martes, 17 de septiembre de 2013

De tazas, café y vivir la vida

Creo que lo he escrito muchas veces en este mismo espacio: nuestro mundo es terriblemente complejo. Cada día surgen nuevas opciones en nuestras vidas que, en apariencia, nos aportan comodidades, facilidades, oportunidades. Podemos estar conectados con personas de todo el mundo por medio de las redes sociales, obtener cualquier canción que hayamos escuchado en nuestra vida con un par de clics o comprar miles de modelos de ropa, calzados y complementos a pocos pasos de nuestra casa.

Los economistas dicen que cualquier persona de clase media tiene más comodidades que el rey de Inglaterra a principios del siglo XX. Sin embargo, ni los reyes eran felices, ni tampoco los somos nosotros. Tener más opciones para elegir, incluso si son a bajo precio, parece que genera el efecto contrario al que se nos promete. Es como si tener más facilidades y oportunidades de poseer objetos o adquirir servicios nos generase más inconformidad.

Tenemos de todo pero necesitamos tener más. Queremos el último modelo de teléfono móvil, dos pares nuevos de zapatos y el nuevo perfume de Paco Rabanne. Igualmente queremos tener más flogüers en el tuiter, la sonrisa permanente de nuestro jefe e incluso un amante sado al estilo de Christian Grey. Todo eso, estimado lector, lo que realmente nos produce es frustración.

Somos una sociedad insatisfecha, frustrada, infeliz. De ahí que los artistas no paren de sacar canciones que nos recuerden que hay que vivir la vida. En un par de meses tenemos a JLo y Pitbull con Live it up, a Marc Anthony con Vivir mi vida y a David Guetta con Play Hard. Piezas todas dedicadas a recordarnos la importancia de vivir el presente.

Incluso las campañas publicitarias, cuyo objetivo es vendernos más y más cosas que no necesitamos, aprovechan esta zozobra del ser humano para arrimar el ascua a su sardina. Tal es el caso de la última campaña de Ikea, que nos invita a empezar “algo nuevo” por la vía de la compra de muebles.

Andaba yo con todas estas reflexiones, más o menos plasmadas en negro sobre blanco, cuando el domingo en misa el párroco me sorprendió con esta parábola:

Un grupo de antiguos compañeros de colegio, hoy profesionales de éxito, se reunieron en casa de su más insigne profesor. Después de recordar los viejos tiempos, pronto la conversación comenzó a girar en torno a lo complejas que se habían vuelto sus vidas, el estrés del trabajo, las responsabilidades, etc. El profesor interrumpió la conversación y les ofreció a todos una taza de café. 
El profesor se fue a la cocina a prepararlo y, a la vuelta, sobre la mesa colocó una cafetera llena de humeante café junto con toda una colección de tazas. Unas de materiales exquisitos, otras de plástico vulgar. Unas finas y con motivos elegantes, otras toscas y sin gracia.
Todos eligieron su taza y se sirvieron café. El profesor tomó la palabra y les dijo: "¿Os habéis fijado en que todos habéis escogido las tazas más finas y de materiales más nobles para tomar el café?. Las tazas corrientes y de plástico han quedado todas ahí, sobre la mesa". Todos se fijaron en sus tazas y se volvieron a ver unos a otros asintiendo. "Ese es el problema, queridos amigos. Ahí radican todas vuestras quejas de las que hablabais hace un rato", afirmó el profesor. "Todo ese estrés por el trabajo, las responsabilidades, el dinero... son la taza. La vida es el café. Así, nos preocupamos mucho más por el color, la forma, el material y el diseño de la taza que por disfrutar de lo que hay en su interior, que es el café".

No sé si fue fruto de la casualidad o hay que retomar las teorías de Jung con respecto a la sincronicidad. El caso es que estas palabras expresan mucho mejor de lo que mi prosa hubiera podido hacerlo el propósito de este artículo.


En esta ocasión no puedo hacer referencia a la elegancia, motivo último del blog, sino pedir al amable lector que saque sus propias conclusiones. Las mías continúan en esa amalgama turbia que son los pensamientos mezclados con la urgencia de la vida, que no es otra cosa que el destello de las tazas.

jueves, 21 de marzo de 2013

Frases, lemas, citas y elegancia


No sé si el motivo es la influencia de la vida en 140 caracteres, o bien es que el exceso de información nos está llevando a resumir nuestra vida en un lema. La cuestión es que a los seres humanos nos ha dado por poner frasecitas más o menos rimbombantes en estos nuevos muros virtuales que hemos construido. Estas líneas de tiempo que llenan nuestro días en busca de un no sé qué en código html.

Todos las habrán visto y seguramente compartido o repetido. “Amar a los animales es un don que sólo los humanos de buen corazón poseen. No dejes de ser humano”. Y citas tan profundas y enjundiosas como esa. Frases que lo expresan todo y nos pretenden marcar la conducta con valores universales y políticamente correctos. Un oasis en esta “crisis de valores”. ¡Ay, la crisis de valores!.

