El lenguaje es como un ser vivo. Evoluciona con el paso del
tiempo, con el cambio de las costumbres. Aunque también va cambiando por medio
de la creatividad de algunos seres humanos. Así nacen algunas expresiones que
terminan imponiéndose. Muchas de ellas porque resultan simpáticas o atractivas
de usar. En la mayor parte de los casos porque queremos integrarnos más al
emplearlas.
Un ejemplo de esto es la expresión de nuevo cuño “lo
siguiente”.:
- - No estoy reventada, lo siguiente.
Frase real que podemos leer en uno de las muchas redes
sociales. Lo siguiente viene a
emplearse como el superlativo/imaginativo en el lenguaje popular/ocurrente. Yo,
sinceramente, necesito una aclaración cuando alguien emite esta sentencia. ¿Qué
es lo siguiente a reventada?.
¿Destrozada como si le hubiese pasado un camión por encima?. ¿Extenuada física
y mentalmente?. O a mi no me queda claro, o la creadora de tal afirmación
pretende que el resto de la Humanidad dejemos volar la imaginación y pongamos
nombre y apellido a ese lo siguiente.
- - Este tío no es gilipollas, sino lo siguiente.
Otra oración muy común en bares y festejos populares entre
los infectados por este nuevo sarampión que podríamos bautizar como siguientismo. De nuevo, ¿qué es lo
siguiente?. ¿Gilipollas integral?. ¿Un
poquito menos imbécil que tú?.
Y es que el siguientismo
tiene esa peculiaridad, que deja la duda. Yo siempre dudo entre si el siguientista quiere que yo ponga
apellido al lo siguiente, se trata de
una gracieta rayana con la intelectualidad, o es que es incapaz por si mismo de
continuar con el superlativo que sigue al adjetivo en cuestión.
Internet está lleno de ejemplos del uso del siguientismo. Blogs con títulos como “Friki no, lo siguiente”, que debe ser una
suerte de autobiografía del autor del blog. Hasta hay campañas publicitarias que emplean el siguientismo, a todas luces con la
intención de congraciarse con su público meta: el gregario.
Si lo que se quiere expresar es el grado superlativo de las
cosas, yo opto por otra expresión más prosaica, menos intelectualoide e igualmente fruto de la evolución del lenguaje. Se
trata de la afirmación superlativa en grado extremo “se caga la perra”.
- - Me acabo de comer una langosta que se caga la
perra.
Ahí no hay que explicar nada más. El citado manjar era el
non plus ultra del placer culinario, expresado por medio de una afirmación
rotunda: se caga la perra. Puede
sonar ordinario, zafio, incluso vulgar, pero todo ello queda suplido por la
absoluta ausencia de pretenciosidad. Se
caga la perra es, en definitiva, la
antítesis de lo siguiente, aunque
puedan parecer sinónimos.
Que el lenguaje evolucione está bien. Es natural. Lo malo es
que se empiezan a adoptar a velocidades de vértigo giros y expresiones que
rozan la idiotez supina, o lo siguiente, que es la más profunda ignorancia
disfrazada de integración con el entorno. En otras palabras la absoluta falta
de elegancia.