Vivimos en una sociedad egoísta y cada vez más competitiva. Competimos entre nosotros por cada pequeña cosa en la que hay dos seres humanos involucrados. Lo vemos a diario. En las calles, en el trabajo, por todas partes.
Personas que corren triatlón pero estacionan su carro –lleno de calcomanías de sus logros atléticos- en el parqueo designado para discapacitados. Otros dejan la botella de plástico botada a la par del basurero en el parque. Conductores que usan el carril de giro a la derecha para meterse delante de los que van a girar a la izquierda.
Comportamientos pequeños que parecen no significar nada, pero lo son todo. Son el fiel reflejo de esta sociedad enferma en la que vivimos. Buscamos el camino corto para caminar menos al supermercado, no agacharnos a recoger nuestra propia basura o ponernos delante de los que esperan.
¿Qué podemos esperar de una sociedad que busca lo fácil, no molestarse, aunque molestemos a los demás?. ¿Acaso no son estos comportamientos fiel reflejo de lo que vemos en la vida pública: salarios desmesurados, amigos contratados a dedo, comisiones para favorecer una licitación, etc?. Todo con un alto grado de impunidad como la que existe en Costa Rica.
Pensamos que nuestras acciones egoístas nos favorecen, pero no es cierto. Esas pírricas victoriasno nos convierten en más exitosos, ni más eficientes, ni nos hacen mejores personas, más bien al contrario. Ese egoísmo terminará pasándonos factura más pronto que tarde.
Hace unos días un vehículo intentaba cambiarse de carril porque delante estaba detenido un bus en una parada. El automóvil que venía por el carril izquierdo aceleró y pitó deteniendo la maniobra del que quería cambiar de carril. En ese momento el semáforo se puso ámbar y el carro que había delante decidió no continuar, de modo que el conductor que había obstruido el paso del otro se estrelló contra él.
A diario, sin darnos cuenta, somos testigos o actores de muchas escenas de egoísmo. Nos molestan las de los demás, pero las imitamos inconscientemente buscando ese camino corto hacia el éxito. Atajos que, como al conductor que colisionó por su propio egoísmo, nos terminan perjudicando. Estamos en la búsqueda egoísta de obtenerlo todo de manera rápida, fácil y pasando por encima de los demás sin el menor reparo.
Lo peor de todo es que este egoísmo es lo que estamos compartiendo a diario con nuestros hijos. Nosotros mismos les enseñamos a saltarse las normas y les permitimos tener redes sociales sin cumplir la edad recomendada por los propios desarrolladores: “Miente, hijo mío, no vaya a ser que el resto de tus compañeros tengan y tú no”.
Así los educamos. Los problemas son siempre de los demás, de esos perdedores que siguen la fila, que parquean donde no molestan o que cumplen con las normas del condominio. Esa será nuestro legado a la siguente generación, mediatizada ya por la sociedad de la inmediatez del like.
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