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En este trasiego a cuenta de lo que es y lo que no es la elegancia, no podemos olvidar que de lo que hablamos en el fondo es de nuestro espacio en el mundo y, por ende, en la sociedad a la cual pertenecemos. Este lugar algunos no lo ocupan en solitario, sino que lo hacen acompañados de una familia: cónyuge e hijos. De la familia de mayor grado prefiero no ocuparme, en tanto que a uno le viene dada. La familia creada por el ser humano es una suerte de extensión de la propia persona, aunque nos encontramos con los casos extremos entre los que rechazan tal vínculo y los que lo convierten en una proyección de sí mismos.
En mayor o menor medida hoy las personas pretenden trasladar su vida y su circunstancia a la de sus hijos, lo cual, como siempre, llevado al exceso se convierte en un grave peligro. ¿Y qué tiene que ver esta disertación pseudo-metafísica con la elegancia, se preguntara el amable lector?. Pues mucho. Porque todos esos males, que ya hemos citado aquí en relación a los comportamientos poco elegantes, se ven reflejados en la proyección que no pocos padres realizan sobre las vidas de sus hijos. Creo que los ejemplos verídicos que a continuación detallo servirán para demostrar mi tesis.
Hace un par de años coincidí con una pareja de felices y jóvenes futuros padres que estaban a punto de recibir a su primer retoño. Esa tarde habían pasado por un exclusivo centro comercial a comprar ropa para su futuro vástago. El padre, orgulloso, mostraba las fotos de las adquisiciones en su flamante teléfono móvil último modelo. Mientras, la madre, igualmente llena de satisfacción, narraba las imágenes. Peleles de Dior, pijamas de Ralph Laurent Lafayette y vestidos de Burberry eran lo mínimo que los papás estaban dispuestos a adquirir para su bebé. Todo un ejemplo de elegancia… antes de nacer.
En el lugar en el que yo vivo algunas madres tienen la costumbre de hablar del colegio de sus hijos refiriéndose al nombre del mismo. Porque no es lo mismo ir al colegio -así, sin apellido- que acudir a una institución de rancio abolengo y/o alta cuota mensual. Mayormente lo segundo. Entonces las oye uno decir: “Es que mañana Luisito tiene fiesta en (colóquese el nombre del colegio caro)”. Así no quedan dudas. El niño va a una escuela exclusiva, lujosa, vedada a una élite. Esa es la señal más clara del éxito de los padres.
Sobre este mismo tema en el Blog de Uma leíamos que Elena de Borbón, a la sazón cuasi-exesposa de Jaime Marichalar, abrió una guardería. Evidentemente el éxito comercial del centro fue rotundo. Las madres y los padres se dan codazos porque su vástago sea incluido entre los elegidos a formar parte de la clase de semejante celebridad. La educación que vaya a recibir el niño es un asunto menor si lo comparamos con el placer que produce en esa madre poder vociferar en el barrio: “Es que mi Pedrito está en la guardería de la infanta”.
Los niños son seres con poca capacidad de decisión. Los padres tienen la tarea de orientarlos, de ayudarlos, de cuidarlos en definitiva. Pero hay padres que sienten la tentación de utilizarlos para demostrar el posible éxito que han podido tener en la vida. Padres que proyectan en sus hijos sus propias debilidades, sus miedos, sus envidias. Así se empieza a forjar la absoluta falta de elegancia. Perdón por la gravedad.