martes, 25 de noviembre de 2008

A vueltas con el "infit" (editado y encandenado)


Decía Napoleón Bonaparte que la victoria siempre pertenece al que persevera, así que voy a insistir en mi intento por imponer el "infit", como opuesto al manido outfit, dentro de los términos imprescindibles en el mundo de la moda blogueril.

Porque definitivamente, aunque uno sea muy consciente de que en la moda no va a primar jamás la belleza interior sobre la exterior, hay que librar la batalla, sobre todo cuando la misma se dirime en los terrenos absolutamente etéreos y ambiguos de la elegancia. Y es que la elegancia, tal y como aquí la hemos venido exponiendo o, mejor dicho, negando, juega a preponderar la belleza del ser por encima de su apariencia, pero nunca hemos dejado de lado la impresión física del individuo como ser en busca de aquella.

Tras la parrafada pseudo-metafísica, paso a desglosar la imagen.

Libro: Relevance. Making stuff that matters. de Tom Matters. Portfolio 2008. De vez en cuando uno se ve en la obligación de volver a la cruda realidad y actualizarse un poco en aquello para lo que le pagan.

Gafas: Police. En línea con las anteriores.

Lápiz: Graf von Faber-Castell. Un regalo realmente especial. Un antes y un después en la vida.

Gemelos: Máscara de cacique artesanía costarricense, hechos por encargo. Como todo lo que es hecho a medida aquí, muy aparente pero de corta duración.

Colonia: Eau de Vetiver de L´Occitanne en Provence. Un clásico reinventado.

Como vengo yo defendiendo, esto del infit es mostrar lo que no se ve o lo que pasa desapercibido. Quizá diga mucho más de uno que la chaqueta, pantalón, camisa y corbata. O a lo mejor estoy yo equivocado. Sólo el tiempo lo dirá.

En vista de que los amables lectores han sentido la irrefrenable necesidad de unirse al movimiento en favor del "infit", transformo lo anterior en un post/cadena (o meme, sí un meme, ¿qué pasa?, ¿algún problema?). Los abajo nominados deberán sacar una foto de al menos CINCO útiles que definan su estilo o personalidad. Queda descartada la ropa interior, salvo la explícitamente erótica, claro está. Tampoco podrán ponerse complementos demasiado evidentes: bolsos, zapatos, collares o cinturones. Tampoco valen los materiales fungibles: pañuelos de papel, toallitas, preservativos o similares. Cada uno de los encadenados deberá encadenar a un mínimo de CINCO blogs y siempre hará referencia a un servidor y su blog como ideólogo de esta idiotez. Los elegidos son:

Raquel de Gratis Total

Sol de Mis acuerdos y desacuerdos

Lola de Bisuteria y cine

Dorn de Mi sitio con-sentido

Alejandrina la cara de gallina

Jordana de Objeto de deseo

Trapiello de Lo quiero

Cristina de Por donde empezar

Jose Airam de E-coolsystem

Edward de Chronicles of the Old Society

Pablo de El fumoir

Sr. Quinquillero el moderno

Cualquiera de estos blogs podrá perder su estatus de "sospecho habitual" en caso de no continuar el hilo.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Del subdesarrollo al surrealismo

Aunque suene reiterativo, a nadie se le escapa que Costa Rica tiene un serio déficit en infraestructuras, una educación pública universalizada pero de calidad decreciente, al igual que la sanidad, amén de un problema creciente de inseguridad ciudadana. Tampoco se nos puede quedar atrás la cifra de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza.

Todo ello, junto con otros datos macroeconómicos que omito destacar, hace que este sea un país de los denominados “subdesarrollados”. Odio el eufemismo “en vías de desarrollo”, calificativo que pudo ser aplicable hace años, pero, hoy por hoy, las “vías” no las veo por ningún sitio.

Pues bien, con ese panorama ciertamente desolador, nuestros diputados miran para otro lado y se dedican a aprobar leyes que promueven una falsa democracia participativa. Me refiero a la ley ambiental que crea el referendo cantonal (La Nación, pág. 4, sábado 1 de noviembre).

Resulta que ahora un 10% de los votantes de una comunidad –¡bendita palabra!– pueden convocar un referendo para que los vecinos opinen sobre la conveniencia, o no, de que se realice un proyecto.

Por “proyecto” se entiende cualquier tema que previamente haya pasado por todo el tortuoso proceso de permisos, incluida la Setena. Desde construir una casa en un lote hasta realizar una mina a cielo abierto.

De esta forma, las ya maltrechas economías municipales tendrán que consignar en sus presupuestos las correspondientes partidas para la celebración de referendos. ¿O es que alguien pensó que estos plebiscitos los iban a sufragar los solicitantes?

