El balance necesario
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A pesar de que desde abril de este año, mes y medio después del inicio de
los efectos de la pandemia, ya se hablaba de una negociación con el FMI
para la...
jueves, 10 de abril de 2008
La cantidad y la elegancia
Casi siempre un artículo tiene como desencadenante un acontecimiento que sucede en la vida de su autor. Una anécdota. Una conversación. Algo que provoca una reflexión que va más allá de la simple ocurrencia, del mero suceso, del puntual cruce de frases.
La semana pasada, como consecuencia de la vorágine laboral/empresarial en la que me encuentro sumido, tuve que acompañar a un señor a conocer una zona costera de Costa Rica, Guanacaste. Nos alojamos en un conocido hotel –ahora se le llama resort, mucho más elegante- de bandera española. Nuestras habitaciones eran estándar y, caminando hacia el restaurante, al pasar por la zona del pretencioso royal service del hotel, le indiqué a mi acompañante el detalle de la superior categoría de aquellos otros dormitorios de alquiler. Sin dudarlo un instante, exclamó: “¿Y esas son más grandes?”.
Ahí reside toda la enjundia de la vida, en el tamaño. ¿Para qué quiere uno un cuarto más grande que el ya desmesurado dormitorio con dos camas de matrimonio, salón, ktichenette y terraza, cuando lo que estás es todo el día tumbado en la playa o la piscina, o bien dedicado a las estúpidas actividades recreativas propias del lugar?. Seguramente para contarlo a los amigos. Pero no, las habitaciones del royal service, para gran decepción de mi invitado no son más grandes, sino más pequeñas pero mejores y con más servicios. Lo cual me lleva a pensar que los que se hospedan en ellas no son conscientes de la merma en metros cuadrados que sufren a cambio de un mayor precio. En caso contrario a lo mejor hasta se dedicarían a presentar quejas ante tal agravio comparativo.
Pero nuestra sociedad es así. Queremos cantidad. No hay más que darse una vuelta por los EE UU y ver esas enormes tazas de café que sirven para el desayuno. Invariablemente el líquido se queda frío después de unos minutos en ese recipiente de un tamaño comparable al de la palangana con la que Jesús lavó los pies de sus apóstoles. Ni que decir tiene que pedir dos platos en muchos restaurantes del Imperio del Mal Gusto puede ser un suicidio gástrico.
Esto de la cantidad va mucho más allá del tamaño de las raciones de los restaurantes. Todos estamos abocados a caer en la trampa del “más es más”, esto es, de tener más cosas para sentirnos más elegantes. De ahí el éxito de las cadenas de ropa rápida. Muchos piensan que tener más ropa es signo de elegancia. Así, que se precipitan a los modernos mercadillos en donde la última moda se amontona a precios irrisorios con idéntica calidad -a la del precio, quiero decir-. Hay que llenar el armario como sea. Ir vestido igual dos días seguidos es un pecado mortal en la sociedad en la que vivimos. Nos creemos que los que nos rodean se acordarán mañana de la camisa que llevamos hoy y que se van a reír mucho de que la usemos al día siguiente.
Lo mismo ocurre en las casas. Gracias a los ikeas y similares ya no falta un detalle de decoración en casa de nadie. Los que acaban de comprar o alquilar un piso saben de lo que hablo. No hay más que ir a ese horrible almacén, en donde venden más tonterías que en el rastro de los apaches, y por una relativamente módica suma el joven hipotecado llena la escueta casa de todo tipo de muebles y abalorios domésticos. Curiosamente estas tiendas promueven esa extraña tendencia decorativa que se conoce como minimalismo. Lo minimalista no consiste en buscar el mínimo número de objetos, sino el mínimo número de colores para decorar, a saber: blanco, beige, negro y/o wengé.