En otras ocasiones son palabras sueltas, generalmente en inglés, porque así tienen más efecto, son más rotundas. Al fin y al cabo a mi todas me suenan a un mal plagio de la película de Woody Allen: Comer, follar, rezar o algo así. En inglés Eat, fuck, pray. Mucho menos vulgar. Suelen estar escritas en arena de la playa o compuestas por combinaciones de colores y texturas.

Frases, palabras sueltas, pensamientos aislados que nos animan a pulsar “Me gusta”, “Favorito” o “Retweet”. Pequeños purgantes diarios que, estimado lector, ya cansan.

Me confieso un amante de las citas literarias o filosóficas. Las he empleado con profusión siempre que estimaban que venían a cuento. Como apoyo prestado para recalcar una idea. Y, para que nos vamos a engañar, para alardear de ser un hombre muy culto y leído. Nada más lejos de la realidad. De Nietzsche a Sabina, pasando por Baudelaire, al que nunca le leí más de dos poemas. Las flores del mal me parecieron insufribles a partir de la tercera página.

Pero estas nuevas reflexiones de copiar y pegar son otra cosa. Se trata de citas totalizadoras que nos intentar explicar toda la esencia de la vida en un puñado de caracteres. “Si Dios te ha regalado un hijo, recuerda que no eres sólo su padre y amigo si no su ejemplo”. Todo un sobre fondo crespuscular que tanto me recuerda a Atalaya, la revistita que dejaban los Testigos de Jehová en mi casa cuando yo era niño.

A mi me parece que son precisamente estos grupúsculos religiosos los que han iniciado la moda de las frases motivadoras o ejemplarizantes. Si se fijan, más de la mitad mientan a Dios, cuando no son directamente una cita bíblica, como esa amenazante: “Al hombre le parece bueno todo lo que hace, pero el Señor es quien juzga las intenciones”. Mucho cuidado, ¿eh?. Mayormente porque el fondo es una imagen de un ojo de proporciones descomunales que debe ser el que todo lo ve.

Los católicos no nos quedamos atrás, y ahora hemos empezado a postear –publicar, en el lenguaje de los profesionales del género- cualquier extracto de las dos homilías que ha ofrecido a la fecha Francisco I. El hombre promete darnos grandes momentos en los muros del feisbuk.

Esto de las citas, los trozos deslavazados de discursos, las palabras ocurrentes en inglés y demás artillería de moralina 2.0, la verdad es que nos está invadiendo a pasos agigantados.  Sería bueno que la próxima vez que le vayan a dar laik o compartir una de estas frases, se piensen bien lo que pretenden demostrar o hacer ver a los que van a recibir un “Fulanito de Copas ha compartido el enlace de Grupo Cristiano de oración Conkistando el Cielo”. Claro que si el amable lector forma parte de un grupo con esa denominación, seguramente ya no tenga salvación posible. Al menos en esta vida. 

martes, 12 de febrero de 2013

Esa doble moral recién descubierta


Estoy convencido de que se han escrito millones de artículos, columnas, tuits y toda clase de manifestaciones literarias acerca de la denominada doble moral que se impone en los Estados Unidos de América. Es un tema recurrente entre las charlas de sobremesa de los progres. Hasta este momento habían resultado para mi poco fundamentadas estas críticas. Mayormente porque pensaba que esa doble moral forma parte del mundo de lo políticamente correcto, que tiene su origen precisamente al norte de México. Sin embargo, en las últimas horas he optado por definirme como un decidido denunciante de la doble moral estadounidense.

El motivo no es otro que lo que ha sucedido en los premios de la industria musical denominados Grammy. La cadena oficial de los galardones, CBS, decidió pasar una circular a los invitados del género femenino, prohibiendo expresamente el uso de vestuario excesivamente provocativo, procaz que dirían en los círculos más ortodoxos del catolicismo.

La cadena de televisión, para evitar algunos semidesnudos, que deben herir mucho la sensibilidad de quienes no pueden lucirlos, decidió cercenar la libertad de diseñadores y usuarias. Una medida que pocos en su sano juicio aplaudieron y cuyo efecto fue devolvernos las imágenes estupendas de Jennifer López, Rihanna y demás divas que habían lucido un tanto descocadas en ediciones anteriores.

De este modo la CBS logró que las grandes estrellas intentaran ajustarse al guión establecido en su paso por la red carpet –o carpeta roja, que dicen los traductores simultáneos-. Aunque en el caso de algunas que intentaron jugar de antisistema, lo que se consiguió fue algún que otro esperpento. Como la suerte de disfraz de Morticia Adams, versión primavera stripper, de Katy Perry. Otras como Adele, la musa de los perdedores, aunque no eran elegibles –por su embarazo, quiero decir, ¡eh¡- pareciera que se quisieron solidarizar con sus compañeras de profesión y así tomó la decisión de embutirse en una armadura con un bordado de flores. Aunque, pensándolo bien, creo que era una cota de malla lo que había debajo de la tela.

Independientemente de los fatales efectos de la medida adoptada -y aquí es dónde apreciamos la doble moral-, por lo que aún parece no haberse escandalizado el público norteamericano es por las espantosas vestimentas que lucen gran parte de los artistas masculinos que se exhiben a diario por las televisiones. No hablo sólo de su paso por la carpeta roja, momento más propicio para llevar al extremo su ordinariez en el vestir, sino de forma general en cada aparición pública.