En algunos casos se me antoja que le van a faltar fechas al calendario para su realización, a no ser que se permita agruparlos. Sin hablar de que muchos presupuestos municipales no alcanzarán para tanto llamamiento a la “democracia participativa”.

A todas luces, esta ley supone el fin del desarrollo en este país. Ahora ya no bastará con invertir cientos de millones de colones en todo el ya de por sí kafkiano proceso de obtener la aprobación de unas catorce administraciones públicas, incluidas las municipalidades, por cierto. Procesos que, en no pocas ocasiones, tienen un período superior a los dos años. Con la espada de Damocles del referendo popular todo será más caro, más lento y, lo peor de todo, más incierto, dada la inseguridad jurídica que genera.

Como decía al principio, en Costa Rica hay mil problemas que solucionar con un presupuesto muy limitado. Sin embargo, en lugar de destinarlo a mejorar infraestructuras, seguridad, educación o salud, estamos pensando en dedicar recursos a entrabar aún más el desarrollo, en otras palabras: a profundizar aún más en el subdesarrollo.

Las consecuencias de continuar por este camino de autodestrucción las explicó magistralmente aquí el doctor Jaime Gutiérrez Góngora ( Página Quince , sábado 1 de noviembre). Y es que aquí algunos, como mi paisano el diputado Merino del Río, impulsor de esta ley, se han empeñado en llevar a Costa Rica al borde del colapso.

Subidos a los estrados políticos, universitarios y mediáticos, nos hacen creer que el desarrollo y el progreso es cosa de ricos. Nuestros políticos, todos, les hacen la ola, dado que aquellos se encuentran investidos de una falsa superioridad moral que es aceptada de facto por estos.

Los diputados, esos señores que se dedican, entre otras cosas, a quedarse en la puerta del plenario para no hacer quórum, nos están dejando claro que sacar a Costar Rica del subdesarrollo no les interesa. Aprueban por unanimidad leyes en contra del desarrollo, mientras dejan dormir el sueño de los justos a leyes como la de concesión de obra pública, o frenan a toda costa la definitiva aprobación del TLC. Esta gente, si no la detenemos, nos va a llevar del subdesarrollo al surrealismo.

Publicado en La Nación de Costa Rica el 20 de noviembre de 2008.

martes, 11 de noviembre de 2008

Esa delgada línea que separa lo elegante de lo ridículo


Estoy convencido de que muchos de los que leen estas líneas son habituales visitantes de Scott Schuman, el ideólogo de The Sartorialist y omnipresente ideólogo del denominado estrit estail –o street style para los iniciados-. Yo lo visito de tarde en tarde, dado que me empacha un poco ver tanta gente cool en tan corto espacio. Debe ser envidia.

La cuestión es que después de pasear por las calles de Nueva York y, más concretamente, del SoHo, el barrio fashion por antonomasia y centro del universo sartorialista, uno se da cuenta de que el trabajo de Schuman no es tan complicado. El tramo de la calle Broadway que cruza el neoyorquino vecindario chic está abarrotado de personal que busca llamar la atención a toda costa. Cientos de personas orientadas a ser furtiva o descaradamente revisadas por las miradas del resto de los transeúntes. Decenas de gentes dispuestas a dejarse retratar por la cámara del momento.

Sin entrar a valorar lo complejo o sencillo del negocio de este señor, creo que vale la pena reflexionar acerca de ese comportamiento en cierta medida exhibicionista tan absolutamente aceptado, pero no por ello necesariamente elegante. Llamar la atención en cuanto a la forma de vestir no es en sí algo que pudiéramos considerar elegante o no. El hecho aquí es que no todo vale con tal de ser objeto de las miradas del resto de los mortales.

Fijémonos por un momento en el joven de la fotografía adjunta. El peinado, aunque un tanto rebuscado, podríamos decir que es original. La chaqueta bien cortada, ajustada y con un toque de distinción elegante como es el pañuelo en el bolsillo. La camisa, sin valorar el color, abrochada hasta arriba puede ser un guiño al origen albano-kosovar –puede que armenio, puede que siciliano- del interfecto. El reloj al más puro estilo Giovanni Agnelli todo un síntoma de dandismo.

Hasta ahí todo más o menos bien. Un cuasi-dandy posmoderno paseando por las calles de Nueva York con su bolsa del chino de la esquina. Pero llegamos abajo y nos encontramos ese esperpento estilístico: el calcetín por encima del pantalón, evocando claramente a los comuneros o regantes que antaño poblaban los regadíos de las vegas agrícolas de España.

