lunes, 29 de enero de 2007

La elegancia pisoteada en los Goya®


Sinceramente no sé para qué sirve una academia de cine. La cuestión es que en algunos países seguimos empecinados en imitar al tan odiado "imperialismo" estadounidense y por eso tenemos nuestra propia academia con premios incluidos. En este caso los Goya®. Los premios de la academia española de cine son algo así como un patriótico homenaje a la “españolada”. Porque la “españolada” no dejó nunca de existir, a pesar de la retirada de la pantalla grande de Fernado Esteso y Andrés Pajares. Los Goya® cada año se encargan de recordárnoslo.

Para empezar y como símbolo inequívoco del complejo de inferioridad patrio, que ya glosara Ortega y Gasset, la alfombra que recibe a las estrellas (?) es verde y, para colmo, patrocinada por una marca de güisqui. Sin duda la ocurrencia de sustituir el clásico granate por un tapiz de mesa de billar, se debe a la brillantez de alguno de esos “académicos” empecinados en difundir aún más esa frase que nos persigue por todo el orbe: “Spain is diferent”.

Ver el desfile de actores de comedia de situación venidos a más me sumió en el más extremo de los pesimismos ante la proclama lanzada desde este blog hace unos días- La elegancia brilló por su ausencia no sólo en el vestir, sino principalmente en las formas. El colmo fue ver cómo algunos de estos aficionados a la interpretación grababan el acto con sus cámaras de mano.

Entre las féminas pocas salvaron los muebles. Apenas Natalia Verbeke, Kira Miró y Dafne Fernández. Claro que las dos últimas tienen doble mérito dado el handicap de los nombres de pila, supongo que fruto de la imaginación de sus progenitores y no consecuencia de distinguirse “artísticamente”. Penélope Cruz no quiso perderse el evento sabiéndose ganadora de su correspondiente diploma. No lo digo por el premio, que igualmente lo tenía asegurado, sino por ser la “gran estrella” de la noche. En Hollywood es una de tantas, otra representante más de la desaparición de los referentes de la elegancia.

Los varones hemos de decir que mejoraron la noche. Me refiero obviamente a la gran mayoría de los que pasaron desapercibidos por ir de consortes o por formar parte del auditorio sin más, como Javier Conde. Los que subieron al escenario o estaban señalados para ser acreedores de un premio, para olvidar sin excepción. Los que no iban vestidos de profesores universitarios con pretensiones, simplemente pensaron que eran los carnavales. Ni que decir del presentador. Un cuasimodo hortera al que disfrazaron para la ocasión con los más grotescos exponentes del diseño nacional. Y es que hay hombres que no entienden aún que las pasarelas son una especie de exhibición de tendencias y que ponerse un traje blanco ceñido y brillante con camisa negra y corbata roja es un insulto a la retina del resto de los presentes.

La elegancia pisoteada y sustituida por una verbena de disfraces y señoritas pseudoanónimas –los propios presentadores dudaron de muchos nombres- con ínfulas de Ava Gadner. A no ser que yo esté muy equivocado lo visto ayer en los Goya® será recordado en el futuro como uno de los episodios más vergonzosos de la pretendida cultura nacional.


Nota

Incluyo el símbolo de marca registrada junto al nombre del gran pintor español -el cual no se merece este futil homenaje-, al entender que este servidor podría incurrir en un delito contra la propiedad ¿intelectual? de no hacerlo de esta forma.

viernes, 26 de enero de 2007

Elegancia perdida, ¿la encontraremos?

Decía Epicuro que los placeres que se mantenían en privado eran propios de las personas que públicamente mostraban sus mejores virtudes. En otras palabras que el disfrute de los placeres terrenales es algo que debe dejarse para la intimidad y la privacidad, siendo así que externa y públicamente sólo se mostrarían las virtudes. Aquel pensamiento del fundador del epicureismo dista mucho de los cánones que hoy imperan en la sociedad. Los modelos a seguir son personas que viven una vida pública llena de placeres fatuos, los cuales casi se confunden con su propia existencia a los ojos de un público inmaduro y ansioso por imitar mínimamente el comportamiento de las estrellas que aparecen en los medios de comunicación masiva.

La elegancia en gran medida es eso: placeres privados y virtudes públicas. De ahí que podamos entender que la sociedad actual ha perdido cualquier atisbo de encontrar en el valor de la elegancia una referencia. La elegancia ha sido desastrosamente reducida a una clasificación de personajes públicos que aparecen bien vestidos en las entregas de premios. Pero comprobemos cuál es la realidad diaria de esas rutilantes estrellas: detenciones por conducir ebrios, fiestas desenfrenadas transmitidas en directo, apariciones en público en harapos -los harapos por muy grande que luzcan un logotipo continúan siendo la ropa que habitualmente usan las personas de muy escasos recursos económicosy desafortunadamente no tienen otra cosa con la que cubrirse- y otros muchos comportamientos que iremos desgranando en esta bitácora desalmada.

Sorprende terriblemente ver cómo los/las elegantes oficiales no son más que una panda de fugaces estrellas que lucen como despojos humanos fuera de los platós de televisión y apenas sostienen una conversación inteligible cuando son entrevistados a la salida de los estrenos. Pero esos son los modelos que nos plantea la sociedad de consumo y que millones de personas en los cinco continentes siguen a pies juntillas.

Sin embargo, uno tiene la incierta esperanza de que este panorama cambiará. Que una nueva generación llena de sensatez y sentido común pueda devolvernos a ese ideal soñado de los epicúreos. Que se vuelva a percibir que el mundo es algo más que imitación, algo más que consumo masivo y que los seres humanos crean en su propia individualidad y afloren sus mejores virtudes. El ser humano elegante como objetivo para una sociedad nueva y más consciente de la capacidad personal frente a la imposición colectiva y mediática.

Bienvenidos los que se atrevan.


Nota

Epicureismo: En el año 306 a. C. Epicuro adquirió la finca llamada “El Jardín” en las afueras de Atenas y fundó su escuela de filosofía. Formada tanto por varones como por mujeres (gran novedad en las escuelas griegas), en ella vivió aislado de la vida política y de la sociedad, practicando la amistad y la vida estética y de conocimiento.
El objetivo de esta filosofía es (como el del resto de escuelas morales helenísticas) el arte de la vida, la realización de una vida buena y feliz. Para el cumplimiento de este objetivo Epicuro consideró que la filosofía tiene una doble tarea: combatir las ideas falsas que fomentan el miedo y el sufrimiento y crear en el sabio un estado de ánimo o talante favorable en toda circunstancia y lugar. Entre aquellas ideas hay que incluir fundamentalmente el miedo al dolor, el temor a la muerte, a los dioses y al destino; la parte de la filosofía que permite resolver estas cuestiones será la Física. La segunda tarea está en manos de la Ética.
La filosofía es para Epicuro el arte de la vida feliz. Por eso la física y la lógica son solo medios para conseguir este fin. Divide la filosofía en Ética (que incluye también consideraciones psicológicas o relativas al alma), Física y Canónica (fundamentalmente lógica y teoría del conocimiento). (www.e-torredebabel.com)