Dígame el amable lector por qué un tipo que se hace llamar The DreamNightmare, en mi particular opinión-, puede ir vestido como si fuese a intercambiar sustancias estupefacientes (ver ilustración) sin levantar sospechas de herir sensibilidades, mientras que a la pobre Lady Gaga no se le permite mostrar una parte de su trasero. Explíqueme, por qué Rihanna no tiene permiso para dejarnos apreciar su irregular silueta, y un tal Frank Ocean puede usar una chaqueta amarilla piolín y una cinta deportiva mientras canta en plena gala.

¿Cuáles son los baremos que utiliza una cadena de televisión para prohibir un atuendo y ensalzar implícitamente otro a todas luces más dañino para la sensibilidad del espectador?. ¿Acaso las piernas interminables de alguna cantante son menos legítimas que las siete vueltas de cadena que rodean el cuello de esos personajes que usan gorra y gafas de sol en plena noche y bajo techo?.

Lo peor de todo no es que este comportamiento de la CBS esté o no siendo objeto de reprobación por parte de autoridades y público en general. Lo más execrable es que nos parece lo más normal del mundo que esto suceda sin que salten las alarmas urbi et orbe.

Si eso no es doble moral, estimado lector, que venga Dios y lo vea.

martes, 29 de enero de 2013

Amy y Los Empalmados


Parece el nombre de una de esas bandas de barrio o de pueblo, nacida al albur de aquellos años locos de la post movida madrileña. Pero se trata del subtítulo que hoy podríamos ponerle al nombre de nuestro país: España circa 2013. Amy y Los Empalmados. No creo que cineasta patrio alguno se atreva a meterle mano a un título tan ambicioso. Mayormente porque los directores, guionistas y demás ejecutores del cine español, que pronto volverán a desfilar por la alfombra de los Goya, podrían sentirse identificados con la tal Amy.

Soy consciente de que han llovido mares de tinta a cuenta del trasunto del matrimonio Martin. Sobre el tema del duque y sus erecciones, se ha escrito menos porque en España todavía son muchos los palmeros de esa entelequia constitucional que es la monarquía. Pero la realidad es que el tema va mucho más allá de la consabida picaresca o de la corrupción cotidiana. Estos personajes son la alegoría de lo que es la absoluta pérdida, no ya de elegancia, sino de cualquier atisbo de moralidad en la vida pública española.

Si nos fijamos entre Amy y Los Empalmados –el duque y el escritor consorte- son acreedores de muchos de los pecados de los que hemos venido hablando por aquí desde hace, por cierto, la friolera de seis años.  Empezando por el aspecto monetario del asunto y la necesidad imperiosa de aparentar lo adinerado, viajado y sofisticado que se es. En otras palabras, la antítesis de los placeres privados son virtudes públicas. Máxima epicúrea que nos ilumina en este espacio de libertad y que nuestra sociedad ha desterrado en loor de multitudes.

Podríamos hacer mención de muchos de los pecados de estos y otras de las rutilantes estrellas de espacio público nacional: Bárcenas, los Puyol, los Chaves, etc. Todos ellos, dicho sea de paso, aún auspiciados de un modo u otro por la presunción de inocencia, tan legal a la par que desvergonzada. ¡Menudo invento de la socialdemocracia rampante allá por los años de Filesa!.

Estos personajes nos han ilustrado sobre moda, lujo, glamour, viajes, progresismo y muchos otros aspectos de esa vida azarosa que tienen los personajes públicos. Desde sus innumerables viajes, hasta sus colecciones de coches o relojes, pasando por la utilización profusa del idioma anglosajón, lengua materna -o mother tongue- de doña Amy, a la sazón nacida en Madrid y autora de The Neopicaresque Novel in the Post-War Era. Ahí es nada.

Por encima de todo eso, la gran ilustración que nos dejan todos estos es la evidencia del declive absoluto de nuestra sociedad. Porque, seamos honestos, ¿quién de nosotros no aceptaría ocupar un puesto directivo en una multinacional aunque no haya ni terminado la licenciatura universitaria?. Que tire la primera piedra el que se negaría a cobrar 0,26 euros el carácter por escribir acerca de la felicidad o el cambio climático.

Esta es la sociedad española de los últimos veinte años, estimados lectores. Ni más ni menos. Las Amys Martin se cuentan por centenares, al igual que los depredadores de la institucionalidad, como el duque empalmado, ante los cuales hemos sentido envidia y admiración.

Una sociedad que recubierta en ese plástico absurdo de lo políticamente correcto, se ha ido engendrando dentro del líquido amniótico dentro del cual los vividores han sabido medrar a sus anchas. Y, queridos amigos, van a seguir haciéndolo hasta que la sociedad civil sea capaz de imponer unas barreras éticas acordes con lo que nos ha tocado vivir. De lo contrario, la elegancia perdida seguirá siendo una anécdota dentro de la absoluta ausencia de muchos otros valores.