Creo que lo hacemos sin darnos cuenta. Es
como un acto reflejo. Como un latir del subconsciente que nos empuja una y otra
vez a repetirlo. Necesitamos contarlo, decirlo, escribirlo, postearlo -¡cómo me
suena a carnicería lo del posteo!- para creerlo. Para dar forma a una mentira,
una creencia, un anhelo. Necesitamos contarlo.
Así, en esa intersección entre lo que
pensamos, lo que creemos, lo que anhelamos y lo que sabemos, nace la necesidad
de contar, disertar, enviar por correo, tuitear,
waspear y todos los demás verbos
inexistentes. De otro modo en esa intersección sólo quedaría la duda, la
conciencia, la certeza quizá. Sacamos el ego a pasear en forma de confesión, de
discurso, de frase mal hilvanada. Sólo así nos lo creemos.
Unos optan por largos discursos
magistrales al lazarillo de turno. Ese lazarillo que nunca pondrá en duda
nuestro (des)conocimiento o nuestras mentiras. Mentiras que se tornan en
verdades toda vez que fueron dichas. Fue Emerson el que dijo que "todo
hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la
hipocresía", en este caso la mentira.
Porque en eso consiste la mentira, en
alcanzar cierto cuerpo de verdad. No hay mayor verdad que una mentira repetida,
contada, escrita. Diseminada al aire, expuesta en un muro, en una línea de
tiempo -¡menuda metáfora!-, anotada negro sobre blanco. Ahí es cuando empezamos
a creernos que aquel anhelo, aquella ocurrencia, aquella mentira se transforma
en parte de nuestro vivir cotidiano. En una verdad.
Seguros ya de la transformación,
comenzamos a sentir que todo cobra sentido y repetimos para nuestros adentros que
es real, que ya no es mentira. Una seguridad incierta nos invade. Nos sentimos
capaces de replicar a cualquiera que se atreva a desmentirlo. Lo odiamos.
Pero esa seguridad que se desvanece
cuando, como dijo Emerson, nos quedamos a solas. La cruda realidad asoma con
fuerza y sentimos que hay que volver a empezar. Y volvemos al ataque: lo
escribimos, lo contamos, lo posteamos. Por el camino nos apartamos de
cualquiera que se haya atrevido a refutarnos, a combatirnos. Aunque a veces lo
que hacemos es huir de aquellos que ya perdieron las ganas de pellizcarnos y
decirnos a la cara: ¡Eso sabes que no es verdad!.
Y entre mentiras, medias verdades y
paseos del ego vamos fraguando nuestro vivir. Sin muchas ganas de que la verdad
nos arruine el día, el fin de semana, la existencia al fin.
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