Valores, no derechos
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En ocasiones se producen acontecimientos que ponen a prueba la solidez de
una sociedad. Estos meses, desde que iniciara la huelga de los sindicatos
del se...
lunes, 25 de mayo de 2009
Los personajes y la elegancia: Belén Esteban
Hoy no les voy a contar las excelencias del estilo maruja del siglo XXI de la ex de Jesulín. Ni siquiera voy a comentar su vestido de Carolina Herrera -¿sabe doña Carolina que su prêt-a-pôrter ya lo usa hasta la Esteban?-, color hello kitty, como mandan los cánones de la temporada, mis queridas blogueras fashionistas. Creo que poner la palabra elegancia en la misma frase que Belén Esteban es un acto de heroicidad que yo no voy a perpetrar, a no ser que vaya precedida de perdida o de un rotundo no. Ya saben que a mi no me gustan los consensos.
A lo que voy es al grado de toxicidad, por no decir de descomposición, en el que se encuentra nuestra sociedad, cuando observo cómo personajes como este pueden manipular a los ciudadanos. La semana pasada, mientras intentaba glosar sobre mis gustos literarios, tenía encendido el televisor en el preciso instante en que entrevistaban a esta señora -fíjense en su insistencia en publicar ella sigue casada-. Acababa de celebrarse la primera comunión de su hija y el motivo de la entrevista era el encuentro con su anterior esposo, Jesulín de Ubrique.
Conforme avanzaba la rueda de preguntas de los habituales periodistas, iba dándome cuenta de cómo, esa señora con nariz de boxeador sonado, ojeras de yonqui y boca de rape, otrora máximo exponente de la horterada patria, se ha transfigurado en una madre coraje adorada por el público en general. Sí, estimado lector, una madre coraje en toda regla que nos relata cómo ha tenido que pagar ella el convite de la comunión de su hija, amén de lo digna que estuvo en su encuentro con el progenitor de la misma. No sé si este magno cambio de rumbo se debe a la necesidad de héroes que sufre mi país o a la capacidad de la interfecta para causar con su rencor personal la empatía de las masas consumidoras de este tipo de vanidades.
No crean que me importa mucho que el personal se enfervorice con este tipo de personajes, sino más bien con su facilidad para sustraerse de lo fundamental. Recordemos que esta señora, que ahora nos da lecciones televisivas de cómo sacar adelante a una hija ella sola, vive del cuento de su primer matrimonio, amén de la pensión alimenticia -no pequeña, por cierto- que su descubridor para la masa le tiene que pasar religiosamente todos los meses. A todas luces debiera ser ella la que le enviase al torero de Ubrique un porcentaje de todo lo que gana por ir aireando su vida y la de su antiguo marido, sobre la cual opina sin el menor atisbo de vergüenza.
No, no es que Belén Esteban sea la única que vive del cuento. España está llena de ex: maridos, mujeres, grandes hermanos, triunfitos y toda una pléyade de personas que, a falta de mayores capacidades profesionales y, por el momento, sin cabida en la política, ganan un buen dinero por contar su vida o la de los demás en televisión. Son toda una clase social emergente que nos ofrecen ese circo patético sin el cual muchas personas no pueden ya ni vivir, y no me refiero a los propios periodistas, cuyo nivel intelectual ha descendido a baremos sólo comparables con los de los seres vivos unicelulares, categoría aún pendiente de revisión por el Ministerio de Igualdad, Corte y Confección. A esa pujante clase pertenece la protagonista de hoy, con el agravante de querer contarnos que ella es una trabajadora incansable, cuyos denodados esfuerzos apenas le dan para celebrarle la primera comunión a su hija con un ambigú medianamente digno.
Una de dos, o esta señora maneja la propaganda personal mejor que el mismísimo Rodríguez Zapatero, o este país necesita una lobotomía colectiva. Aunque la verdad es que no sé si ambos supuestos son excluyentes.
domingo, 17 de mayo de 2009
Los libros y la elegancia
No sé si realmente a alguien puede interesarle lo que yo leo o dejo de leer. La cuestión es Yose me ha invitado a una de estas cadenas blogueras que tanto detesto y no he podido vencer la tentación de adherirme. Borreguilmente, lo sé.
