lunes, 17 de enero de 2011

Decoración sueca y elegancia


Tengo que confesar que me encanta ir con mucha frecuencia a Ikea. Entrar durante unas horas en el maravilloso mundo de la decoración sueca, amplificado a todos los aspectos del excelso modo de vida del país nórdico, me hace sentir mejor.

No sé si a todo el mundo le ocurre, pero cuando yo entro a Ikea me siento como más moderno. Todo tan estructurado: la lista de la compra, las bolsas de rafia, las flechas en el suelo para que, cual oveja que sigue a su pastor, el visitante no se descarríe. Todo tan pensado: los lapicitos, el metro de papel, la ubicación de los productos que hay que ir a recoger en el almacén, incluso aquellos que requieren de una grúa para moverlos.

Sin ir más lejos el refectorio de Ikea es un ejemplo de urbanidad nórdica. El autoservicio tan ordenado, las delicias de la cocina sueca –reconocida mundialmente-, las mesas siempre limpias porque todo el mundo lleva la bandeja sucia a su sitio –no como en McDonalds- y ese silencio casi sepulcral en la antesala del universo sueco de la decoración.

No se engañen, no todo es decoración en Ikea. En realidad de lo que se trata es de sumergirse en el fascinante mundo de la vida del sueco medio. Así que la decoración es la punta de lanza. Detrás viene la laureada arquitectura, la simpar cocina, e incluso la inmejorable literatura del país nórdico. De ahí que cuando el visitante piensa que a lo que va a Ikea es a comprar muebles de usar y tirar, en realidad lo que está haciendo es comprar un trozo del estilo de vida sueco. ¿No es maravilloso?.

Se nota en los pasillos. La gente se vuelve más cívica, menos brusca, más centrada. No es como entrar a esas tiendas de ropa rápida, en las que el personal lo deja todo manga por hombro. Los clientes tienen cierto aire de modernidad. No faltan los gafapasta que se sienten dentro de su líquido amniótico de modernidad cosmopolita low cost. Tampoco se echan de menos los distinguidos miembros de la clase media con pretensiones, igualmente henchidos de escandinavismo.

No faltan, por supuesto, las contínuas referencias al ecologismo en toda la tienda. Que si paga la bolsa de papel, que si no te lleves el catálogo a tu casa, que si sírvete el café en la misma taza, etc. Sin embargo, la gran realidad es que el monstruo de la decoración sueca tala anualmente varios bosques para editar su catálogo, con cerca de 200 millones de ejemplares por temporada. Muy ecologista, sí señor.

Incluso hay quién habla de democratización del diseño y la decoración como grandes logros de la marca sueca, pero lo cierto es que se trata del triunfo de la homogeneización por la vía del mobiliario. Por lo hablar de esa idea tan pueril de ir renovando el mobiliario cada cierto tiempo. No creo que los suecos, con el frío que hace como para andar cambiando muebles cada dos años, se hayan inventado semejante teoría.

En fin, que me encanta porque me siento tan… sueco, que cuando salgo necesito ir a una tasca o a un bar de los que abarrotan las calles de nuestras ciudades españolas. No vaya a ser que tanta línea recta y tanto pensamiento unipolar me convierta en un ordenado ciudadano escandinavo de esos que sólo usan camisas blancas.