequiar de igual modo a los blogueros cuyas bitácoras frecuento y me gusta leer por su contenido altamente instructivo, paso el "premio" a Dean Córnito, por su perspicacia y su capacidad de expresar lo que muchos pensamos; a Eve Castro, por la singularidad y la belleza de su trabajo; a Fallitas, por traernos un trozo de San José al mundo virtual; a Rigo, por su perseverancia y su capacidad de estudio para difundir su visión del liberalismo; y a Gonsaulo, por expresar lo que piensa y siente de forma tan meridiana. Hay infinidad de amigos cuyas bitácoras leo con asiduidad y me hacen pensar, así que quiero que se sientan todos premiados por el esfuerzo, por eso los tengo vinculados en mi distintas bitácoras.

Para estos cindo premiados, permanezcan válidas las bases del concurso:

1.- Sí, y solo si, alguien te da el premio escribe un post con los 5 blogs que te hacen pensar.

2.- Enlaza el post original para que la gente pueda encontrar el origen del premio.

3.- Opcional, enseña el botón del premio enlazando el post que has escrito dando tu premio.

viernes, 17 de agosto de 2007

Un baño de "Primer Mundo"


Un amigo mío español y residente en Miami desde hace 25 años me comentó, en mi primera visita a esa ciudad estadounidense, que existen dos clases sociales en Latinoamérica: los que tienen apartamento en Miami y los que no lo tienen. Por aquel entonces yo estaba recién aterrizado en esta parte del Atlántico, así que me pareció un tanto exagerada la afirmación de mi amigo. Luego, el tiempo de residencia en las antiguas colonias españolas y el conocimiento de sus gentes, me han hecho ver que aquella reflexión era muy cierta, aunque con ciertos matices.

Sin llegar al extremo de tener una casa en Miami, aunque no son pocos los tenedores de una, lo cierto es que cualquier latinoamericano de posición acomodada que se precie viaja al menos una vez al año a lo que algunos han llegado a denominar como “la sucursal del cielo”. Porque la ciudad de la Florida es a Latinoamérica lo que era antaño en España la capital al pueblo. Recuerdo como en mi tierna infancia los viajes a la capital de la provincia eran todo un acontecimiento.

Porque para los latinoamericanos con cierto poder adquisitivo sus países son aburridos, monótonos. Siempre las mismas caras, las mismas tiendas, los mismos restaurantes. De ahí que tengan que ir a Miami a meterse en un centro comercial tres o cuatro días consecutivos durante doce horas seguidas. Así, embutidos entre carteles luminosos y rodeados de otros latinoamericanos, ya sean inmigrantes o visitantes pueblerinos como ellos, sienten que forman parte de ese maravilloso y anónimo espectáculo que es el consumismo del “Primer Mundo”. Los ciudadanos pudientes de estas latitudes se transforman, por el módico precio de un billete de avión y varias noches de hotel, amén del insustituible coche de alquiler, en verdaderos miembros de la clase media de un país desarrollado. ¿Qué país desarrollado?. Del más desarrollado de los países del mundo.

Esa experiencia no tiene precio para todos estos miles de latinoamericanos que ya, una vez recibido el baño de “Primer Mundo”, sienten que forman parte de él, aunque sea de forma fugaz. Pero la experiencia se prolonga, porque con la costumbre del viaje anual –mínimo- conocen en profundidad cómo es Miami, el nombre de sus centros comerciales, sus avenidas, sus carreteras, así como las tiendas y los restaurantes. Entonces llegan a sus países de origen y pueden hablar con sus familiares y amigos con propiedad: “Estuvimos en Cheesecake Factory y tuvimos que esperar una hora hasta que nos dieron mesa”. Lo cual es bastante lógico porque todos los latinoamericanos que andaban en ese centro comercial fueron a comer allí.

Ese gran conocimiento de la ciudad de Miami se viene abajo si uno se atreve a preguntarles dónde queda el Museo de Vizcaya, dado que tan insigne lugar no tiene tiendas y además no queda en el camino del “mall” al hotel. En cualquier caso, ¿cómo van a ir a Miami a visitar un museo si ni siquiera han visitado un museo en sus propio país?.

Otra de las ventajas de darse el baño de “Primer Mundo” es que se practica el inglés. Pero el inglés de verdad, no ese que hablan en la cafetería con las amigas muchas latinoamericanas con pretensiones de estrella de Hollywood. Entonces uno asiste a los diálogos absurdos entre hispanohablantes que se producen en Miami. No hay nada más ridículo que dos latinoamericanos hablando en inglés, porque al final acaban sin entenderse y tienen que recurrir a la lengua materna, entonces es cuando el visitante piensa: ¡Ahora sí soy cosmopolita!.