
En esta sociedad moderna que nos ha tocado vivir, los grandes imperios comerciales, aquellos que tan sabiamente han aprovechado la “cultura de las masas”, han creado una serie de celebraciones a lo largo del año con el noble objetivo de que los seres humanos tengamos más elementos de encuentro. Confío en que el lector no piense, de forma mezquina, que la creación y universalización de estas celebraciones no son más que un intento de los comerciantes por aumentar las ventas. Nada más lejos de la realidad, ¡por Dios!. Fíjense cómo estos “días tan especiales” suelen estar desinteresadamente colocados en fechas anodinas en medio del calendario. Sin ir más lejos tenemos el Día de los Enamorados, en ciertos lugares conocido como el Día de la Amistad o el Día del Cariño, con la sana intención de que la celebración se extienda a los amigos, el cual se celebra en febrero, el mes de menores ingresos de los centros comerciales.
Imagino que no tengo que advertir al lector de que la celebración de este tipo de días es un ataque directo a la elegancia desde todo punto de vista. Pero el que particularmente encierra en sí casi todos los ataques a este valor en extinción que es la elegancia es el día de Halloween. Esta celebración de origen céltico -y tradición estadounidense- viene a ser como la “Víspera del Día de los Santos”, sin tradición alguna en el mundo católico en el cual se rinde tributo a los difuntos siendo feriado el primero de noviembre. Hoy en día ya ir a visitar a los abuelos al camposanto es una costumbre en desuso. Lo que está “in” es disfrazar a los niños la noche del 31 de octubre y que vayan a pedir caramelos a los vecinos. Algunos adultos incluso organizan fiestas de disfraces, a las cuales invitan a muchos amigos, en claro síntoma de su inserción en el mundo globalizado.
Como ocurre muchas veces se emplea a los hijos como excusa perfecta para demostrar al público en general, y a los conocidos en particular, lo elegantes que somos. Entonces en Halloween lo que hacen algunos padres es gastar una fortuna en el disfraz del niño, habitualmente el último “malo” de la factoría Disney. Llegando al colmo de la celebración de este “tradicional” día de los muertos, amparándose en la falsa solidaridad, incluso han nacido fiestas benéficas de Halloween.
La semana pasada una vecina mía, en un acto ilimitado de contrición, explicaba que una amiga suya –por supuesto con apellido rimbombante- organizaba todos los años una fiesta de Halloween a favor de una asociación de “teens” –adolescentes en cristiano- embarazadas. La entrada cuesta sólo veinte dólares, según aclaró. Cabe añadir muy poco al comentario.
Nótese que celebrar Halloween de forma ostentosa nos acerca de forma precipitada a todos los síntomas de falta de elegancia que hemos venido relatando desde esta atalaya. Para empezar nos permite usar el idioma inglés con profusión, porque todos estos personajes amantes de Halloween enseñan a sus hijos a decir "trick or treat", en lugar de “truco o dulce”. A continuación nos posibilita subirnos al carro de la caridad momentánea, consistente en acudir a una fiesta a favor de “teens” embarazadas –por ejemplo- y de camino poder saludar a fulanita de tal y que nuestros hijos, por el módico precio de veinte dólares, se codeen con los de alta alcurnia.
Atrás quedaron las que empezaban a ser tradicionales fiestas en el barrio. En las que los niños acompañaban a sus vecinos en el “puerta a puerta” en pos del caramelo. Eso ya quedó en el pasado. Ahora lo que se lleva es el festejo multitudinario, la fiesta de recaudación de fondos, el acto social con tintes faranduleros, si es posible con foto para la revista de turno.
La cuadratura del círculo se obtiene cuando los progenitores varones de los disfrazados retoños acuden prestos a la invitación de la habitual casa de lenocinio, la cual no permanece ajena a tan insólito festejo, para acompañar a las meretrices enfundadas en escasos trajes de diablesas o brujitas. Toda una muestra de elegancia… perdida.