Mis amigos expertos en búsqueda de tendencias -culjanters en el argot- ya lo habrán visto
venir desde hace tiempo. A uno, ajeno a todo ese ajetreo, observador apenas
desde la grada de sol, las cosas le llegan más tarde, quizá demasiado. La
cuestión es que se viene gestando la ascensión del hipsterismo/gafapastismo –de hipster en este lado de la mar océana,
gafapasta en mi querida España- como tendencia a seguir.
Estaba cantado. La explosión de las redes sociales, de la
opinión extenuante, de la exposición pública a golpe de refresco en las
aplicaciones de nuestros esmartfons,
iban a desembocar en que ahora todos queramos ser cul a base de seguir las tendencias que se dictan en Pinterest, Instragram, Facebook, Twitter y demás apóstoles de la vida en red.
Si miran a su alrededor, lo verán por todos lados. Cartelitos
entre vintage y modernos con muchas
letras con tipografías ñoñas y curveadas. Tonos pastel en carteles, letreros y badges -la vida sin badges no tendría sentido-. El minimalismo ultradecorado, henchido
en detallitos pensados o fusilados de alguna ocurrencia en Pinterest, que viene a ser la biblia de esta nueva religión que es
el hipsterismo/gafapastismo con acento rococó.
Entrar a un restaurante con aires de hipsterismo/gafapastismo
es toda una aventura. Los camareros uniformados en blanco y negro pero con
mandil o delantal y con uno o varios pines colgados de la camisa. Mejor aún si
son tirantes, nada más vintage que
los restaurantes americanos (Friday´s,
Tony Roma´s y así). Las paredes
llenas de carteles llenos de intenciones acerca de lo políticamente correcto,
que es el mantra del hipsterismo/gafapastismo: ecologismo, todo orgánico y redes
sociales. Y una carta con siete platos insulsos pero con mucha literatura y más
badges. Todo ocurrencias.
Porque de ocurrencias va el tema. La era de la sobre-opinión
es lo que nos deja: todos opinamos de todo y se nos tiene que escuchar. De ahí
que todo esté tan recargado en este mundo nuestro. Cualquier actividad social e
incluso profesional se llena de mil ocurrencias estúpidas que no aportan nada,
pero sacian el ego del inventor de
turno, el cual lo había visto en Pinterest
y le pareció, cito textualmente, "súper cool". De ahí a colgarlo en
IG es cuestión de segundos... y a contar corazoncitos.
Algunos tienen la desvergüenza de usar la máxima "menos
es más" como si fuese parte de su cultura orgánico-ecológica-tuitera. Nada
más lejos de la realidad. Hay que buscar y buscar, hacer y hacer, llenar y
llenar. Como advertía una joven conferenciante en una charla sobre el mundo de
las redes sociales, refiriéndose a un invento denominado storytelling interactivo -¡casi ná!-, "No sabemos adónde nos
lleva este movimiento. Pero lo importante es hacer algo porque puede que este sea el origen de algo que todo el mundo siga dentro de unos años". De ahí
al Twitter y a esperar RTs.
No sé si me hago mayor o es que no soy un millenial, que es como se autodenominan
estos, algunos con más de treinta primaveras a sus espaldas. La cuestión es que
esto es lo que nos estamos dejando hacer en el mundo que nos rodea. No quiero
culpar a la tecnología de todos nuestros males. Soy el primero en probar para
qué me pueden servir determinadas aplicaciones. Pero siento que nos tomamos
demasiado en serio trasladar ese mundo virtual de posibilidades a nuestra
realidad.
Quizá pronto certifiquemos la defunción del "menos es
más", entretanto algunos vamos a seguir manteniendo la llama viva y
simplificando un poco nuestra ya compleja existencia.