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Llega el verano y con él esa manía del despelote físico y moral a la sombra de la canícula. Que haga calor algunos, muchos, lo confunden con poder ir enseñando vergüenzas o con la posibilidad de ascender a los altares ese confuso término que es la comodidad, tan alejada de la elegancia.
El personal no entiende que las calles de Madrid, Granada, Valencia o Ciudad Real no son ese idílico destino al que algunos, muchos, se trasladan al son de la oferta y al dictado de la revista dominical de turno. No, estimado lector, Madrid no es la Rivera Maya y Ciudad Real no es Guanacaste. Tampoco el aeropuerto de El Prat son los fiordos noruegos, como ya se ha dicho aquí antes.
Pero llega el verano e inexorablemente sale del armario el pantalón pirata, la chancla de piel y la bandolera, zurrón, morral, buchaca o como quiera llamársele a ese adminículo que cuelga cruzado del hombro de la masa masculina. Si se le pregunta al interfecto usuario seguro que te cuenta las ventajas de llevar semejante horterada. Que si es muy cómodo para llevar el móvil, que si puedes meter el ipod –la mayoría de estos no han visto uno es su puñetera vida, sino que llevan algún reproductor de esos que regalan con una caja de galletas en el supermercado- y las más peregrinas razones para justificar lo injustificable. Y me voy a explicar.
En primer lugar, para colgar el móvil ya existen unas funditas diseñadas al efecto que se cuelgan del cinturón. No, no es que yo sea partidario de su uso, pero si es por comodidad, de sobra cumplen el cometido y, en vista de lo poco que le importa al usuario del zurrón la elegancia, a todas luces parece que la fundita estilo revólver es la opción ideal para el móvil. En segundo lugar, porque la buchaca tiene sus predecesores que por orden cronológico son la mariconera y la riñonera. La primera se descartó por las nuevas generaciones toda vez que ya su nombre era excesivamente peyorativo, sin hablar de su poco predicamento entre los colectivos sociales de diverso espectro.
Quizá sea la riñonera el más firme precursor del bolsito cruzado masculino. Así que, en realidad, este pretendidamente moderno accesorio no es más que una versión remozada de la riñonera “Montajes Alcázar”, que tanto furor causó hace apenas una década. En otras palabras una ordinariez que muchos negarán haber usado dentro de unos años.
Sin embargo, el paroxismo se alcanza cuando observamos el pantalón pirata del usuario de la riñonera versión 2.0. Se trata de una prenda llena de bolsillos la más puro estilo Coronel Tapioca, o más bien Quechua, dado que este tipo de personal rehúye de lugares tan pijos como el primero. Y aquí llega la pregunta clave: con todos los bolsillos y departamentos que tienen los pantalones pirata, tan necesarios por otra parte para completar el total look garrulo solidario, ¿para que narices necesitan el morral?.