sábado, 10 de marzo de 2007

Los peligros de la moda


En estos primeros pasos de la bitácora han sido varios los comentarios recibidos acerca de ese paralelismo que parece existir entre los conceptos elegancia y moda. En este sentido parece que se quisieran alejar en exceso por parte de algunos y acercar, casi asimilar, por parte de no pocos. La moda es un concepto consustancial a la propia evolución del ser humano. A lo largo de la Historia las costumbres, los atuendos, la forma de relacionarse han ido evolucionado. Se trata, a mi juicio, de una serie de tendencias a las que denominamos conjuntamente “moda”. Porque la palabra “moda” tiene su primer impacto en nuestra mente en referencia al vestir, pero sin duda el término trasciende mucho más allá de la mera indumentaria. Moda se emplea para muchos otros órdenes de la vida, fundamentalmente en su dimensión estética.

Sin duda la moda marca los cánones de lo que en un momento dado de la Historia se considera “elegante” o no. No obstante de lo que aquí hablamos es de la moda entendida como los hábitos y costumbres de la sociedad del momento, no de lo que se dicta desde la múltiples pasarelas o desde las tribunas de los pseudo-intelectuales del gremio de que se trate. A lo que me refiero es que no puede ser elegante vestir con un pantalón de “pata de elefante”, como tampoco lo es llevar esos pantalones “pitillo”, por mucho que lo diga Karl Lagerfeld, el cual, por supuesto, tampoco los usa.

Las modas furiosas y pasajeras que hoy vivimos no son más que el reflejo de la evolución precipitada que el hombre ha alcanzado en este inicio de milenio. Las tendencias vienen a ser lo mismo que las versiones de los programas informáticos o la velocidad de los procesadores. En unos meses lo que era absolutamente imprescindible resulta quedar anticuado por el designio cuasi-divino de los medios de comunicación. El mercado lo es todo y la presión que ejerce sobre las modas la industria es brutal. La gente debe seguir consumiendo, por tanto hay que ir modificando continuamente lo que se lleva y lo que no.

Incluso los diseñadores se quejan porque su creatividad es cercenada por sus clientas, como demostró el mismísimo Arman días antes de la entrega de los Oscars. Lo que vemos en la alfombra roja y que millones de personas idolatran no es más que un pastiche medio diseñado por un Gaultier o un Galiano y arreglado por la estrella de turno.

Por tanto los puntos de referencia de la oficialidad de la moda no tienen cabida en el esquema de la verdadera elegancia. Porque por encima de la imitación está el gusto propio y la individualidad irremplazable del ser humano. La imitación siempre cae en desgracia. Por eso los que siguen a pies juntillas la moda no entran nunca en la categoría de elegantes, sino más bien parecen fantoches disfrazados, cuando no –lo que ocurre por desgracia para la inmensa mayoría de la población- en la más absoluta sombra de la repetición.

(Nota: Desafortunadamente el que suscribe apenas ha encontrado tiempo para hilvanar estas líneas después de casi mes y medio de iniciado el primer párrafo. Mis disculpas.)