jueves, 27 de septiembre de 2012

Camisas, nacionalidades y elegancia


Francés y a la moda
El ser humano es en esencia innovador. De ahí que la moda tenga tanto predicamento entre nuestra especie. Me cuentan por estos mundos virtuales que ahora lo que se lleva en la Europa menos golpeada por la crisis (Alemania, Dinamarca, Francia… ¿Cataluña?) son las camisas de colores oscuros. Que los fornidos noruegos lucen mucho con una camisa en tonos grises azulados, imagino que si es con un toque de brillo mejor todavía.

¿Quién no desearía vestir una camisa en tonos iphone o, aún más moderna, tonos galaxy note, de esas que nos propone Hugo Boss?. Pues un servidor de ustedes no sólo no la vestiría jamás, sino que le parece que es el más flaco favor que se le puede hacer al buen vestir de un caballero.

¿Cuándo los alemanes, los daneses, los franceses -o sus imitadores los catalanes- han sido el modelo a seguir en lo que a la vestimenta masculina se refiere?. Nunca. Jamás. Los nórdicos en general sólo usan camisa blanca, a ser posible de manga corta y con bolsillo para colocarse un par de lápices –estilismo ingenieril-. En su vida han combinado una camisa de rayas y han tenido que inventarse otros colores lisos de camisa para distinguir entre ir a la oficina e ir a tomarse unas copas.

A los alemanes los vemos en las costas españolas luciendo sus impecables chanclas con el calcetín oportuno. Cuando no, salen a la calle con esos zapatos de color indefinido y el mismo calcetín de las chanclas. Sí, Hugo Boss era alemán. Lo suyo eran los uniformes y de no ser por la derrota de Hitler, ahora todos vestiríamos sus prendas. Probablemente sin tener que pagar doscientos euros por una camisa que parece la carcasa de un teléfono móvil. ¿Los vamos a tomar como ejemplo a la hora de elegir camisa?.

De los franceses qué podemos decir que no se sepa. Tristones vistiendo, homogeneizaron la camisa gris perla como símbolo de modernidad en la vestimenta masculina. ¡Debe ser muy duro vivir entre Inglaterra, Italia y España, cunas de la elegancia masculina!. Lo de los franceses siempre ha sido diseñar ropa de mujer y apenas les ha quedado inspiración para las corbatas. Hermès ya no es lo que era y se ha echado al monte de la modernidad y la innovación mal entendida.

Las camisas de colores oscuros fue una moda pasajera que algunos, los de arriba y sus imitadores, se empeñan en prolongar más allá de lo admisible. Más aún con el apoyo de la industria estadounidense que también vende lo suyo a base de camisas metalizadas. Aunque aquí la culpa puede ser de Sam Rothstein (Robert de Niro) y su colección de camisas un tanto peculiares en la película Casino.

El colmo quizá –y eso lo vivimos en España en primerísima persona- sean las camisas negras. A siempre me han parecido camisas propias de bailaores de flamenco y propietarios de casas de lenocinio; y los restaurantes lo consideran el uniforme oficial. Sin embargo, ahora hacen furor entre determinados profesionales que las han adoptado como símbolo de modernidad. Igual algunos señores que viven lo que los cursiles llamamos la midlife-crisis las lucen orgullosos en bares y discotecas. Preferiblemente en materiales suaves, como la seda.

A un servidor lo tienen que perdonar. Sobre todo porque lo de la innovación no termina de asimilarlo con la vestimenta. Sí, yo soy un gran aficionado a adquirir los últimos artilugios electrónicos. De ahí, a portar una camisa negra y/o gris con destellos metálicos, transcurre una amplia línea –esta vez no es nada delgada- que me niego a traspasar.


miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ingeniería social y lenguaje (parte 2): muy fan


Continuando con la que promete ser una nueva serie en este humilde rincón de libertad, me llama la atención un término que igualmente se ha popularizado para definir el superlativo del gusto o la afición por algo: muy fan. Seguro que el amable lector ha escuchado, leído o muy probablemente proferido frases similares a la siguiente:

            - “Soy muy fan de las bolsas reutilizables del Harrods”.

Le dice una maleni a otra a la salida de un curso sobre la elaboración de cupcakes para fiestas de jalogüen y recién llegada de la escapada de puente con su Mr. (ponga aquí la inicial del ufano esposo a conveniencia). Además de cursi, la maleni, no es consciente de que las bolsas de Harrods son de plástico y las han vendido como souvenir toda la vida, mucho antes de que a Al Gore se le ocurriese ir evangelizando –y ganando un dineral- con lo del cambio climático, y a Carrefour cobrar por ellas.

-       “Muy fan de (ponga el nombre del diseñador absolutamente desconocido que se le ocurra pero que acaba de firmar una colección para H&M)”.

Escrito por una egoblogger en tuiter después de conocer la noticia del fichaje del diseñador de marras para hacer camisetas a seis euros. Nótese que el colmo del refinamiento en el uso del muy fan es utilizarlo sin el verbo correspondiente. Esto nos indica lo totalizador de la expresión y, por ende, lo intelectual de su empleo como superlativo.

