Estoy convencido de que se han escrito millones de
artículos, columnas, tuits y toda clase de manifestaciones literarias acerca de
la denominada doble moral que se impone en los Estados Unidos de América. Es un
tema recurrente entre las charlas de sobremesa de los progres. Hasta este
momento habían resultado para mi poco fundamentadas estas críticas. Mayormente
porque pensaba que esa doble moral forma parte del mundo de lo políticamente
correcto, que tiene su origen precisamente al norte de México. Sin embargo, en las
últimas horas he optado por definirme como un decidido denunciante de la doble
moral estadounidense.
El motivo no es otro que lo que ha sucedido en los premios
de la industria musical denominados Grammy.
La cadena oficial de los galardones, CBS,
decidió pasar una circular a los invitados del género femenino, prohibiendo
expresamente el uso de vestuario excesivamente provocativo, procaz que dirían
en los círculos más ortodoxos del catolicismo.
La cadena de televisión, para evitar algunos semidesnudos,
que deben herir mucho la sensibilidad de quienes no pueden lucirlos, decidió
cercenar la libertad de diseñadores y usuarias. Una medida que pocos en su sano
juicio aplaudieron y cuyo efecto fue devolvernos las imágenes estupendas de Jennifer López, Rihanna y demás divas que habían lucido un tanto descocadas en
ediciones anteriores.
De este modo la CBS logró que las grandes estrellas
intentaran ajustarse al guión establecido en su paso por la red carpet –o
carpeta roja, que dicen los traductores simultáneos-. Aunque en el caso de
algunas que intentaron jugar de antisistema, lo que se consiguió fue algún que
otro esperpento. Como la suerte de disfraz de Morticia Adams, versión primavera stripper, de Katy Perry. Otras como Adele, la musa de los perdedores, aunque
no eran elegibles –por su embarazo, quiero decir, ¡eh¡- pareciera que se quisieron
solidarizar con sus compañeras de profesión y así tomó la decisión de embutirse en una armadura con un
bordado de flores. Aunque, pensándolo bien, creo que era una cota de malla lo que
había debajo de la tela.
Independientemente de los fatales efectos de la medida
adoptada -y aquí es dónde apreciamos la doble moral-, por lo que aún parece no
haberse escandalizado el público norteamericano es por las espantosas
vestimentas que lucen gran parte de los artistas masculinos que se exhiben a
diario por las televisiones. No hablo sólo de su paso por la carpeta roja, momento más propicio para
llevar al extremo su ordinariez en el vestir, sino de forma general en cada
aparición pública.
Dígame el amable lector por qué un tipo que se hace llamar The Dream –Nightmare, en mi particular opinión-, puede ir vestido como si
fuese a intercambiar sustancias estupefacientes (ver ilustración) sin levantar
sospechas de herir sensibilidades, mientras que a la pobre Lady Gaga no se le permite mostrar una parte de su trasero. Explíqueme, por qué
Rihanna no tiene permiso para dejarnos apreciar su irregular silueta, y un tal Frank Ocean puede usar una chaqueta
amarilla piolín y una cinta deportiva mientras canta en plena gala.
¿Cuáles son los baremos que utiliza una cadena de televisión
para prohibir un atuendo y ensalzar implícitamente otro a todas luces más
dañino para la sensibilidad del espectador?. ¿Acaso las piernas interminables
de alguna cantante son menos legítimas que las siete vueltas de cadena que
rodean el cuello de esos personajes que usan gorra y gafas de sol en plena
noche y bajo techo?.
Lo peor de todo no es que este comportamiento de la CBS esté o no siendo objeto de reprobación por parte de autoridades y público en general. Lo más execrable es que nos parece lo más normal del mundo que esto suceda sin que salten las alarmas urbi et orbe.
Lo peor de todo no es que este comportamiento de la CBS esté o no siendo objeto de reprobación por parte de autoridades y público en general. Lo más execrable es que nos parece lo más normal del mundo que esto suceda sin que salten las alarmas urbi et orbe.
Si eso no es doble moral, estimado lector, que venga Dios y
lo vea.
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