miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cuando hacerse los trajes a medida no es suficiente


Hay quien piensa e incluso dice que mi tocayo Francisco Camps y su fiel escudero Ricardo Costa son dos tipos elegantes. No sé si lo piensan o lo dicen porque aparentan vestir bien o porque todos hemos sabido que se hacen los trajes a medida. En el caso de Camps que se los haga a medida es, en mi humilde opinión, paradójico. Lo digo porque, además de quedarle bastante anchos casi todos, el corte es idéntico a un simple traje de confección, es decir, hecho en serie.

Costa va más allá. Aunque se esfuerza por darle toques personalizados a sus trajes, el resultado es más bien ramplón. Las costuras parece que le van a estallar, sobre todo en la parte de la conjunción entre la espalda y las mangas, en donde ese intento porque parezca que tiene la espalda más ancha resulta ridículo.

No, definitivamente estos dos no son nada elegantes. Menos aún en sus formas prepotentes y chulescas. Sonríen y sonríen ante las cámaras cuando se sientan en sus escaños en el parlamento valenciano, pero no se ríen tanto en la intimidad de la lectura de los diarios nacionales a primera hora de la mañana. Porque este tema ya no es aquella cuestión de los trajes que entresacaron en El País, sino que se va ampliando y la sombra de la duda es tan alargada que si Rajoy no interviene rápido la vía de agua en el PP va a ser insostenible.

A nosotros los andaluces todos estos tejemanejes nos resultan muy familiares. Por eso nos repugna tanto el espectáculo que estamos viendo ahora en Valencia, aunque no venga del mismo partido que hace y deshace aquí a sus anchas y con casos mucho más palmarios y sin investigar por la policía ni la fiscalía. Pero no seré yo el que calle ahora lo que otros ni siquiera se atreven a susurrar cuando la corrupción viene del partido al que votan fielmente.

Tampoco me sirve a mi esta ceremonia del victimismo que han emprendido algunos para salvar los muebles. Si se piden responsabilidades políticas y judiciales hay que hacerlo siempre y en todo lugar. Si la justicia no investiga la subvención a la hija de Manuel Chaves, no seré yo el que se agarre a este argumento para pedir silencio en la causa contra el PP valenciano. Eso sí, reitero que en Andalucía no se ha abierto ni una sola comisión parlamentaria de investigación por un caso de corrupción desde que el PSOE manda, es decir, desde que existe la democracia.

Sé que otros muchos se agarran a eso de que esta noticia llega en un momento clave: negociación de Presupuestos “Siderales” del Estado, subida de impuestos incluida y Ley del Aborto “Libre”, entre otros temas que terminarán por dilapidar la poca credibilidad de un Gobierno tocado. En otras palabras, que esto va a servir para acallar al PP. Sin embargo hay dos hechos que me hacen pensar que esto es diferente. Primero porque ya no es un solo medio, sino un clamor que no distingue colores. El Mundo, El Confidencial y otros medios poco sospechosos de connivencia con el partido en el poder han venido publicando ramas de esta trama, llegando más lejos que el propio diario que sacó el tema de los trajes. El segundo punto que me llama la atención es el runrún que en el propio PP hay.

Esta es una oportunidad de oro para Mariano Rajoy y su equipo para demostrar si este PP es una alternativa real, no sólo en materia de gestión económica, sino para dirigir una sociedad en la que la elegancia parece ser sinónimo de hacerse un traje a medida.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Las fotos y la elegancia. Un comentario de urgencia.


Hace tiempo que sabemos, al menos en este blog, que a la familia Rodríguez Espinosa le gusta hacerse fotos con gente famosa. Sin embargo, ahora hemos conocido que esta afición no conoce límites.

Como si de la visita al Papa se tratase, los Rodríguez Espinosa se han ido a visitar a los Obama, los cuales, a la sazón, vienen a ser como los santos pontífices de la progresía mundial. Claro que a estos el viaje se lo hemos pagado entre todos, con nuestra ilimitada solidaridad impositiva. Lo que espero que no hayamos que tenido que pagar es el vestuario elegido para la ocasión por los vástagos -esta palabra no tiene femenino... por ahora- de nuestro amado líder.

Porque hay que tener mal gusto para dejar que las hijas de uno vayan vestidas de esa guisa en tan magna ocasión. Aunque yo puedo estar equivocado y lo lógico es que uno vaya al Vaticano y su hijo de 12 años vaya con la equipación oficial del Rayo Vallecano. "Es que el niño es muy fanático del equipo del barrio", le dice el padre de la criaturita a Benedicto XVI, que no se entera de nada y sonríe mientras le ordena a la guardia suiza que saquen a aquellos impresentables del Vaticano lo antes posible.