Porque el muy fan viene a sustituir expresiones más tradicionales –demodé que dirían el argot- como “a mi me encanta”, “me gusta muchísimo”, “me parece extraordinario”, etc. En su lugar se coloca la abreviatura de fanático, es decir, fan, llevada al siguiente nivel o superlativo: muy. La palabra fan antiguamente –hace un par de años- sólo se empleaba para las jóvenes que gritaban en los conciertos de música moderna. Así, lo que existían eran fans de The Beatles o de los Rolling Stones. Quizá alguna de Miguel Bosé en los primeros ochenta.

Ahora, sin embargo, somos fans de todo. De marcas de ropa, de tiendas, de fotógrafos, de periodistas, de ciudades y hasta de músicos barrocos. El otro día me descubrí a mi mismo diciendo “es que yo soy muy fan de Glenn Gould”. Sí, ciertamente me siento un gran aficionado a las grabaciones del pianista más genial que dio el siglo XX. Puede que incluso sea fanático en tanto que lo escucho continuamente y lo recomiendo a propios y extraños. Pero, ¿fan?. A partir de ahí dejé de usar el término, si es que lo había hecho con anterioridad, lo cual no pongo en duda, pero sí en cuarentena.

Seamos sinceros. La expresión ha alcanzado un nivel de popularidad que sus creadores y propagadores nunca imaginaron. Muy fan, estimado lector, no es el superlativo de nada, como no lo es lo siguiente. Si se trata de enfatizar algo, hagámoslo con expresiones conocidas tradicionales de las que tan rico hacen nuestro idioma. No recurramos a artificios lingüísticos propios del lenguaje de los 140 caracteres. Por mucho que la RAE se empeñe en incorporar a su diccionario cualquier modismo que pasa por la puerta, o por feisbuk.

jueves, 30 de agosto de 2012

Ingeniería social y lenguaje: lo siguiente


El lenguaje es como un ser vivo. Evoluciona con el paso del tiempo, con el cambio de las costumbres. Aunque también va cambiando por medio de la creatividad de algunos seres humanos. Así nacen algunas expresiones que terminan imponiéndose. Muchas de ellas porque resultan simpáticas o atractivas de usar. En la mayor parte de los casos porque queremos integrarnos más al emplearlas.

Un ejemplo de esto es la expresión de nuevo cuño “lo siguiente”.:

-       - No estoy reventada, lo siguiente.

Frase real que podemos leer en uno de las muchas redes sociales. Lo siguiente viene a emplearse como el superlativo/imaginativo en el lenguaje popular/ocurrente. Yo, sinceramente, necesito una aclaración cuando alguien emite esta sentencia. ¿Qué es lo siguiente a reventada?. ¿Destrozada como si le hubiese pasado un camión por encima?. ¿Extenuada física y mentalmente?. O a mi no me queda claro, o la creadora de tal afirmación pretende que el resto de la Humanidad dejemos volar la imaginación y pongamos nombre y apellido a ese lo siguiente.

-       - Este tío no es gilipollas, sino lo siguiente.

Otra oración muy común en bares y festejos populares entre los infectados por este nuevo sarampión que podríamos bautizar como siguientismo. De nuevo, ¿qué es lo siguiente?.  ¿Gilipollas integral?. ¿Un poquito menos imbécil que tú?.

Y es que el siguientismo tiene esa peculiaridad, que deja la duda. Yo siempre dudo entre si el siguientista quiere que yo ponga apellido al lo siguiente, se trata de una gracieta rayana con la intelectualidad, o es que es incapaz por si mismo de continuar con el superlativo que sigue al adjetivo en cuestión.

Internet está lleno de ejemplos del uso del siguientismo. Blogs con títulos como “Friki no, lo siguiente”, que debe ser una suerte de autobiografía del autor del blog. Hasta hay campañas  publicitarias que emplean el siguientismo, a todas luces con la intención de congraciarse con su público meta: el gregario.

Si lo que se quiere expresar es el grado superlativo de las cosas, yo opto por otra expresión más prosaica, menos intelectualoide e igualmente fruto de la evolución del lenguaje. Se trata de la afirmación superlativa en grado extremo “se caga la perra”.

-       - Me acabo de comer una langosta que se caga la perra.

Ahí no hay que explicar nada más. El citado manjar era el non plus ultra del placer culinario, expresado por medio de una afirmación rotunda: se caga la perra. Puede sonar ordinario, zafio, incluso vulgar, pero todo ello queda suplido por la absoluta ausencia de pretenciosidad. Se caga la perra es, en definitiva,  la antítesis de lo siguiente, aunque puedan parecer sinónimos.

Que el lenguaje evolucione está bien. Es natural. Lo malo es que se empiezan a adoptar a velocidades de vértigo giros y expresiones que rozan la idiotez supina, o lo siguiente, que es la más profunda ignorancia disfrazada de integración con el entorno. En otras palabras la absoluta falta de elegancia.