Valores, no derechos
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En ocasiones se producen acontecimientos que ponen a prueba la solidez de
una sociedad. Estos meses, desde que iniciara la huelga de los sindicatos
del se...
viernes, 18 de julio de 2008
Los negocios y la elegancia
Una de las principales consecuencias de la influencia de los medios de comunicación masiva es la sed por poseer muchos bienes. La forma de obtener esos objetos –o servicios- es mediante el ingreso de dinero. Mucho dinero. De ahí que la consecución del vil metal haya desterrado gran parte de los principios fundamentales sobre los que se asentaba la convivencia en sociedad. El mundo de los negocios es el que más afectado se ha visto por este motivo.
Tradicionalmente se ha dicho que un apretón de manos es suficiente para cerrar un trato. Eso sería en la Edad Media o, como mucho, en ciertos reductos. Hoy estrechar las manos es como hacer una raya en el agua: instantáneamente desaparece. Peor aún si la contraparte es estadounidense.
Después de horas de negociaciones, el mes pasado llegué a un acuerdo verbal con un gringo acerca de un contrato. Todo se cerró con el tradicional choque de manos entre sonrisas y bromas. Pues bien, al día siguiente cuando recibo la propuesta del acuerdo negro sobre blanco no tenía absolutamente nada que ver con lo negociado. El tipo reflejó en el papel exactamente su propuesta inicial y las horas de negociación –ni que decir tiene el apretón de manos- no sirvió absolutamente para nada. No hace falta que comente lo engañado que uno se siente en estas circunstancias.
Porque esto de los negocios ya no es un tema de “pactos entre caballeros”, ni de “la palabra dada es ley”, como lo fue antaño. La falta de elegancia, amén de la ausencia de ética, es tan acusada en el mundo empresarial como lo pueda ser en el del corte y confección, contra el cual no tengo nada, por cierto. Los negocios se fundamentaban en la confianza mutua, en el valor de la palabra dada, pero nada de eso tiene sentido hoy.
Ahora todo es a golpe de correo electrónico recortado y descortés, por culpa de las pdas, dicho sea de paso. Todo se envuelve con la mística de las palabras grandilocuentes y vacías, preferiblemente en inglés, que es el idioma de los negocios. En medio de la hipocresía y la falta de ética se introducen frases como “esto tiene que ser una negociación win-win”, es decir, en la que todas las partes ganen, una gran mentira, como comprenderán. Otra curiosa y muy de moda es esa que dice algo así como: “tenemos que pensar que esto en una long term relationship”, lo cual significa que si le bajas el precio puede que te vuelva a contratar.
Otra de las grandes estratagemas, colmo de la ausencia de elegancia, consiste en mezclar lo personal y lo profesional. Así, no es extraño que a uno le cuenten sus penurias económicas o los esfuerzos que hacen algunos padres por enviar a sus hijos a colegios o universidades carísimas, "la educación es lo primero", faltaría más. El objetivo no es humanizar los negocios, no caigan en el error, sino intentar sacar algún tipo de ventaja en la negociación que se avecina.
lunes, 14 de julio de 2008
Comienzan las vacaciones. Consejos (?) de elegancia.
Dado el clamor popular de los comentaristas habituales de este blog, me veo en la obligación moral de invertir el tono de mis artículos y voy a intentar escribir de forma positiva, esto es, decir cómo se debe actuar para no caer en la falta de elegancia. Para ello el tema elegido es el de los días de asueto que comienzan o han comenzado muchos de los ciudadanos del hemisferio norte.
La canícula obliga al personal a buscar latitudes menos cálidas o, aunque sean igualmente calurosas, al menos se encuentren bendecidas con la cercanía del mar. De ahí que se opte por la ropa más liviana. Hemos de considerar dos aspectos en cuanto a la indumentaria turístico-veraniega. En primer lugar los desplazamientos. Como ya se ha dicho aquí un aeropuerto no es una playa, por tanto es importante mantener un mínimo de decoro.
Mi recomendación a este respecto es utilizar ropa cómoda –los vuelos a veces son muy largos- pero sin violencia. Para los caballeros pantalón casual, valen los vaqueros y camisa, siempre de manga larga, por supuesto, o polo. Ni que decir tiene que las chanclas son para la playa, nunca para el avión. Las damas tienen mayor libertad y pueden usar chanclas, pero ni pantalones cortos excesivamente agresivos ni muchísimo menos traje de baño. Para el viaje de vuelta aplican las mismas normas.
Dicho lo anterior engarzo con la falta de conciencia que el turista generalmente tiene acerca de los lugares que visita. Ser turista no lo habilita a uno para ir vestido como un espantapájaros todo el día. Menos aún si acudimos a lugares como museos, edificios históricos y religiosos o restaurantes formales, que requieren una vestimenta adecuada. Resulta lamentable ver a mucha gente con vestidos en plan playero en alguno de estos lugares. Esta norma no aplica para los ciudadanos de los EE UU, su seña de identidad es esa: ir vestidos como verdaderos patanes.