Ahí es cuando el sujeto traspasa la delgada línea que va del dandismo al ridículo, de lo elegante a lo chabacano, del buen vestir al exhibicionismo barato. Porque se puede llamar la atención sin tener que merodear por la extravagancia de saldo. Se puede ser admirado sin necesidad de que chirríe la vista ajena. Incluso creo firmemente en el individualismo, que no es lo mismo que la excentricidad gratuita.

Puede que ir de esa guisa tenga mucho predicamento entre los blogueros de estrit estail, ansiosos por fotografiar a cualquiera que tenga los arrestos necesarios para ir disfrazado en pleno mes de noviembre –los carnavales son en febrero y jalogüen el 31 de octubre-. Pero, seamos sinceros, la elegancia la dejamos enterrada en beneficio de la exhibición pública. Por mucho que digan en los comentarios del blog de turno.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El obamismo mesiánico y la elegancia


La algarabía mundial a cuenta de la elección de Barack Hussein Obama se me antoja un tanto exagerada. Los motivos son varios. El fundamental es lo previsible del tema. Aunque tras los traspiés de Al Gore y John Kerry en los dos últimos comicios presidenciales el personal estuviese inquieto, lo cierto es que, en esta ocasión, era muy difícil para McCain repetir nuevamente el milagro republicano de George W. Bush. Las encuestas, aunque fallaron un poco finalmente si observamos los resultados del denominado “voto popular”, esta vez apostaron por el ganador correcto.

Igualmente exageradas me parecen todas esas algaradas políticamente correctas acerca de la raza del que será nuevo presidente de los EE UU. Primero porque Obama no es precisamente el negro de antepasados traídos como esclavos desde África, que fueron explotados en las plantaciones de algodón sureñas y luego tuvieron que aguantar décadas de segregación racial. A este señor lo negro le viene de una acomodada familia keniata –en Kenia hace medio siglo de esas había aún menos que hoy- que envió a su hijo a estudiar a los EE UU. En otras palabras, lo de la segregación se lo han contado o lo ha leído en los libros, así que lo del espíritu de Martin Luther King no es más que una fábula para vender periódicos, oiga.

Segundo porque en una sociedad tan diversa y multicultural, palabras que usan con fruición los intelectuales de la progresía mundial, como la norteamericana, este tema no debería ser tan destacable. Que Obama haya ganado las elecciones presidenciales es un signo de absoluta normalidad, máxime cuando muchas alcaldías de ciudades importantes de los EE UU y algunas gobernaciones están en manos de latinos, hindúes, polacos o italianos.

Para mi lo realmente destacable no es el color de la piel de este señor, sino cómo un norteamericano prácticamente de segunda generación ha alcanzado la presidencia del país.

La otra gran exageración es el carácter mesiánico que se le está concediendo a la figura de Obama. Leyendo las declaraciones de los presidentes de un buen número de naciones, todos coinciden en lo mismo: su país va a mejorar las relaciones con los EE UU con la llegada a la Casa Blanca del negro. Por cierto que ahora lo de “negro” ya lo dice todo el mundo, así que estoy pensando en empezar a utilizar algún eufemismo para denominar al personal de esta raza. Desde Hugo Chávez, hasta el testaferro de Vladimir Putin –comprenda el amable lector que el nombre del interfecto mis neuronas han descartado memorizarlo-, pasando por el contentísimo José Luís Rodríguez, que sigue empeñado en ir a la reunión del G-20, sin darse cuenta que habría que denominarlo G-21 y entonces el feliz encuentro perdería mucho glamour.

A partir de ahora los EE UU no son ese país belicista, consumista, neoliberal, egoísta, explotador del medioambiente que nos habían vendido los líderes de opinión de la izquierda. No, ahora El Imperio del Mal Gusto –eso no dejará de serlo por muchos obamas que vengan- es un remanso de buenas intenciones, que liderará la lucha contra el cambio climático –eso lo he leído en un diario de gran tirada en España- y que se volcará en generar un nuevo Estado del Bienestar. Una nueva Europa pero con dinero, o sea.

Seamos sinceros. Obama ha ganado por dos cosas. Por supuesto por el hartazgo que Bush ha generado en propios y extraños. Aunque los extraños, los que no votan quiero decir, ya lo “echaron” en 2004 y gracias a la insistencia en darlo por muerto el pueblo norteamericano se reveló y lo dejó otros cuatro insoportables años. Pero ese cansancio antibushiano ha sido magistralmente explotado por la maquinaria mercadotécnica de Barack Obama. Ese ha sido el otro factor decisivo: la victoria de un esfuerzo de marketing electoral cifrado en 500 millones de dólares.