Actualmente estoy leyendo:
El tigre que no está de M. Blastland y A. Dilnot. Un libro muy interesante y que hace bueno aquello de los tres tipos de mentiras: las pequeñas, las grandes y las estadísticas.
Un libro que nunca terminaré:
Los pilares de la Tierra de Ken Follet. La primera y la última vez que se me ocurrió abrir un best seller. Un ladrillo, nunca mejor dicho.
Un libro que tengo pendiente por terminar:
Historia de la forma urbana de A.E.J. Morris. He leído trozos y es un libro interesantísimo, pero hay que tener paciencia y mucha concentración para leerlo, lo cual a mi me falla.
Un libro que me decepcionó:
¿Quién se ha llevado mi queso? de Spencer Johnson. Una memez –palabra de la que deriva “meme”- como la copa de un pino. Eran otros tiempos y ese lo iban regalando por todos lados.
Un best seller que no tengo el más mínimo interés de leer:
No leo ese tipo de literatura. Me cansa, me aburre y me parece una verdadera pérdida de tiempo, en mi caso. Respeto mucho al que le gusta este tipo de literatura, por llamarla de algún modo.
Un libro que me gustaría que me regalasen:
La Historia del Arte de Ernst Gombrich; y De Colón a Bolívar, de Salvador de Madariaga, está descatalogado.
Un libro que me emocionó:
La peste de Albert Camus. La novela de Camus es muy buena, porque sus ensayos son demasiado densos.
Un libro pendiente que seguro que leeré algún día:
La Biblia. Lo he intentado dos veces.
Un libro que me gustaría volver a leer:
Trilogía de Madrid de Francisco Umbral. Fue el primer libro que leí del maestro y a partir de ahí todo cambió; El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, todo un descubrimiento.
Un libro que recomendaría:
Muchos, muchísimos. Me ha gustado mucho Fueras de serie de Malcom Gladwell que es el último que he leído. Espero recomendar el mío un día de estos.
Un libro que me sorprendió:
Cómo ser libre de Tom Hodgkinson. Me cambió la forma de ver muchas cosas, aunque desafortunadamente uno vuelve a caer en la rutina.
Me gustaría que se uniesen a esta cadena Eva, aunque espero que no ponga libros en ruso; Raquel, a ver qué libros ha conseguido gratis total y Venti, que tiene que estar bastante leído.
miércoles, 13 de mayo de 2009
100 eran 100
A lo mejor alguien esperaba que yo hoy hablara sobre el debate del estado de la nación, de las ayudas a la compra de coches o a la deducción por compra de vivienda habitual. Lo siento. Hoy, como el maestro Umbral, voy a hablar de mi libro. Mejor dicho, voy a hablar de mi blog. Porque del resto, de la actualidad y de la realidad efímera, ya están comentando los demás bastante.
Esta es mi entrada número cien. Así, con letra. Porque los números ya los conocemos todos. Ya cansan los números. Como hartan los políticos ineptos y vividores. Y digo entrada porque entre los cien, hay algún que otro post que es como a mis amigos blogueros les gusta llamar a esto de escribir en Internet. El resto, como ya se ha dicho aquí antes, son artículos.
Casi cien artículos sobre lo divino y lo humano. Sobre economía, sobre política, pero sobre todo sobre esta sociedad nuestra, por llamarla de algún modo. Sobre esta decrepitud de convivencia a la que llamamos sociedad y que, algunos, incluso se atreven a llamarla democracia. Sobre este borreguismo desilustrado al que los cursis llaman sociedad de la información, cuando debieran denominarla manada de adocenados. Así, sin comillas ni cursiva.
Cien reflexiones que han dejado impasible a más de uno y mudo a más de dos. Los impasibles se fueron, los mudos siguen ahí. Lo sé. Gracias. Gracias a todo el que haya querido leer más de dos líneas, se haya atrevido o no a contradecirlas, aunque hoy lo de contradecir no está tan de moda como debiera. Porque la moda es vestirse de moradito, usar smartphone y quejarse todo el día. A la espalda, eso sí.
Hoy reniego de este centenar que no llega a impronta. Porque eso es otra cosa, como uno va aprendiendo con el paso de los años. Pero sobre todo lo aprende con el paso de las personas. Esas, nosotros, sí que dejamos impronta. Hoy mismo lo he comprobado. No el debate de ayer, ni la crónica del mismo. Por eso este cien lo regalo, lo vendo, lo traspaso.
