martes, 12 de junio de 2007

Los restaurantes y la elegancia



Quiero empezar a tratar este delicado tema con una premisa, en mi opinión, fundamental. Cuando hablamos de restaurantes nos referimos a los lugares a los que las personas normales se dirigen para disfrutar de una comida agradable. Quedan, por tanto, excluidos de esta categoría los refectorios en los que se agolpan las masas para alimentarse, generalmente en horario de almuerzo. Esos lugares son denominados restaurantes por el mero hecho de servir comida, pero en los supermercados y algunas gasolineras también pueden adquirirse alimentos y no por ello los llamamos restaurantes.

Efectivamente uno acude a un restaurante básicamente por la calidad de su comida y por el servicio que recibe. Aunque resulta que algunas personas lo hacen porque piensan que ir a un restaurante es un acto elegante en sí, por eso, a la hora de seleccionar el local lo hacen en función de los precios que aparecen en la carta. Cuanto más caro, más elegante, suelen pensar aquellos cuya motivación para entrar en un restaurante es confiar en encontrarse a algún conocido para saludarlo efusivamente, de esta forma ambos saben que pueden permitirse pagar la cuenta. Todo un acontecimiento en la triste vida de algunos.

He asistido a no pocas ceremonias del saludo de este tipo de personas en un restaurante, a cual de ellas más patética. Para empezar en un restaurante no se levanta la voz, ni siquiera si nos encontramos a nuestro compañero de pupitre del colegio, el cual se marchó a Sudán como misionero y no lo vemos desde hace veinte años. Claro que yo no creo que este tipo de personas tengan amigos misioneros, por muy de moda que esté entre las estrellas de cine adoptar niños africanos. Los saludos mejor de lejos y si uno se acerca a la mesa de un amigo debe tener cuidado de que los comensales no estén en plena degustación del plato principal. Si no quedase más remedio, por favor, sea breve, si es posible fugaz.

Y es que a un restaurante, insisto, se va a disfrutar de la comida y del servicio y, si me apuran, a compartir un momento agradable con las personas que nos acompañan voluntariamente. Decía el gran poeta Stéphane Mallarmé que él no iba al teatro porque no le apetecía desperdiciar dos horas de su vida rodeado de personas a las que no trataría si fuesen sus vecinos. Pues más o menos eso ocurre en los restaurantes, porque se puede elegir con quién se almuerza en la misma mesa, pero el resto de los comensales los asigna sólo el azar. Esto es algo que debemos tener muy presente cuando vamos a un restaurante: a los que están en las demás mesas no los hemos invitado.

La mayoría de los propietarios de los restaurantes tienen una mentalidad muy de “corto plazo”, es decir, sólo piensan en que se les llene esa noche el local. De ahí que se permita entrar a cualquier individuo por desafortunada que sea su indumentaria. Sin ir más lejos el otro día permitieron el acceso al restaurante en el que me encontraba a dos señores que venían de practicar golf. No es que lo fueran gritando a los cuatro vientos, sino que venían ataviados con la indumentaria propia para la práctica de dicho deporte. Como era un lugar de los que suelen atraer a muchos de los que confunden elegancia con precio, seguramente casi nadie reparó en el detalle, de hecho varias personas los saludaron efusivamente. En ese instante el restaurante perdió parte de su clientela, porque me niego a ingerir alimentos tan cerca de personas con tan poco respeto por los demás. Supongo que no fui el único en tomar esa oportuna decisión.

Pero sobre este asunto imagino que casi todos tenemos anécdotas que contar, porque la gente, animados por el afán recaudador de los propietarios de restaurantes, no entiende que está entrando a un lugar en el que hay muchas otras personas y hay que seguir cierta etiqueta. Si la palabra “etiqueta” le parece demasiado subida de tono, entonces limítese a no acudir más que a locales en los que la comida se sirve en bandejas de plástico, las cuales luego se vacían en grandes cajas de madera.

Algo fundamental que cualquier persona debe saber es que en un restaurante no hay por qué comportarse de forma diferente a cómo uno lo haría en su propia casa. ¿Almuerza Ud. con las gafas de sol puestas en su casa?. Si la respuesta es negativa, aunque hayamos visto a Paris Hilton hacerlo por televisión, entonces no hay motivos para tal falta de educación. Hay excepciones, pensará algún lector. Sin duda, pero no hay justificación para hacerlo en el interior de un recinto cerrado, a no ser que sea Ud. Jack Nicholson, lo cual sinceramente dudo.

Una excepción a la no-diferencia entre la casa y el restaurante es el uso del celular. En la casa de cada cual se puede estar almorzando y contestando el teléfono. Sorbiendo la sopa y vendiendo o comprando cualquier tipo de mercancía. Cortando el filete y recibiendo las quejas de un cliente. Yo no lo hago, pero respeto que haya personas que entiendan que ingerir alimentos no es más que un trámite diario, como ducharse o afeitarse. En un restaurante no es de recibo que un móvil suene, peor aún si el que lo usa lo contesta profiriendo gritos y dando instrucciones como si se encontrara en la bolsa de valores de Tokio, la más escandalosa del mundo. Eso son tics absolutamente faltos de elegancia y de respeto.

En general acudir aun restaurante es una actividad común y corriente para cualquier ser humano medianamente elegante. En este sentido el comportamiento en estos establecimientos debe ir acompañado de cierto grado de discreción, evitando en todo caso las estridencias y teniendo muy presente que no estamos en una feria de ganado.