El equipo de Obama, apoyado hasta la saciedad por comprometidos directores, actores y artistas varios, ha logrado transmitir entre el votante americano la idea de que el negro significa el cambio o, como mínimo, el menos malo de los dos candidatos.

La masa adocenada se ha tragado un anzuelo que quizá sea cierto. Lo que no es verdad es que haya que echar las campanas al vuelo ni investir a este señor de Mesías del siglo XXI, eso sólo el tiempo y los hechos –para mí es un melón sin catar- lo dirán.

martes, 4 de noviembre de 2008

Los personajes y la elegancia: Sofía de Grecia


Hace tiempo que llevo dándole vueltas a la posibilidad de dedicar unas líneas a la Casa Real de España. Dada mi inclinación innata al vilipendio, lo lógico hubiese sido empezar por Letizia Ortiz, conocida entre el vulgo, al que ella perteneció hasta hace unos años, como La Leti. Sin embargo, la actualidad, los acontecimientos y las ganas de entrar en el fuego cruzado abierto tras sus declaraciones a Pilar Urbano, me llevan a estrenarme con la Reina.

A mi esta señora siempre me ha parecido una persona de lo más correcta. Educada para ser reina desde su más tierna infancia, Sofía de Grecia, ha cumplido a pies juntillas su papel en la vida.

Su imagen austera y a la vez con cierto estilo, sus gestos absolutamente estudiados, impertérrita casi en todo momento, quizá sólo en alguna boda y en el funeral del padre de Juan Carlos de Borbón, haya soltado una lágrima. Quién sabe si también por necesidades del guión.

La cuestión es que la Reina me genera cierta simpatía precisamente por eso, por ser fiel a aquello para lo que fue formada. Muy lejos de esta nueva pléyade de jovencitos herederos de los grandes tronos europeos con novios y novias surgidos como de cuentos populares: El príncipe y la doncella, y cursiladas muy del estilo Pretty Woman. De esas que tanto aplaude la progresía porque demuestra la “modernización(sic) de la institución”.

Curiosamente ahora que la supuesta modernización del sistema de gobierno más antiguo que se conoce, esto es, la realeza, es casi un hecho, consumado por diversas vías como pudimos ver en El Jueves. Resulta que a los mismos que aplauden lo de las bodas intersangüineas –azul con roja, naturalmente-, se molestan porque Sofía de Grecia dé unas declaraciones de lo más coherentes a la autora de un libro. Esto no hay quién lo entienda.

La modernidad para los casamientos “por amor” –o por calentón, si se tercia-, por supuesto, pero lo de que los monarcas den declaraciones, más aún si es acerca de los derechos y comportamientos del “oprimido” colectivo de los homosexuales, eso sí que no. Imagino que si hubiese dicho que la Iglesia es caduca, retrógrada y que debería permitir las bodas de blanco y chaqué de las personas del mismo sexo, estos mismo habrían salido defendiéndola a capa y espada.

Sin ir más lejos, Santiago Carrillo, dice que “me parece imperdonable que la Casa Real no haya evitado que salgan a la luz estas declaraciones”. Lo cual en tiempos de Franco se denominaba “censura”, pero puesto en boca de los “perseguidos” de aquella época creo que lo denominaríamos “control democrático”.

Para rematar el tema el portavoz del PP, Esteban González Pons, dijo algo así como “la Reina es como la bandera, va a los actos públicos pero no dice nada”. Ahí es donde yo me indigno. Porque una bandera, una buena bandera rojigualda colgada en el Paseo de la Castellana no debe costar más de 100 euros, pero esta familia nos cuesta unos 10 millones de euros al año y, encima, mejor que se queden calladitos.

Cada día estoy más perdido con esto de la monarquía española. A pesar de los denodados esfuerzos de Sofía de Grecia por agradar a propios y extraños, esto ya no se tiene en pie. Su elegancia, fruto de la fidelidad incorruptible a los usos, costumbres y valores que le inculcaron desde la cuna, se ven eclipsados ante una sociedad cada día más cambiante.

Aunque no sea el momento, porque probablemente nunca lo será mientras prime lo políticamente correcto y el arañar votos de donde sea, el debate hay que abrirlo. Ya esto no es un asunto de izquierdas o derechas, de monárquicos o republicanos, sino de lógica elemental. Doña Sofía debe pasar a la Historia como la última reina de España y, así, sin más polémicas estériles y absurdas, darle el lugar que se merece a esta señora verdaderamente elegante.


P.S. Más sobre mi visión del tema aquí.

lunes, 3 de noviembre de 2008

De la crisis financiera y la codicia (Publicado)

Una versión del artículo ha sido publicada hoy en el diario La Nación de Costa Rica.

Los amables lectores de Elegancia Perdida lo leyeron primero.