Algo así debió suceder en el Metropolitan. Los Obama sonreían, quizá demasiado, mientras les hacían la foto con las niñas del presidente de... ¿Transilvania?. La verdad es que la cosa tiene poca gracia. ¿Qué imagen proyectamos como país si las hijas de nuestro máximo mandatario van vestidas como fantoches en un acto oficial?. ¿Acaso se puede confundir lo público y lo privado hasta el punto de hacernos creer que esta foto puede considerarse "normal"?. Y por continuar con las grandes incógnitas, ¿por qué Sonsoles eligió también el negro?, ¿por qué no lo acompañó con unos implantes de pelo largo liso con mechón blanco incluido para redondear el total look Adams que parecía ser la intención de los Rodríguez Espinosa?.

Entre esto y la revelación cósmica, que diría la Pajín, con la que nos premió Rodríguez al afirmar que "la culpa de la crisis es del cambio climático", uno empieza a pensar que el vestuario de las niñas lo eligió el propio padre, previa ingestión de algún tipo de psicotrópico.


La foto es de aquí.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

La religión y la elegancia


Creo haber afirmado en diversas ocasiones en este mismo espacio que vivimos en una sociedad compleja. Tremendamente compleja. Tanto que parece que estamos siendo capaces de superar miles de años de nuestra Historia como especie y nos acercamos a una civilización sin la existencia de religión. Al menos sin que el hecho religioso colectivo tenga valor alguno.

Ejemplos de este experimento no han faltado, ni faltan, en nuestro mundo de hoy. Recordemos la abolición de lo religioso que proclamaron los regímenes comunistas en el Este de Europa, con la Unión Soviética a la cabeza. Bajo la máxima marxista que dictamina “la religión es el opio del pueblo” se eliminó la educación religiosa, se proclamó la enseñanza laica –la misma que hoy proclaman muchos admiradores del marxismo-leninismo- y ahí están los resultados. Eliminados los prejuicios morales del cristianismo y derribado el muro de Berlín, surgen las consecuencias del laicismo de estado: “el dinero es el opio del pueblo”, no hay más que mirar qué tipo de sociedades han quedado sobre los escombros de las dictaduras marxistas.

Curiosamente ninguno de los iluminados políticos ni de sus mamporreros mediáticos que hoy nos recetan laicismo educativo, cuando no anticlericalismo radical, parecen haber caído en la cuenta de aquello. Tampoco el público en general que se deja llevar por esta corriente fácil de la negación religiosa –entono el mea culpa otra vez-, al mismo tiempo que piden una mejor educación en valores para las nuevas generaciones. Como si los principios y los valores los explicasen en clase de matemáticas o de inglés, como si tuviésemos que exigir al profesor de conocimiento del medio que nuestro hijo no se dedique a insultar a sus compañeros durante el recreo. Quizá este sea el motivo por el que queremos huir de la religión, porque no queremos lastres ni remordimientos. Porque preferimos exigir al sistema antes que responsabilizarnos de lo que ocurre en nuestra sociedad.

Me resulta especialmente chocante escuchar estos días a los mismos que promueven que se deje a los hijos elegir cuando sean adultos si quieren o no religión en sus vidas, quejarse de los valores en los que se está educando a las generaciones que vienen. Me parece absolutamente lamentable que los mismos que tratan de cercenar cualquier síntoma de tendencia religiosa pública, se pregunten el motivo por el que los jóvenes adolescentes de nuestro país no respetan ni a sus padres. Por eso es por lo que prohibir está tan de moda, porque preferimos las leyes a los principios y la coacción policial a la moral.

Ahora lo moderno es ser agnóstico, cuando no renegar claramente de las creencias y los símbolos religiosos que nos han visto crecer. Claro que si hay que celebrar algún evento BBC (bodas, bautizos y comuniones), no les quepa duda a los lectores de que superaremos los convencionalismos antirreligiosos para hacerlo en sede apostólica. Porque una boda que se precie de verdad tiene que ser oficiada en los altares, generalmente platerescos, de nuestra vilipendiada Iglesia Católica, no en los juzgados o en la sala de plenos del ayuntamiento, con ese toque grisáceo que siempre los impregna.

Sin embargo, corren tiempos cargados de incertidumbre y en los que las personas necesitan agarrarse a la fe, esa que tanto molesta a algunos, para seguir adelante. Por eso estoy convencido de que la tendencia que con tanto ahínco han defendido las figuras públicas del progresismo y otros sucedáneos de la democracia, se está invirtiendo. La religión, con moderación, sin fanatismos, sin supersticiones arcaicas ni actitudes antediluvianas, va camino de convertirse en el asidero moral de nuestra sociedad.