La segunda recomendación es para los que viajen al extranjero. Cuando uno sale de su país, en mi modesta opinión, no lo hace únicamente para “cambiar de aires”, sino para conocer una cultura diferente. Por eso es fundamental huir a toda costa del turismo grupal improvisado. A lo que me refiero es a la costumbre, básicamente española, de juntarse con otros compatriotas a los que se conoce en el avión y pasar el resto del viaje con ellos. Para eso están los viajes en grupo, tan denostados como faltos de pretensiones. Aquí es cuando tengo que recordar a mi amigo Luis, el cual se dedica a ganarse la vida gracias a “los turistas que se creen viajeros”. Grandes verdades.
En cuanto a esta particular manía de los españoles, yo siempre me acuerdo de un viaje que hice a un archipiélago en el Océano Indico. Tres parejas de paisanos se hicieron de lo más amigos y pasaban juntos todo el día. Al final acababan hablando de Gran Hermano –que acababa de estrenar ese año- y del resto de “grandes” temas de los que se puede hablar perfectamente en un café de cualquier ciudad española. Para ese viaje no hacen falta alforjas, me parece a mi.
Como este asunto de los consejos no me sale de adentro, sino que me siento muy forzado. Este artículo se queda en un post y pido disculpas por adelantado.
martes, 8 de julio de 2008
Los coches y la elegancia
Hace ya muchos años que aprendí lo que realmente es un coche –o carro, aquí en América Latina- a los ojos de un ser humano. Mucho más allá de un vehículo útil para el desplazamiento por carretera desde un lugar a otro, el coche es el principal objeto de demostración de la posición social de las personas.
La utilización cada vez más frecuente del automóvil no sólo genera la sensación de que es un instrumento en el que hay que invertir más, dado que pasamos más horas en su interior, sino que está claro que estamos más expuestos a ser vistos conduciéndolos o aparcándolos. Con lo cual la elección de un vehículo adecuado se convierte en un elemento crucial de nuestra existencia.
En efecto. Hay personas que incluso renuncian a las más elementales necesidades básicas, como puede ser una dieta alimenticia completa, con tal de ir luciendo por las calles de la ciudad un coche acorde con las expectativas que ellos mismos han generado a sus congéneres. Así, le ocurría a un señor que yo conocí hace tiempo y que aparcaba su flamante BMW en la entrada del club de golf, pero era de todos conocida su afición por el ayuno involuntario.
Aquí en Costa Rica no es extraño ver aparcados dos coches de alta cilindrada en la puerta de una casa cuyo precio puede ser la mitad del de los dos vehículos. Claro que a lo mejor yo estoy equivocado y este dato no significa nada más que es más importante tener un buen carro que una casa decente.
El coche es el reflejo asimismo del estilo de vida de una persona. Así, no es lo mismo usar un Renault Clio F1 Team que un Volkswagen Beetle, aunque ambos tengan el mismo precio. El primero seguramente es conducido por un joven apasionado de la velocidad y lo lleva absolutamente personalizado –creo que en el argot se denomina “tuneado”-. El segundo es probable que sea propiedad de alguna fashion victim y lo tenga lleno de pequeños detalles, incluyendo algún “accesorio” colgado del espejo interior.
El propietario de uno de esos descomunales Hummer seguramente se dedica a la industria musical, al comercio de sustancias estupefacientes o directamente a la representación de meretrices o lenocinio. De ahí que, generalmente, sus usuarios tengan los cristales tintados. Fuera de los profesionales anteriormente mencionados pocas personas medianamente normales se atreven a invertir semejante suma de dinero en un artefacto tan de mal gusto. Por eso en ciudades como Miami o Los Ángeles son más comunes que los utilitarios.
Igualmente importante es la cantidad y el tiempo de tenencia de los vehículos. En determinados círculos sociales es obligatorio cambiar al menos uno de los coches todos los años. Digo “uno de los coches" porque lo mínimo que se despacha es tener tres, uno para cada ocasión: el deportivo, el familiar y el todoterreno. En ningún caso uno de estos vehículos, salvo los de colección, tendrá una antigüedad superior a los tres años.
De aquí se desprende la importancia que tienen las matrículas provisionales en algunos países. ¿Cómo identificar un coche recién salido del concesionario?. Pues por la matrícula provisional, la cual prolonga su vida útil muy por encima de lo que marca la ley. Recordemos que lo que está en juego es mucho más que la seguridad, la comodidad o el ahorro energético, se trata de nuestra imagen.
El coche es la coraza natural del hombre moderno. El disfraz único que nos define y nos señala. Su adquisición es todo un acontecimiento y su uso una auténtica religión. De cualquier modo, en este tema en particular, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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