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En mayor o menor medida, casi todos estamos viviendo momentos de incertidumbre. Si la crisis es global, la incertidumbre es local. Muy local, muy personal. Sobre todo porque se siente tan cercana que no cabe la lectura grandilocuente a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación. Incluso los que menos afectados están por los acontecimientos, dado el carácter intocable de sus empleos, están viviendo horas de incertidumbre. Ni ellos tienen muy claro el motivo, pero se quejan como el que más, no vaya a ser que pierdan su condición de desgraciaditos oficiales del barrio.
La incertidumbre suele llegar avisando, pero siempre nos agarra desprevenidos. Mayormente porque el ser humano no se cree ese refrán que reza algo así como “cuando veas las barbas del vecino cortar, pon las tuyas a remojar”. Así que una vez dentro llega la zozobra. Por eso hay que estar siempre preparado para lo peor y esperarse lo mejor. Frase genial que no sé dónde leí en cierta ocasión, pero que he hecho mía con el tiempo. Los norteamericanos a esto le llaman ponerse en el worst case scenario, frase fundamental -que a mi personalmente me fascina- para todos aquellos que quieran seguir subidos al tren de los idiomas hasta en los momentos más amargos.
Lo peor de la incertidumbre es que es más pasiva que activa. En otras palabras, la incertidumbre crece conforme las noticias menguan. El correo electrónico que no llega o la llamada que no se produce, por ejemplo, son los casos más claros de lo que digo. Por eso aquello de anticiparse a las crecidas del río se hace cada vez más necesario. Dicho de otra forma, es como echarse a culjanter por necesidad.
Claro que a lo mejor, si nos fijamos, si miramos a nuestro alrededor con una mirada un poco más perspicaz, puede que cualquiera de nosotros podamos resolver una situación de incertidumbre que afecta a otra persona. No hay más que descolgar el teléfono o que contestar el correo electrónico. Sí, ese que hemos marcado como no leído aunque lo hemos leído tres veces y no nos atrevemos a contestar por no dar una mala noticia. En estos días que vivimos, casi peor que una mala noticia es la ausencia de noticias, porque la consecuencia inmediata de esa dilación frívola es más incertidumbre.
Ante la incertidumbre no cabe más que la reacción seria y sensata. Viviendo en la incertidumbre se llega a comprobar que hay un sustrato que permanece, inamovible como una roca y sobre el cual se podrá siempre edificar. ¡Ay, de los cimientos arcillosos que nos impone la sociedad!. Por eso, mucho más allá de la queja, del llanto o del victimismo, lo que cabe es mirar hacia delante, seguir siendo el mismo y comprobar en primera persona de qué madera se está fabricado. De camino, algunos separamos el grano de la paja, que no es poca. Lo demás son zarandajas y perdón por ponerme serio a la vuelta de estas no-vacaciones.