Al final uno mira cualquier rincón de su casa y se da cuenta de la cantidad de objetos que posee. En su mayor parte inútiles. Nos sirvieron para llenar un espacio vital seguramente ya ocupado, para calmar una ansiedad creada por algún anuncio, para cubrir una necesidad inventada y momentánea. Ahora forman parte del decorado, son un número más.
Esto de la cantidad lleva a pensar a muchas personas que teniendo más objetos son mejores, tienen más éxito, son más elegantes. Como dijo Wallis Simpson, duquesa que fue de Windsor, “nunca se es lo suficientemente rica ni se está lo suficientemente delgada”. Pues eso.
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8 comentarios:
Ya se sabe amigo, caballo grande, ande o no ande.
Bienvenido a casa.
Como siempre, de acuerdo en todo.Me ha encantado tu reflexión de ikea, nos crean una necesidad de comprar objetos inservibles con el único fin de "rellenar" el espacio en el que vivimos.
Y por cuatro duros, para que no nos remuerda la conciencia.
Efectivamente Gonsaulo, pero además creo que no sólo grande, sino muchos.
Sol, si hablamos de coleccionar como práctica de tiempo libre... no me suena tan mal, pero seguro no vas por ahí.
Raquel, "rellenar", esa es la palabra.
Gracias por los comentarios. Me encanta estar de vuelta.
me gusto mucho tu articulo. Os invito a leer mi blog donde escribi un poquitin acerca de este tema (hablando de Paris HIlton)
http://elnotable.blogspot.com/
Hola Paco, me alegro que estés de vuelta.
Supongo que tienes razón, que con esto de la moda al alcance de todos, la gente se llena de montañas de ropa. Yo nunca he sido de tener mucho, pero si un fondo de armario justo y a ser posible lo mejor que pudiese, que no tiene que estar vinculado necesariamente con ninguna "marca", tengo mi propio estilo y exceptuando algunos deslices, no me dejo llevar en exceso por la moda.
Lo de comprar por comprar y así rellenar, mi madre me cuenta de unas amistades que ella tenía, un matrimonio, que compraban sin orden ni concierto, una vez el buen señor compró unas zapatillas para jugar al tenis, en la época en que los deportes aún no eran tan populares, cuando él ni siquiera practicaba, el motivo: estaban de oferta. Otra vez compró 25 pares de zapatitos de niño, tenían una niña de año y medio, la mayoría de los zapatos la criaturita ni se los llegó a poner, y es que los niños crecen deprisa, así que buena parte de esos zapatos pasaron a una servidora. Ellos al parecer pensaban que mientras más tenían más importantes eran, lo curioso es que esos señores pertenecían al PCC, cuando éste aún era ilegal. Perdona por nombrar la política aquí.
En cuanto a Ikea, bueno a mi me gusta ir, y algunas veces compro alguna chorradita, pero vamos, tampoco tengo mi casa como si fuera un bazar, que todas esas cositas después hay que limpiarlas.
Perdona la extensión, un saludo afectuoso.
Buenísima tu reflexión sobre Ikea y tiendas de ropa tipo mercadillo (incluido el mercadillo). Siempre discuto con mi hermana sobre esto. Yo soy de la opinión de "poco pero bueno" y ella de "mucho aunque malo". Para gustos los colores...
Notable, bienvenido, gracias por el comentario y felicidades por tu blog recién estrenado.
Lola, ejemplos hay mil y esto de la cantidad no respeta las ideologías políticas, si es que esa entelequía existe. En los aeropuertos se compra por aburrimiento.
Jordana, ojo que los zaras y hacheyemes no dejan de ser mercadillos pero bien decorados. "Mucho y malo" ese es nuestro sino.
Gracias de nuevo a todos.
Hola: a veces es una necesidad de la gente de comprar cosas para sentirse bien, ademas es momentanea la sensacion y te llenas de basura...
urge cambiar esos paradigmas por que nos afectan en muchos sentidos como mencionas en cuanto a la salud... los beneficiados como siempre son los grandes comerciantes...
Un beso
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