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En una mujer la elegancia es algo mucho más innato que un hombre, aunque también es cierto que la mujer, en sí es un ser mucho más dado a la elegancia que el hombre. El hombre es platicúrtico en lo que a elegancia se refiere, mientras que la mujer tiene más al mesocurtismo(*). Las mujeres, en general, dedican más tiempo a cultivar el valor de la elegancia, desde escoger más detenidamente su atuendo, hasta cuidar mucho sus maneras. Por el contrario el hombre es más rudo y, aparentemente, descuida generalmente su imagen y sus modales.
Aunque seguramente todo lo anterior no sean más que generalidades aceptadas socialmente –no demasiado políticamente correctas, por cierto-, la verdad es que la mujer por su condición, naturaleza, imposición social o cualquiera otra razón, es habitualmente más elegante que el hombre. Al menos cuando hablamos de la mujer individualmente analizada. La mujer es ese ser de bella estampa, que individualmente analizada casi siempre tiene elementos rescatables de su forma o su espíritu. La mujer es una conversadora amable y atenta en el bis a bis. En cualquier caso las comparaciones siempre son odiosas y de ellas hablaré más adelante.
Pero la mujer en el grupo suele perder su elegancia. La colectividad de una reunión de individuos aniquila la elegancia de muchas mujeres. La mujer elegante en muchísimas ocasiones se deviene en otro ser cuando se rodea de otras personas. Esto sucede tanto por exceso como por defecto. Me explico. En no pocas situaciones he comprobado que señoras aparentemente elegantes, con modales refinados y aspecto impecable, caen en lo grotesco en el contexto de una conversación. Hay señoras que necesitan “practicar” su egocentrismo y vociferan para hacerse notar en medio del grupo. Empero, otras apenas son capaces de pronunciar palabra porque una aparente timidez la retrae y le impide relacionarse con fluidez. Estas últimas suelen practicar otra fórmula de egocentrismo, puede que más refinada, pero no por ello menos grave.
Es más que probable que a estas alturas se pueda pensar que la extroversión o introversión son caracteres humanos, perfectamente aplicables a ambos sexos. Sin embargo, bajo mi punto de vista, existen dos grandes diferencias entre los comportamientos de hombre y mujer. La mujer suele emplear con profusión la afectación, mientras que el hombre viene a declararse un ser totalmente desafectado. El otro gran diferendo lo encontramos en la comparación. La mujer es un animal que vive en la comparación, sobre todo respecto de las otras mujeres y eso le provoca un comportamiento pocas veces elegante.
La comparación hace que algunas mujeres quieran destacar e imponerse sobre sus “rivales”, lo cual desata una incontinencia verbal que destruye cualquier idolatría previa que pudiésemos sentir por ellas. Igualmente, la comparación provoca el efecto contrario, esto es, hace que muchas señoras desaparezcan sin dejar rastro, incapaces de enfrentarse a una situación en la que se sienten en “desventaja”.
La afectación y la comparación son las cualidades menos elegantes que el ser humano arrastra y las mujeres suelen contar con ambas en muchas más ocasiones de las que serían deseables. Porque la comparación no es necesaria cuando se está seguro de uno mismo y del valor exclusivo de la propia individualidad. La comparación con los que nos rodean en una mesa de un restaurante o en un cóctel surge cuando existen dudas acerca de lo se es o se expresa. Siendo así que algunas creen que la palabra altisonante o la opinión maximizada les hará mejores, cuando lo común es que suceda todo lo contrario.
La afectación es el don de la continua actuación en el ámbito de lo público, lo cual tiende a caer habitualmente en lo grotesco, incomodando incluso a los que rodean a la afectada. Desde el silencio forzado en base a una timidez aparente, al manierismo excesivo en gestos, los seres afectados vienen a convertirse en actorcillos mediocres de su propia vida, destacando así su absoluta falta de elegancia. Claro que la afectación es una cualidad que, como la comparación, sólo puede salir a relucir cuando los demás nos observan o nos sentimos observados.
Por eso, en lo individual, en las distancias cortas, en la soledad, me quedo con la mujer como ser infinitamente elegante.
(*)Platicúrtico, mesocúrtico y leptocúrtico son las tres tipologías de la función de distribución estadística normal o campana de Gauss. La campana habitual del gráfico de la función es denominada mesocúrtica, la leptocúrtica es aquella en la que hay una fuerte concentración en los valores medios, mientras que la platicúrtica es aquella en la que no existen extremos tan pronunciados.
Gracias a Evelyn por la foto.