El balance necesario
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A pesar de que desde abril de este año, mes y medio después del inicio de
los efectos de la pandemia, ya se hablaba de una negociación con el FMI
para la...
sábado, 7 de agosto de 2010
Marca blanca, huída y elegancia
Hace unos días alguien me comentaba que, en casi un año y medio, no había sido capaz de encontrar un sitio en mi propio país. Quizá sea cierto. Aunque tampoco es falso que esta España que he vuelto a conocer no es la misma que me vio partir por primera vez hace ahora seis largos años.
Esta es una nueva España que se mueve al son de la marca blanca –marca de distribución que dicen los expertos- y que sobrevive dentro de ese líquido amniótico de abundancia homogénea e impersonal. Esa sociedad de marca blanca va mucho más allá del supermercado. Una marca blanca que lo abarca todo.
Ahora que los españoles ya no somos –ni nos creemos- los ricos de Europa, queremos seguir viviendo al mismo ritmo. Ahí entra la marca blanca para llenar nuestra nevera, nuestra despensa, nuestro cuarto de baño y nuestro armario con infinidad de productos a los que no hemos querido renunciar.
Así, continuamos comiendo quesos de importación, bebiendo vino con denominación de origen, usando decenas de productos para la higiene y el cuidado personal y vistiendo con los últimos must que imponen los megatrends de la moda. Quizá todos estos hacendados, consumers, aliadas, delipluses y similares sean un poco más insípidos, algo menos sabrosos y huelan un poco peor; seguramente los lefties y tex no aguanten la temporada completa; pero no hemos tenido que dejar de consumir nada. Seguimos siendo ricos. Ricos en ir a la última, a la última hornada de basura que llega al chino de la esquina, me refiero.
Una suerte de ricos en un país cada día más pobre. Ricos empobrecidos que, sin embargo, siguen consumiendo que es lo que interesa más allá de entrar en reflexiones profundas o en disquisiciones metafísicas. Ricos informados a punta de telebasura, que huyen de la realidad, salvo la del reality show, para no tener que soportar en inaguantable olor a descomposición que se respira. Ricos cuya máxima aspiración cultural e intelectual se dirime en los estadios o bajo el ensordecedor ruido de un vehículo monoplaza. Marca blanca informativa y cultural, al fin y al cabo.
Ricos de marca blanca que viven vidas de verdaderos hacendados, pero de los que se compran en Mercadona. Ricos en informalidad, porque es lo que se estila en un país en el que afirmar Diego y digo prácticamente es la misma cosa. Ricos en solidaridad, esa que se tiene para comprar una camiseta “For Africa” y que luce mucho más que la ayuda a un amigo necesitado. Ricos que aparentan fuera lo que esconden en casa, enterrando así, para siempre, aquella máxima de placeres privados son virtudes públicas que fundara este modesto espacio de reflexión.
No descarto estar absolutamente equivocado en lo que afirmo más arriba. Porque resulta que otro amigo me dijo ayer mismo que el que ha cambiado he sido yo. No lo niego. Pero me resisto a creer que esta España de marca blanca de hoy sea la misma que me vio crecer. En cualquier caso, por el momento, huyo de ella como el que se aparta de un sueño que llegó a tornarse en pesadilla.
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