domingo, 6 de julio de 2014

¿Estamos ante la defunción del "menos es más"?


Mis amigos expertos en búsqueda de tendencias -culjanters en el argot- ya lo habrán visto venir desde hace tiempo. A uno, ajeno a todo ese ajetreo, observador apenas desde la grada de sol, las cosas le llegan más tarde, quizá demasiado. La cuestión es que se viene gestando la ascensión del hipsterismo/gafapastismo –de hipster en este lado de la mar océana, gafapasta en mi querida España- como tendencia a seguir.

Estaba cantado. La explosión de las redes sociales, de la opinión extenuante, de la exposición pública a golpe de refresco en las aplicaciones de nuestros esmartfons, iban a desembocar en que ahora todos queramos ser cul a base de seguir las tendencias que se dictan en Pinterest, Instragram, Facebook, Twitter y demás apóstoles de la vida en red.

Si miran a su alrededor, lo verán por todos lados. Cartelitos entre vintage y modernos con muchas letras con tipografías ñoñas y curveadas. Tonos pastel en carteles, letreros y badges -la vida sin badges no tendría sentido-. El minimalismo ultradecorado, henchido en detallitos pensados o fusilados de alguna ocurrencia en Pinterest, que viene a ser la biblia de esta nueva religión que es el hipsterismo/gafapastismo con acento rococó.

Entrar a un restaurante con aires de hipsterismo/gafapastismo es toda una aventura. Los camareros uniformados en blanco y negro pero con mandil o delantal y con uno o varios pines colgados de la camisa. Mejor aún si son tirantes, nada más vintage que los restaurantes americanos (Friday´s, Tony Roma´s y así). Las paredes llenas de carteles llenos de intenciones acerca de lo políticamente correcto, que es el mantra del hipsterismo/gafapastismo: ecologismo, todo orgánico y redes sociales. Y una carta con siete platos insulsos pero con mucha literatura y más badges. Todo ocurrencias.

Porque de ocurrencias va el tema. La era de la sobre-opinión es lo que nos deja: todos opinamos de todo y se nos tiene que escuchar. De ahí que todo esté tan recargado en este mundo nuestro. Cualquier actividad social e incluso profesional se llena de mil ocurrencias estúpidas que no aportan nada, pero sacian el ego del inventor de turno, el cual lo había visto en Pinterest y le pareció, cito textualmente, "súper cool". De ahí a colgarlo en IG es cuestión de segundos... y a contar corazoncitos.

Algunos tienen la desvergüenza de usar la máxima "menos es más" como si fuese parte de su cultura orgánico-ecológica-tuitera. Nada más lejos de la realidad. Hay que buscar y buscar, hacer y hacer, llenar y llenar. Como advertía una joven conferenciante en una charla sobre el mundo de las redes sociales, refiriéndose a un invento denominado storytelling interactivo -¡casi ná!-, "No sabemos adónde nos lleva este movimiento. Pero lo importante es hacer algo porque puede que este sea el origen de algo que todo el mundo siga dentro de unos años". De ahí al Twitter y a esperar RTs.

No sé si me hago mayor o es que no soy un millenial, que es como se autodenominan estos, algunos con más de treinta primaveras a sus espaldas. La cuestión es que esto es lo que nos estamos dejando hacer en el mundo que nos rodea. No quiero culpar a la tecnología de todos nuestros males. Soy el primero en probar para qué me pueden servir determinadas aplicaciones. Pero siento que nos tomamos demasiado en serio trasladar ese mundo virtual de posibilidades a nuestra realidad.

Quizá pronto certifiquemos la defunción del "menos es más", entretanto algunos vamos a seguir manteniendo la llama viva y simplificando un poco nuestra ya compleja existencia.