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En España siempre hemos tenido un cierto complejo de inferioridad respecto del resto de los europeos. Fundamentalmente de los que se ubican más allá de la frontera pirenaica que separa a la Península Ibérica del resto de Europa. Este hecho hace que sintamos que todo lo español tiene menos valor que lo que viene del norte, de Francia, vamos. Yo pensaba, seguramente por mi condición de expatriado, que esa pelusa de paletos europeos la habíamos superado. Estaba equivocado.
Una pequeña investigación, posterior a la lectura de un artículo en otro blog, me lleva a rectificar esa impresión mía. Así, puedo afirmar que seguimos siendo unos acomplejados, amén de unos tristes seguidores de todo aquellos que se genera al norte de los Pirineos. Supongo que hay mucho de moda pasajera en esto del afrancesamiento de vanguardia patrio. Pero lo cierto es que ahí está el fenómeno, desafiando la lógica más elemental y revolcándose en el tópico de que somos peores para sentenciar que “lo francés es lo elegante”.
Para demostrar la superioridad de Francia sobre España, el afrancesado compara la tortilla de patatas con la cocina de Paul Bocuse, la venta de carretera con el Plaza Athénée de Alain Ducasse y el Don Simón con el Château Lafite. Y se quedan tan anchos. Luego nos cuentan que los franceses tienen un savoir faire único y se pasan por el forro a Ferrán Adriá, a Martín Berasategui –por ejemplo- y al Vega Sicilia Unico, todo ello sin el menor atisbo de vergüenza propia.
Algunos incluso se declaran defensores del brioche frente al churro, mucho más fino, por supuesto, y se revisten de una actitud carpetovetónica, dado que lo español es paleto o “castizo” y lo francés tiene “¡Tanto estilo…!”. Miren sino a Edith Piaf, nada que ver con Rodolfo Chikilicuatre. Claro que al del chiki-chiki con quien deberíamos compararlo es con aquel niño franchute, Jordy Lemoine, precursor de la mini-maruja María Isabel y demás especímenes del género de la chanson des enfants.
El afrancesamiento invade con más intensidad las tiernas mentes de los seguidores del mundo de la moda. De este modo lo in es utilizar términos en francés como la “maison”, en lugar de la firma, el “atelier”, o sea un taller pero mucho más digno dado que estamos hablando de modistos y no de mecánicos, o el “petit robe noir” que es un vestido negro corto pero con pretensiones.
Igualmente las más jóvenes intentan parecer insípidas francesitas con su pose romántica. Pálidas, cuasi anoréxicas y vestiditas con los trapitos del momento que compran en las grandes maisons de la haute couture, como Zara, Berska o Mango, todas ellas de gran tradición parisina como todos sabemos. Para conseguir el efecto deseado siempre hay que posar con las puntas de los pies hacia adentro, una actitud de lo más chic, sólo comparable a salir sobre el asiento de una bicicleta vintage con cestita incluida. El súmmum de la elegancia français.
París, gracias al apoyo mediático que recibe la pareja del momento, los Sarkozy-Bruni, italiana ella, vuelve a recobrar su viejo esplendor de metrópoli. Una ciudad, eso sí, con un alto grado de decadencia, al igual que la Côte d´Azur, o Costa Azul para los que nos resistimos al cursilería lingüística. En Paris lo que abundan son los inmigrantes magrebíes y los turistas españoles, ambos muy apreciados por el francés medio. Tanto es así que a los primeros les llaman pied-noirs y a los segundos merde gens, todo con ese estilo único que tienen los franceses.
Eso a los españoles nos importa poco. A nosotros el chauvinismo nos da bastante igual, es más, nos parece que lo español es feo y pueblerino, así que proscribimos todo atisbo de defender lo propio. Lo que nos gusta es ir de peregrinación a la capital de la moda y pasear por Saint Honoré y por la Place Vendôme para ver la última colección prêt-á-porter en las tiendas de las grandes maisones, para terminar el recorrido en el H&M de turno. Eso sí, con mucho más savoire faire.
Nota: La foto es de aquí. Si su autor quiere que la quite que me lo diga. En español, por supuesto.