sábado, 28 de marzo de 2009

Los personajes y la elegancia: Carme Chacón


Carmencita Chacón nació en un pueblo de Barcelona en el seno de una familia humilde de origen andaluz. De esos andaluces que se vieron obligados a mudarse a Cataluña por culpa de Franco. Sí, por aquella manía del caudillo de favorecer a Cataluña y a las provincias Vascongadas, otorgándoles todas las ayudas necesarias para que se convirtiesen en las primeras regiones industrializadas de la piel de toro. Paradojas de nuestra patria.

Los padres de Carmencita celebraron mucho la muerte de Franco. Lo ha dicho ella, que se acuerda perfectamente de la fiesta íntima a la que acudió con cuatro años de edad el día de oficialmente nos dijeron que Franco había muerto. La precocidad progresista de nuestra protagonista no encuentra parangón.

Aquello la marcó mucho. Tanto que con dieciocho años ya estaba alistada en las Juventudes Socialistas, momento en el que, sin duda, se le cayó la “n” del nombre de pila, aunque todavía no le llamaban “Carma”, eso vino más tarde. Cuatro años después ya era concejala en Esplugas de Llobregat. Pero Carmencita era una joven ambiciosa y Esplugas se le quedaba pequeño.

De concejala a diputada nacional y de ahí a formar parte del núcleo íntimo de Rodríguez. Ministra no sólo para cumplir con aquello de la paridad, sino para retomar las riendas del Ministerio de la Vivienda, el primero de los inventos derrochadores e inútiles que inauguraron esta época gubernamental de golpes de efecto. Ahora, Carmencita, “Carma” para los entendidos, es Ministra del Aire, o algo así. No llegó a tiempo para lo del Vogue, así que ahora se está desquitando por entregas.

A mi me gusta Carma. Es como la Barbie pero en versión política. Tenemos la Carma ministra, acompañada por su asistente, una mujer capitán del ejército; la Carma militar, con su chaquetón de camuflaje en los destinos más inhóspitos, en los cuales, por cierto, nunca se queda a dormir; la Carma televisiva, que graba las comparecencias por si no les da tiempo a los medios a llegar a la comparecencia de turno; la Carma diputada, con semblante compungido y enfadada con Rajoy, con esa cara de enfado que ponen las mujeres cuando el cónyuge les habla mal de la familia.

Carmencita no escatima en vestuario. Siempre va vestida para la ocasión. Asesores no le faltan y el atrezo corre por cuenta de los Presupuestos Generales del Estado. Son las ventajas de la cartera ministerial. Claro que estas líneas pueden sonar muy machistas y si no que le pregunten a Trinidad Jiménez, otra que tal baila, pero con menos fondo de armario y bastante peor peluquero, o estilista, o como se llame ahora eso, que nuestra protagonista.

Claro que tendríamos que preguntarnos qué es lo verdaderamente machista, porque a mi a lo mejor me podría parecer más vejatorio para las mujeres esta imagen que nos pretende transmitir Carmencita. A mi lo de la Chacón me recuerda a la narración de los pases de modelos de los tiempos posfranquistas, yo de los franquistas, la verdad, no me acuerdo tan bien como Carma: “Una colección pensada para la mujer moderna. Una mujer que trabaja, que pisa firme, que sabe lo que quiere”.

Pero es que vivimos en los tiempos de la imagen, como ya se ha dicho aquí. Lo que vale es la foto. Probar el rancho de los soldados y que lo registren las cámaras. Del resto ya se encargan los medios.

martes, 24 de marzo de 2009

Moda, elegancia y crisis


Lo siento, pero no puedo evitar hablar del tema estrella de todas las conversaciones de tertulia radiofónica, sobremesa ibérica o cumpleaños de hijo de treintañero que se precie: la crisis económica. Esa que nos está obligando a modificar nuestros comportamientos, lo cual no es otra cosa que la forma en la que consumimos. ¿Acaso no se ha fijado el amable lector en la correlación creada sin tapujo alguno entre “comportamiento humano” y “consumo”?.

La cuestión es que estamos variando nuestras rutinas desde que nos hemos dado cuenta de que ya no somos tan pudientes como creíamos, es decir, desde que acudir a pedir un crédito no es tan sencillo como antes. Aquella época gloriosa en la que las “codiciosas” entidades financieras nos concedían una ampliación de hipoteca en dos patadas o nos daban cinco millones de las antiguas pesetas (equivalente a treinta mil de los modernos euros o cuarenta mil dólares de los de los EE UU de toda la vida) para comprar el coche de nuestros sueños. No, nosotros no éramos codiciosos, simplemente nos dejamos llevar.

Ahora ya hay que pensárselo un poquito antes de ir a darse un homenaje a base de jamón pata negra, ternera gallega y demás viandas propias, todas ellas regadas con el ribera del duero de turno, porque el rioja “es muy duro”. Los ochenta euros por barba para una comida “como Dios manda” en el restaurante nuevo de la ciudad ya se quedan en casa y hemos empezado a valorar de nuevo lo bien que cocina la madre de uno o el propio interesado con tal de ahorrarsnos la estocada del refectorio público de marras.

Ese cambio en el “comportamiento” ha sido de los más fáciles de asimilar. Pero al personal entregado a la moda, las tendencias y demás vericuetos de la imagen esto de la crisis les está moviendo los esquemas con mucha más profusión. Porque la A.M.T.E.T.C.Q.C.R.M.S.V.E.S.G. (ver diosloscriayellossejuntan.org, muy indicativo de lo que aquí se habla) esa que anuncian en televisión tiene más adeptas de las que imaginamos.

