Parece el nombre de una de esas bandas de barrio o de
pueblo, nacida al albur de aquellos años locos de la post movida madrileña.
Pero se trata del subtítulo que hoy podríamos ponerle al nombre de nuestro
país: España circa 2013. Amy y Los Empalmados. No creo que cineasta patrio
alguno se atreva a meterle mano a un título tan ambicioso. Mayormente porque
los directores, guionistas y demás ejecutores del cine español, que pronto
volverán a desfilar por la alfombra de los Goya, podrían sentirse identificados
con la tal Amy.
Soy consciente de que han llovido mares de tinta a cuenta
del trasunto del matrimonio Martin. Sobre el tema del duque y sus erecciones,
se ha escrito menos porque en España todavía son muchos los palmeros de esa
entelequia constitucional que es la monarquía. Pero la realidad es que el tema
va mucho más allá de la consabida picaresca o de la corrupción cotidiana. Estos
personajes son la alegoría de lo que es la absoluta pérdida, no ya de
elegancia, sino de cualquier atisbo de moralidad en la vida pública española.
Si nos fijamos entre Amy y Los Empalmados –el duque y el
escritor consorte- son acreedores de muchos de los pecados de los que hemos venido hablando por aquí desde hace, por
cierto, la friolera de seis años. Empezando
por el aspecto monetario del asunto y la necesidad imperiosa de aparentar lo
adinerado, viajado y sofisticado que se es. En otras palabras, la antítesis de
los placeres privados son virtudes públicas. Máxima epicúrea que nos ilumina en
este espacio de libertad y que nuestra sociedad ha desterrado en loor de
multitudes.
Podríamos hacer mención de muchos de los pecados de estos y otras de las
rutilantes estrellas de espacio público nacional: Bárcenas, los Puyol, los
Chaves, etc. Todos ellos, dicho sea de paso, aún auspiciados de un modo u otro
por la presunción de inocencia, tan legal a la par que desvergonzada. ¡Menudo
invento de la socialdemocracia rampante allá por los años de Filesa!.
Estos personajes nos han ilustrado sobre moda, lujo, glamour,
viajes, progresismo y muchos otros aspectos de esa vida azarosa que tienen los
personajes públicos. Desde sus innumerables viajes, hasta sus colecciones de
coches o relojes, pasando por la utilización profusa del idioma anglosajón,
lengua materna -o mother tongue- de
doña Amy, a la sazón nacida en Madrid y autora de The Neopicaresque Novel in the Post-War Era. Ahí es nada.
Por encima de todo eso, la gran ilustración que nos dejan todos
estos es la evidencia del declive absoluto de nuestra sociedad. Porque, seamos
honestos, ¿quién de nosotros no aceptaría ocupar un puesto directivo en una
multinacional aunque no haya ni terminado la licenciatura universitaria?. Que
tire la primera piedra el que se negaría a cobrar 0,26 euros el carácter por
escribir acerca de la felicidad o el cambio climático.
Esta es la sociedad española de los últimos veinte años,
estimados lectores. Ni más ni menos. Las Amys Martin se cuentan por centenares,
al igual que los depredadores de la institucionalidad, como el duque empalmado,
ante los cuales hemos sentido envidia y admiración.
Una sociedad que recubierta en ese plástico absurdo de lo
políticamente correcto, se ha ido engendrando dentro del líquido amniótico dentro
del cual los vividores han sabido medrar a sus anchas. Y, queridos amigos, van
a seguir haciéndolo hasta que la sociedad civil sea capaz de imponer unas
barreras éticas acordes con lo que nos ha tocado vivir. De lo contrario, la
elegancia perdida seguirá siendo una anécdota dentro de la absoluta ausencia de
muchos otros valores.