Parafraseando al genial Pablo Carbonell: "Esto que estás leyendo es tuyo, es para ti. No defraudes a Hacienda y decláralo".
jueves, 7 de mayo de 2009
La vanidad y la elegancia
Sin vanidad no existiría la elegancia. Sin un poquito de amor propio nadie puede ser elegante. Así de rotundo y concreto es esto. La vanidad, como el sentido de autoprotección, viene por defecto en todos lo seres humanos y sin ella no podríamos poner de manifiesto nuestra propia individualidad.
No nos olvidemos de que la vanidad la encontramos por todos lados. Porque vanidosa es Victoria Beckham, que no sabe que modelito se va a poner, pero vanidoso es igualmente cualquier joven de tendencia comunistoide que se deja la barba, se pone una camiseta del Ché y tiende a no lavarse demasiado para que, con el agua, sus firmes valores leninistas no se diluyan.
Ahora bien, como casi todo en la vida, en la moderación está la virtud y el exceso de vanidad suele ser fiel compañero de la falta de elegancia. Lo veíamos cuando hablábamos de la metrosexualidad o del lujo. Cuando la gente confunde quererse a uno mismo con que los demás lo quieran por lo que tiene y no por lo que es. Eso imagino que ya lo intuía el amable lector. Por eso no voy a ahondar más en la proporcionalidad inversa de la vanidad y la elegancia. En definitiva, que a más vanidad, una vez que se superan ciertos límites, menos elegancia.
De lo que yo quiero hablar es de la vanidad que se oculta tras el llanto, el sollozo, la queja, la abnegación. Esa vanidad que no percibimos como tal pero que es la peor de las formas que puede adoptar, amén de la menos elegante de todas. Ahora bien, que esté disimulada no quiere decir que no se prodigue, tanto o más, que la vanidad directa.
Todos tenemos un amigo, un conocido o un familiar aficionado al lamento. Su vida es la queja continua por su situación personal o las condiciones de la misma. Aunque si lo analizamos con objetividad veremos que seguramente viven mejor que el resto de los mortales, con la gran diferencia de lo poco que nos quejamos los demás y el continuo dolor que los acompaña a ellos.
En este sentido los familiares ochatresistas nos suelen aportar los mejores y más valiosos ejemplos. A pesar de que tienen empleos inamovibles, horarios y vacaciones cercanas a las de nuestros hijos y sueldos más que aceptables, la vida los trata con desdén.
Sus jefes suelen ser ogros que suplen con mala leche la incapacidad para despedirlos, sus salarios apenas suben el IPC y no les dejan tomarse todos los puentes. Tragedias irremediables que no continúo narrando porque seguramente el amable lector puede completar estas líneas con ejemplos mucho más ilustrativos.
Otros vanidosos que se esconden bajo los ropajes de la abnegación son muchos de los personajes públicos que dedican su vida a causas diversas. Desde la investigación del mono malayo, hasta la construcción de escuelas en los arrabales de Mumbai, que es como ahora se llama a la Bombay de toda la vida. Bajo apariencia harapienta, estos mártires del siglo XXI nos muestran lo sacrificado de sus vidas e incluso arrastran a los suyos a vivir bajo los estándares propios del que da su vida por una causa, se sobreentiende que justa.
Sin ir más lejos el otro día escuché que Vicente Ferrer, fundador de una ONG que lleva su nombre siempre va vestido exactamente igual. Esto, que podría parecer algo normal, resulta que no es una cuestión trivial, dado que encontrar idéntica tela para las camisas que lleva vistiendo desde hace décadas no es nada fácil. No importa mientras le logre el objetivo de hacer creer que lleva con la misma indumentaria treinta años.
En ambos casos, de lo que hablamos, no se lleven a engaño, es de vanidad pura y dura. Dar pena a sabiendas y con fruición no es más que una forma de llamar la atención del prójimo, con los mismos o peores objetivos que el aficionado al autobombo.
Porque como decía mi estimado Salvador Moreno Peralta, insigne arquitecto malagueño y escritor incomprendido, “entre el sahumerio y el flagelo, me quedo con el primero porque, aunque atufa, por lo menos no salpica”.
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