Las medidas para paliar cualquier caída en el descrédito fashionista no se han hecho esperar. Ya hace algunos meses que irrumpió con fuerza el denominado movimiento –¡ahí es nada!- DIY, en idiomas duityorself, o sea, hazlo tú mismo. Esta nueva tendencia no consiste en otra cosa que en el clásico “corte y confección” de nuestras madres y abuelas, revisado y adaptado a las nuevas tendencias, faltaría más.

Las duityorselfistas agarran una chaqueta de punto out y a base de corta y pegas muy concienzudos –puede emplearse aquí el término tailorear, como síntoma inequívoco del bilingüismo asociado al hecho en sí de practicar el corte y confección del nuevo milenio- y la transforman en la prenda it que no puede faltar en el armario de esta primavera-verano. Si el resultado no es el óptimo, o los trasquilones de las tijeras de cortar el pescado se notan demasiado, entonces la duityorselfista se pone una kufiya a juego con el conjunto y, además de ir al última, se nota la conciencia social de la interfecta.

Otra medida con cierto predicamento, sobre todo en el mundo digital, está siendo la de vender objetos usados al personal. Claro que la compra de los mismos es, en si misma, una importante medida de ahorro. La primera lo vende para comprar trapitos nuevos en la tienda de ropa rápida del centro comercial más cercano o en el outlet –hay que dedicarle un artículo a estos templos de la compra masiva- del polígono industrial que hay junto a la urbanización de adosados en la que vive. La segunda, la compradora, se permite re-estrenar a precio de saldo. En fin, la cuadratura del círculo.

La cuestión es que las de la A.M.T.E.T.C.Q.C.R.M.S.V.E.S.G. ahora están echando de menos haber invertido un poco menos de dinero en ropa rápida y trapos de usar y tirar varios y mucho más en tener lo que se llama un “fondo de armario” decente. Aunque algo me dice que ni la crisis va a hacer que recuperemos la elegancia.

lunes, 2 de marzo de 2009

Las despedidas y la elegancia



Por circunstancias de la vida este será el último artículo que escriba desde Costa Rica. Dentro de unos días emprendo una nueva aventura personal otra vez fuera de mi devastado país. Marruecos es la siguiente estación de mi camino. Más cerca de casa, al menos físicamente.

La cuestión es que esta circunstancia me ha permitido vivir en primerísima persona un aspecto, cuanto menos curioso, del ser humano moderno. Me refiero a las despedidas, con todo lo que las mismas conllevan, desde dar la noticia hasta hacer las maletas. Y es en esta circunstancia en la que uno aprecia en gran medida la elegancia de los seres humanos, como relataré a continuación.

Para empezar están las reacciones ante la noticia. Desde las lágrimas del amigo, hasta el ademán impasible del que se decía amigo. Desde la sorpresa, hasta la frialdad más absoluta. En cualquier caso, en casi todas las ocasiones lo que he visto es la sinceridad reflejada en el rostro de la persona o la he sentido al otro lado de la línea telefónica. En esto el personal no se anda con remilgos, menos aún si lo que median entre ambos seres humanos no son más que negocios.

La sorpresa llega más bien del lado del que da la noticia. Aquel al que uno consideraba amigo apenas se ha inmutado ante tal circunstancia, si acaso su interés viene cuando ve peligrar algún negocio en común. Otros, cual buitres que se abalanzan sobre la carroña, ven la oportunidad del río revuelto. “Si este se va, puedo intentar ocupar su puesto”, piensan mientras te dicen lo que lamentan tu decisión. Ya digo que en la cara se les nota, a casi todos.

Luego están los que quieren comprar barato. Porque esto de los desplazamientos genera mucha ganga. “¿Qué vas a hacer con el coche (casa, muebles…)?”, es lo primero que se les pasa por la cabeza y lo primero que te dicen algunos. A lo cual a uno le entran ganas de responder: “Le voy a prender fuego y si puedo contigo dentro”. Claro que no suena muy elegante, pero las ganas se acentúan cuando tu interlocutor tiene el descaro de decirte: “Si no lo vendes yo te ofrezco X (su precio real menos un treinta por ciento)”. La respuesta no se hace esperar: “Por ese precio lo regalo en la beneficencia que les hace más falta que a ti”. Uno menos al que invitar a la fiesta de despedida.

No faltan los que aprovechan la despedida para hacer negocios. Como ese correo que recibí que decía: “Hola Paco, espero que no te hayas ido sin despedirte. ¿Te importaría enviarme la topografía de aquel terreno que ibas a comprar?. Saludos”. Lo cual me recuerda aquel chiste del que fue a poner una esquela mortuoria y como tenía seis palabras disponibles puso: “María ha muerto, vendo SEAT Ibiza”.

Las fiestas de despedida merecen capítulo aparte. De entrada, te ofrecen bastantes, que poco a poco se van diluyendo, quedando sólo las de los amigos de verdad y algunos que son más amigos de lo que tú pensabas. Luego en las propias fiestas tienes que soportar a algunos que básicamente lo que aprovechan es para beber y comer gratis.

Pero vayamos al lado positivo del asunto. Con las despedidas se destacan los que de verdad sienten la pérdida, los que sabes que van a estar ahí aunque tú ya estés lejos, los que hacen grande la palabra AMISTAD.

Porque las despedidas, estimado amigo, a uno le permiten separar el grano de la paja, aunque sea ya demasiado tarde como para deshacerse de ésta y quedarse con aquél.