miércoles, 21 de septiembre de 2011

La televisión y la elegancia


Seamos honestos, todos vemos la televisión durante alguna que otra hora al día. Todos hacemos zapping, no lo neguemos. La televisión forma parte de nuestras vidas. Lo que importa es cómo influye en nuestras vidas. Generalmente demasiado.

Incluso esos individuos que afirman sin sonrojo ser únicamente televidentes de documentales son víctimas de la influencia de la denominada caja tonta. ¿Acaso es normal que una persona dedique dos horas de su vida a comprobar cómo es la arrastrada vida del cangrejo ermitaño en la zona meridional de las Islas Aleutianas?. Puede que sí, pero sin duda porque el interfecto en cuestión no tiene nada mejor que hacer.

La televisión influye ineludiblemente nuestras vidas creando opinión, certificando conductas y retroalimentando nuestras creencias, seamos parte de la masa adocenada o nos creamos miembros de la élite cultural. Fíjese el amable lector en el look de muchos de los que nos rodean con cierta pretensión de ousiders (perroflautas, gafapastas, pintores que usan boina, artistas con la camiseta del Ché…), ¿de dónde han sacado ese atuendo, ese pelo estudiadamente despeinado, esa kefiya?, ¿no les suena familiar?. Sí, por supuesto, lo hemos visto antes en televisión… ¡igual que ellos!.

Por eso la televisión es muy dañina para las mentes vulnerables, especialmente las de corta edad. De ahí las hordas de imitadoras de cantantes y actrices que puede uno contemplar cada vez que pone el pie en la calle. Por ejemplo el ejercito de Hannah Montana entre las niñas menores de doce, con la complacencia de los padres. O las manadas de jóvenes con borsalino y camiseta que merodean por las plazas tomando litros de cerveza y hablando de la "dictadura de los mercados", es decir, del Carrefour en el que han comprado la litrona cinco céntimos más barata que en la tienda de la esquina. En este sentido, creo que los videoclips son de una capacidad destructiva ilimitada.

Más allá de la imitación masiva y la normalización de la insensatez a la hora de vestir que promueve la televisión, la caja tonta nos dicta los gustos y modos en general que debemos seguir como ciudadanos. Las personas reconocemos la belleza, la inteligencia o el talento a partir de haberlos visto en televisión. De ahí que las figuras de televisión sean adoradas en nuestra sociedad como si de genios se tratase.

Hace unos días tuve ocasión de asistir a un cóctel en el que había dos modelos recibiendo a los invitados. Una de ellas es presentadora de televisión, la otra no. ¿Adivinen a quién se quedaba (ad)mirando todo asistente al sarao?. Algunos, sin duda los de mente más sensible a los rayos catódicos, incluso se tomaron fotografías con la televisiva modelo. Claro que no faltaron los que se quedaron con las ganas de hacérsela. Es la erótica catódica, más influyente que la del poder mismo.

Años atrás recuerdo que muchos productos que se publicitaban en televisión utilizaban en su envase la sentencia “Anunciado en TV”. Esto significaba que el producto en cuestión estaba avalado por su aparición, aunque fuese pagada, en la pequeña pantalla.

Tenemos que poner en perspectiva, como seres inteligentes, todo aquellos que nos es proyectado a través de la pequeña pantalla. No es oro todo lo que reluce, sino más bien al contrario. La inmensa mayoría de lo que se nos asoma por la cajita –ahora más bien pantalla plana- es puro artificio, mera ficción y mayoritariamente pose. Creada para influir sobre nosotros, la masa espectadora, imitadora compulsiva, pero sobre todo incapaz de juzgar lo que hay detrás de tanto maquillaje.