martes, 26 de agosto de 2008

La elegancia perdida en España



En esta ocasión me voy a saltar mi autoimposición de soslayar mi propia vida en esta bitácora/ensayo, es decir, voy a escribir sobre mi mismo, básicamente. Además me salto otra norma mía que es la de no escribir directamente en el editor de Blogger y a la carrera. En definitiva, estoy escribiendo un post corriente y moliente como cualquier hijo de vecino de barrio suburbano. La falta de elegancia es evidente.

Hoy salgo para España a disfrutar de lo que yo vengo a denominar un baño de primer mundo. Porque para mi ir a España es lo que a los latinoamericanos ir a Miami. Bueno lo cierto es que antes lo era, ahora la cosa ha cambiado y a esto vengo a referirme. Durante mis primeros años de periplo expatriado, los viajes a España suponían volver a tener acceso a no pocos bienes de consumo, principalmente ropa, inexistentes en estas latitudes del planeta. Resultaba también evidente la diferencia entre las tipologías humanas -no me refiero al color o la raza de las personas-. En España la gente vestía mejor, se notaba más cultivada -no quiere decir que aquí la gente sea inculta o maleducada, pero los niveles educativos medios son distintos. y menos tendente a dejarse llevar por los males endémicos procedentes de la irrefrenable influencia del Imperio del mal gusto.

A mi me gustaba visitar muchas tiendas. Incluidas las que se agrupan en torno a esos nuevos templos posmodernos que son los centros comerciales, aunque siempre intentando huir de las cadenas de ropa rápida. Me aprovisionaba para mi vuelta a la cruda realidad del tercermundismo estilístico.

Paseaba mucho para así entrar en contacto -de vuelta- con lo que había sido mi forma de vida unos meses/años atrás. La gente generalmente bien vestida, sobre todo en Granada, menos en Málaga, ciudad portuaria/playera. Los restaurantes de calidad y todavía a precios razonables. La urbanidad propia del denominado Primer Mundo que tanto añoraba. Esos eran mis placeres de vuelta a la Madre Patria.

Ultimamente todo eso se ha venido abajo. Ahora mis regresos temporales vienen a demostrar que mi imagen idílica de esa España cuasi elegante forma parte del pasado. Ha desaparecido. La globalización ha cumplido, a cabalidad, con su función homogeneizadora. La gente viste igual en Miami, en San José o en Málaga. Resulta evidente que cada día hay más clase en cualquier parte del mundo, pero más clase baja y no me refiero al nivel socioeconómico. Igualmente la urbanidad, los modos y las costumbres se hacen más universales. El furor por el consumo está absolutamente generalizado. Sorprende ver la importancia que para los seres humanos de este planeta tiene contar con el último modelo de teléfono móvil, siendo la tenencia de un iPhone la máxima expresión de clase y estilo.

Por eso ahora cuando viajo a España me dedico a comer y beber bien, pero en casa, porque los restaurantes resultan prohibitivos, amén de estar plagados de pretenciosos y maleducados. Por eso prefiero recordar los sabores caseros, ya casi ancestrales y degustar exquisiteces que todavía se resisten a cruzar la Mar Océana, que bautizara Colón. Pero sobre todo lo que hago es pasear por las calles de las ciudades, que forman parte de mi particular imaginario, con un claro objetivo masoquista: ver cómo España ha perdido su elegancia.

viernes, 8 de agosto de 2008

La ecología y la elegancia


No, no voy a realizar una disertación acerca de lo poco elegantes que son esos individuos que se autoproclaman “ecologistas” y van vestidos de camuflaje declarando a los cuatro vientos lo amantes de la naturaleza que son. Tanto es así que se visten de cazadores. Curiosa paradoja. Tampoco voy a extenderme hablando de lo maltratada que está la Madre Tierra, o Pachamama que decían los quechuas, tribu andina que, por cierto, da nombre a una conocida marca de reconocido prestigio entre el ecologismo militante.

De lo que yo quiero escribir es, como no, de la doble moral que impera en todo esto de la ecología. Una moda como otra cualquiera aunque quizá esta albergue algún tipo de beneficio para la Humanidad. Como toda moda impone modelos y genera un halo de falsa elegancia entre sus seguidores. Porque los que siguen esta moda no son sólo los que se identifican a pies juntillas el arquetipo del romántico fumador de marihuana orgánica, sino que, en mayor o menor medida, casi todo el mundo comulga con esto de la ecología.

Los que más creen, de puertas para fuera, claro está, en la importancia de la conciencia ecológica del personal son los que han hecho de ello una profesión, generalmente bastante lucrativa. El ejemplo más claro es el del mundialmente conocido “perdedor más exitoso del planeta", es decir, Al Gore. Este señor con su video de ciencia ficción, sus conferencias y sus libros sobre el cambio climático ingresó la nada despreciable cifra de 70 millones de euros. Su preocupación por salvar al planeta es tan importante para el resto de los mortales que él siempre viaja en avión privado, como cuando le entregaron el premio Príncipe de Asturias y dejó 20 toneladas de CO2 en el espacio aéreo, todo un síntoma de su “compromiso con el medio ambiente”.

En los EE UU, país que siempre lleva la ventaja en todo este tipo de grandes preocupaciones globales, lo ecológico hace furor y no escatiman en gastos para hacer que sus ciudadanos tomen conciencia con el ambiente. Así, en los baños de hoteles uno encuentra unos folletos muy bonitos, con muchas fotos y realizados en papel reciclado -¡faltaría más!- en los que nos advierten de lo mucho que podemos ayudar a la Madre Naturaleza si usamos dos veces la misma toalla o si apagamos las luces al salir de la habitación. Imagino que poco o nada tiene que ver el ahorro en gastos que este tipo de acciones tienen para los afanados administradores hoteleros, siempre proclives a minimizar los impactos "ambientales" de su operación.

Luego por la mañana uno va al bufé de desayuno y ve el despliegue de alimentos con el que los ecológicos huéspedes, los mismos que se secan dos veces con la misma toalla y apagan la luz –nunca el aire acondicionado- al salir, se llenan los platos dos o tres veces dejando sin consumir más de la mitad de lo que se sirven. Del mismo modo los camareros le sirven a uno el café en una suerte de baldes de medio litro de cabida y proceden a su puntual relleno cada cinco minutos. A la hora de comer y beber la ecología queda en un segundo plano.

Curiosamente ahora han sacado una campaña publicitaria, muy laureada por cierto, para crear conciencia acerca del consumo, se llama “Use only what you need”. Evidentemente la campaña va acompañada de todo tipo de material publicitario: vallas, folletos, sitio web e incluso un curioso montaje urbano compuesto por un muro de bidones metálicos vacíos y pintados de amarillo en el centro de Denver con el eslogan citado, amén del correspondiente material promocional: camisetas, gorras, pegatinas, etc. Sin duda todo de gran utilidad para el ser humano .

En el restaurante de enfrente del monumento al ahorro el trozo de carne más pequeño era de 12 onzas, unos 350 gramos, ni que decir tiene que el relleno de bebida carbonatada era gratis. ¿En qué quedamos?.

Resulta pasmoso ver cómo una sociedad basada llevar a la masa todo tipo de comodidades, en poner la cantidad por encima de la calidad y en la búsqueda de nuevas fuentes para la satisfacción personal de los individuos por medio del consumo, dedica tantos esfuerzos –y recursos- a la prédica de lo contrario. Por algo lo he bautizado "El Imperio del Mal Gusto".