7 comentarios:

Gonsaulo Magno dijo...

Será que soy muy joven o demasiado acostumbrado a los bares de tapas; pero a mi no me incordia tanto eso que comentas de los restaurantes. No es elegante, claro está. Será que soy aun joven, jeje.

Un saludo!!

Pakithor dijo...

Estimado Gonsaulo,

Ser joven no exime de ciertos mínimos de comportamiento. Cuando yo era más joven recuerdo que cuando iba con una chica a cenar a algún sitio siempre vestíamos de acuerdo a lo que se esperaba de cualquier cliente normal del restaurante. El otro día estaba yo cenando en un local y aparecieron dos jóvenes que creían que aquello era una hamburguesería. Ella una imitación de Paris Hilton en un día de compras y él con una camiseta de esas marcas gringas de moda, muy adecuada... para la playa. Pero claro que el propietario, amigo mío, por cierto, ni se planteó ponerles difícil el acceso.

Saludos y gracias.

Antillana del Mar dijo...

Me detuve a analizar …….. como siempre ……… concienzudamente ....... la publicación que nos traes esta vez ……….. acerca de las diferentes formas de comportamiento en los restaurantes …….. y coincidiendo con tus efusivas críticas dirigidas hacia las personas que se muestran mal educadas y egocéntricas en este tipo de lugares a los cuales por lo general se va a compartir un rato agradable con alguien o a disfrutar con la familia fuera de la casa ……….. fue entonces cuando me propuse recordar las contadas veces que he podido asistir a este tipo de restaurantes de lujo y que se entienda por consecuencia, caros ……. eran pocas!! ……… poquísimas!! …… pero recuerdo una situación verdaderamente importante!! que poco tiene que ver con la descripción de éstos lugares pero sí mucho con la esencia del mensaje!! …… yo tendrìa como ocho años ………… pleno período especial en Cuba ……. mi mamá salió temprano del trabajo el día del cobro (los $25 menusuales acostumbrados) ……. Mi hermana y yo nos alistamos rápido y bien aseadas porque mi mamá nos llevaría al Cineccitá en 23 y 12 ( es una pizzería que fue muy famosa en La Habana por los años 70s y 80s) ………. lo cual era para nosotras un acontecimiento!! …… el lugar, nada del otro mundo …….. carente de elegancia y distinción como eran casi todos los sitios de la ciudad por esa época de tanta escacez ………. no habían mucha personas tampoco ........ apenas cinco o seis si acaso (claro está que muy poca gente podía darse aquel ¨lujo¨ que era entonces cenar fuera) …….. pero no importaba nada ………. nosotras estábamos felices ……… recuerdo a mi madre tan delicada ……… tan cortez con los saloneros y tan elegante en su comportamiento discreto y mesurado ……… amable como siempre! …….. fue entonces que comprendí el valor de este tipo de actividades que se realizan lejos de lo habitual del hogar ……….. y la gratitud que queda después de haber disfrutado tan buen momento con la familia y haber presenciado actitudes tan hermosas en mi madre …………. Actualmente!! …….. no sé si por falta de costumbre o dinero, la verdad no me desvela mucho cenar fuera ………… prefiero salir a tomar un vino tranquila que cenar algo lejos de la comodidad de mi casa …….. aunque sacrifique la buena comida! ……….. he aquí otro trauma que supo insuflarme el sistema!! …….. jejeje …….. en fin!! …….. mi único aporte a este post es dejar claro que una vez se establecen los códigos que denotan una elegancia en el carácter y en la forma y se comprende su valor ………. Jamás se pierden ni se olvidan!! …… gracias Paki una vez más por tu blog!! …… me divertí tanto leyéndote ……. Esas ironías deliciosas ….. saludos antillanos ……. Fiel lectora …… dispuesta a salvaguardar la elegancia perdida!!

Pakithor dijo...

Gracias Antillana. Tus comentarios tan divertidos y con ese toque romántico y evocador.

Saludos.

Dexter dijo...

Estimado Pakithor:
Yo, como Gonsaulo, también estoy acostumbrado a los bares de tapas. Es normal, nuestro poder adquisitivo es claramente inferior al de una persona que lleve varios (o muchos) años trabajando.

Dicho esto, cuando tengo la oportunidad de ir a un restaurante de los de mantel y mesa, por supuesto suelo ir ataviado como corresponde.

Ahora bien, dices en tu comentario que entró una pareja con una vestimenta "muy adecuada... para la playa. Pero claro que el propietario, amigo mío, por cierto, ni se planteó ponerles difícil el acceso."

Supongo que simplemente el inconsciente te ha jugado una mala pasada, pues como sabrás, no se puede denegar la entrada a un local a una persona por su forma de vestir, salvo en muy determinados casos como: que esa persona esté bajo los efectos de alguna droga, legal o ilegal, que monte alboroto... y no se si algún caso más.

En cualquier caso es falta de respeto de esa pareja, pero el dueño poco puede hacer. Y que conste que ni yo ni nadie de mi familia regentamos un restaurante ni nada que se le parezca :)

Pakithor dijo...

Dexter,

Es muy fácil soslayar la legislación, simplemente se les dice "no hya mesa". En caso de que reservasen, pues resulta que aún no ha terminado la mesa anterior y faltan 2 horas para sentarse... Pero ningún dueño de restaurante va a hacer eso. La caja es la caja.

Saludos.

Bambi dijo...

too bad your blog in solo espanol :(